Alemania, según Forbes, es el cuarto país con más multimillonarios per capita, 114 en total. Por lo tanto, a nadie sorprendería la noticia de un nuevo integrante en esa costosa lista; sin embargo, el caso de la profesora de primaria Ailin Graef desconcertó a muchos, pues se hizo rica con la venta y arriendo de lotes de su imperio de 36 kilómetros cuadrados. (Lea: ¿Les pagan por dormir en vivo? Sleepfluencers, la nueva tendencia de TikTok)
Graef y su esposo comenzaron a construir islas temáticas, complejos hoteleros, restaurantes y establecimientos con solo 9 dólares, y ahora sus propiedades cuestan más de un millón de dólares. No obstante, si alguien pregunta por el dueño de esos inmuebles verá que son de Anshe Chung y no de Ailin Graef. Y, mucho más curioso, que no habrá tierra ni césped ni una silla playera que alguien pueda tocar.
Así como lo leyó. Anshe Chung, personaje virtual de Graef, es la primera millonaria de Second Life, un metaverso. En otras palabras, un universo paralelo, que hace años se popularizó como un mundo virtual donde cada quien puede desatar su verdadera personalidad o sexualidad, alcanzar sus sueños, vestirse o tener el cuerpo que desee y hacer las cosas que en la realidad no se atreve a hacer por vergüenza o normas sociales.

El matrimonio alemán, incluso, tiene una empresa en la realidad, ubicada en Wuhan, China, donde trabajan decenas de empleados para administrar los negocios inmobiliarios y de esparcimiento que tienen en ese metaverso, donde se negocia con una moneda llamada linden.

Casos de éxito similares están relacionados con otros juegos virtuales como World of Warcraft, Minecraft o Habbo. Pese a la curiosidad de las autoridades gubernamentales, especialmente de impuestos y hacienda, la proliferación de este tipo de actividades económicas se relacionan con una realidad: la virtualidad está colonizando la cotidianidad.
Mientras en muchos países como Japón, Estados Unidos y Australia se usan robots como meseros capaces de llevar platos y copas, gestionar los pedidos de los clientes y hasta llevarle un palillo a un comensal, si se lo piden, aún hay mucho desasosiego en gran parte del mundo por los peligros que provocaría la digitalización de la vida.
En ese escenario, muchas empresas han recobrado utilidad social porque se dedican a conectar la realidad con lo virtual, contribuyendo a la eficiencia empresarial, a la transformación de la relación entre proveedores y clientes, a una mejor gestión urbana y rural y, lo más importante, a propiciar la sostenibilidad del planeta.
“Entre sus virtudes están nuestros proyectos de transformación que aportan beneficios tangibles como una mayor penetración de las energías renovables, mejora de la eficiencia y rentabilidad de los activos industriales, optimización del reciclaje de residuos o la mejora de los servicios públicos”, asegura Leonardo Jiménez, director global de la división digital de Minsait, quien hace días estuvo en el Congreso de la Andesco, en Cartagena.
La relevancia del cambio climático, un problema que preocupa y cohesiona a personas que por gusto no estarían en un mismo lugar, ha establecido que sea un tema crucial en toda agenda pública y proyección empresarial. Temas como la reducción de la huella de carbono, la economía circular, la transición a energías renovables y el impacto social del calentamiento global trascienden todas las esferas.
Phygital, por su parte, se apoya en la analítica de datos, inteligencia artificial, experiencia de usuario, arquitecturas y plataformas; internet de las cosas, tecnología geoespacial y movilidad, para resolver eventuales inconvenientes en la acelerada transformación que está experimentando la gestión del mundo físico a través de la digitalización, dinámica exacerbada después de la pandemia de la COVID-19, que metió a todo el mundo en cuatro paredes, por lo que a través de pantallas mantuvieron la comunicación con el exterior.
“Nuestra plataforma tiene elementos tecnológicos que son aliados de toda gestión energética en aras de la descarbonización y de la implantación de elementos que mejoren el ciclo del agua y reduzcan el impacto de las operaciones de una empresa o institución en el medio ambiente. Esto es un valor agregado que deben perseguir el turismo y la agricultura”, expone Jiménez.
El tráfico no solo estresa a los conductores, sino que también es un gancho al mentón de la capa de ozono por la generación de gases de efecto invernadero. Bajo esa máxima, muchos apuntan a la urgencia de transformar a las urbes y pueblos en entornos “inteligentes”, donde la tecnología mejore procesos, las respuestas públicas al ciudadano tengan celeridad y la transición energética se mueva con autos y buses eléctricos, y más pedales de bicicletas.
Smart Waste es uno de los sistemas “phygital” de Minsait que propicia el horizonte descrito en el anterior párrafo. “Permite adecuar la frecuencia de recogida y las rutas que tiene que realizar cada camión para reducir costes y emisiones, además de distribuir los contenedores en función de las necesidades de cada zona o adaptar las campañas de concienciación ciudadana”, precisa Leo Jiménez.
En el ámbito de ciudades y territorios, Minsait ha desarrollado una plataforma que gestiona localidades inteligentes para resolver retos como la reducción de las emisiones contaminantes y la mejora de la calidad del aire, como lo hicieron en Helsinki, Finlandia.
Por el lado del turismo y la reactivación económica, tienen iniciativas innovadoras para gestionar de forma más segura y eficiente el patrimonio cultural de ciudades como Medellín o Cartagena.

Ante la digitalización de la realidad, hay muchas inquietudes relacionadas con la inseguridad cibernética o el desempleo que pueda provocar la robotización de puestos laborales y actividades que hoy hacen humanos. Para Leo Jiménez son comprensibles; sin embargo, son muchos más los beneficios.
“Es inevitable y normal que determinadas tareas o manualidades sean digitalizadas. La humanidad siempre ha tenido estos ciclos y cambios de era. Lo que hay que hacer es apostarle a la formación de estas personas en otras tecnologías. La innovación tiene como uno de sus beneficios la creación de nuevos cargos y necesidades; sin embargo, en muchos países la falta de capacitación, conocimiento de estas alternativas o gobiernos que no digitalizan sus sociedades, son ingredientes del subdesarrollo”, precisó el representante de Minsait.
Y agregó: “Tenemos que subirnos, de buena manera, al tren de la tecnología. En cuanto a la inseguridad, eso no debe satanizar al entorno digital, pues todos debemos tener los mismos reparos como si del mundo físico se tratara. Más que temores, lo que toca es tener medidas para aplacar a los ciberdelincuentes”.