Los dos hechos más ciertos de la vida humana son el dolor y la muerte. Son hechos naturales en la vida de cada uno. Tocar este tema no es fácil pero sí es necesario sobre todo en esta época que estamos viviendo.
Por su carácter de hecho cierto, no puede faltar en la educación la consideración del dolor. No se trata de hacer una “educación para el dolor”, pero la educación debe ser tal que permita a cada persona encontrar el sentido del dolor. El primer ejemplo y el más sencillo es pensar que cuando sentimos un dolor físico nos está avisando que tenemos algo que sanar para no sentir más ese dolor. Aquí le encontramos sentido a ese dolor. Decimos entonces “lo bueno de lo malo” es que me avisó a través del dolor.
Educación para el amor
Lo que da sentido al dolor es una educación para el amor. Sólo se ama lo que es bueno por eso “nos resulta difícil aceptar lo que no percibimos como bueno, gratificante o positivo. Y es más difícil aún cuando se trata de dificultades o sufrimientos de todo tipo... El asunto es un poco delicado. No se trata de volverse pasivo y “tragárselo” todo sin pestañear. Pero tenemos la experiencia de que, sean cuales sean nuestros proyectos, existen multitud de circunstancias que no podemos dominar y multitud de acontecimientos contrarios a nuestra previsión, deseos que nos vemos obligados a aceptar. No limitarse a sufrirlas sino -en cierto modo- a elegirlas (incluso cuando no tenemos otra elección) en otras palabras a recibirlas en forma positiva. Cosa nada fácil, sobre todo cuando se trata de pruebas dolorosas”. (Libertad interior, Jaques Philippe)
Cuanto mayor es el amor más es el dolor de la pérdida de lo que amamos. Podríamos pensar entonces que para no sufrir, no se debe amar. Resulta que el amor es el sentimiento que más feliz hace al ser humano y es el amor lo que le da sentido al dolor.
San Josemaría nos enseñó: “Lo que se necesita para conseguir la felicidad no es una vida cómoda sino un corazón enamorado.”
También decía: “Me gusta mucho repetir —porque lo tengo bien experimentado— aquellos versos de escaso arte, pero muy gráficos: mi vida es toda de amor / y, si en amor estoy ducho, / es por fuerza del dolor, / que no hay amante mejor / que aquel que ha sufrido mucho”.
“Hay que darse cuenta de una cosa: cuando experimentamos un sufrimiento, lo que más daño nos hace no es tanto éste como su rechazo, porque entonces al propio dolor le añadimos otro tormento: es el de nuestra oposición, nuestro resentimiento. Esa resistencia hace que el dolor aumente. Mientras que cuando estamos dispuestos a aceptarlo, se vuelve de golpe menos doloroso. “Un sufrimiento sereno deja de ser sufrimiento”, decía el cura de Ars. ( ibídem)
Un buen método a poner en práctica con la mayor frecuencia posible con actitud de fe y esperanza es creer en Dios y creer que ÉL es capaz de extraer un bien de todo lo que nos ocurre, así lo hará: “Que te suceda como has creído”, dice en varias ocasiones Jesús en el Evangelio. Basarnos en las palabras de la Escritura nos invitan a esa confianza: “Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios”.
Otro punto importante para tener en cuenta es saber cuál es el lugar que nos ayuda a superar y a aliviar el dolor cuando lo experimentamos. La familia es el cauce natural, no es decir cauce exclusivo, pero sí es el adecuado a inmejorable. En la familia se encuentran los recursos necesarios pues todos sus miembros se vuelcan a aliviar a la persona amada.