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Entre lo deseado y... lo inevitable

En este momento en la situación que estamos viviendo cuesta mucho acoger y aceptar la pérdida de la salud, el trabajo, un ser querido, perder el negocio, la autonomía

Aceptar es valorar lo que hay, lo que tienes.

Aceptar proviene del corazón, viendo un mensaje en cada situación.

Aceptar es entender que lo que me está ocurriendo es lo mejor que me puede pasar.

Aceptar no es conformarse y resignarse porque es lo que hay.

Aceptar no es añorar, recordar, llorar, comparar...

Aceptar es saber que sólo existen dos días en todo el año en que no puedo hacer nada. Uno es ayer y otro es mañana porque no sé si lo tendré. Vivamos el presente, el hoy, como decía mi hermano Carlos: “La vida es YA! Y pon fe y esperanza en lo viene.

Encontremos la raíz a todas estas expresiones.

Elegir... Aceptar...

A menudo se considera que el único ejercicio auténtico de la libertad consiste en elegir entre diferentes posibilidades, la que más nos conviene: “elegir el lugar de vacaciones, la profesión, el nombre de nuestros hijos. Soñamos con la vida como si ésta fuese un inmenso supermercado en el que cada estante despliega un amplio surtido de posibilidades del que poder tomar, a placer y sin coacción, lo que nos gusta y dejar lo demás...” Es cierto que esa facultad de elegir entre distintas posibilidades es un hecho cierto y bueno.

Otra cara de la moneda

Hay otra dimensión de la libertad que tenemos que conocer, otro modo de ejercer la libertad y es “aceptar lo que no hemos elegido.”

¿Y esto cómo es?

Es en los casos cuando se nos pide “elegir” lo que nunca hemos querido e incluso lo que nunca hubiéramos querido a ningún precio, una enfermedad por ejemplo. Hay que entrenarse en la vida a la “gustosa aceptación” de muchísimas cosas que parecen ir en contra de mi libertad e integridad. Aceptar nuestras limitaciones, fragilidad, impotencia ante una situación que la vida nos impone. En este momento en la situación que estamos viviendo cuesta mucho acoger y aceptar la pérdida de la salud, el trabajo, un ser querido, perder el negocio, la autonomía.

¿Cuál es la respuesta?

¡Ojo! Es en estas circunstancias cuando nos atrapa la queja, la insatisfacción y una actitud egocentrista que no nos deja ver más allá. Es entonces cuando perdemos la paz.

Por el contrario debemos hacer brotar sentimientos de gratitud por lo vivido, por lo que tengo aunque sea poco, y renovar la esperanza por lo que vamos a conseguir.

La aceptación de esta realidad es entender que lo que está ocurriendo es lo mejor que puede pasar. Aceptar no es aguantar, es una actitud activa que prueba nuestra valía como personas y dependiendo de nuestra respuesta, creceremos y nos fortaleceremos como personas, como familia, como país.

“Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios”. Romanos 8:28-34

Conclusión

El auténtico mal es el miedo que nos sobrecoge y esto es la expresión de la incapacidad de abandonarnos en Dios con confianza. Es por eso que además de la aceptación tenemos que vivir las virtudes de la fe y de la esperanza, abandonándonos en Dios con fe ciega. La luz vendrá más tarde: “Lo que yo hago, tú ahora no lo entiendes, lo entenderás después”, le dice Jesús a Pedro. Juan 13:7

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