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[Video] La venezolana que tiene cáncer y vive en un local de Bazurto

Adriana Aranguren vive en un angosto local de Bazurto. Lucha contra un cáncer que amenaza su gran sueño: regresar a Venezuela para ver crecer a sus dos pequeños hijos. Pide ayuda.

El único y gran deseo de Adriana Johana Aranguren Piñango es estar sana, pero no tanto por el hecho de saberse libre del cáncer de tiroides que le sobresale en el cuello, le quita el aliento a ratos, no la deja ya comer tranquila y le duele tanto. Lo desea con todas sus fuerzas porque solo así podrá estar viva para regresar un día a Venezuela, abrazar a sus dos hijos pequeños y a sus padres, y de una vez por todas volver a ser feliz. (Le puede interesar: Las 4 señales del cáncer de tiroides)

-Es fuerte, pues, porque yo venía con muchas esperanzas, pero así, poco a poco, como que uno va perdiéndolas -la voz se le va quebrando, pero ella lucha contra el nudo en la garganta y contra el desaliento, y sigue-, como que en cada lugar te van poniendo más trabas y, bueno, pienso mucho en mis hijos, pues, que no los quiero dejar solitos. Yo tenía otra esperanza pero...

-No digas “tenía”, la tienes -le digo-.

-Sí, por ellos, porque cada día pienso en ellos, no quiero dejarlos solos. No quiero que queden solos en el mundo, porque sé que uno pasa mucho trabajo. Estoy siempre pensando en ellos, en poder volver y estar con ellos allá.

Adriana no ha dejado de llorar y sus lágrimas chocan contra el tapabocas de tela negro con el que la venezolana, de 32 años, pretende esquivar al coronavirus desde las mucho más que húmedas entrañas del Mercado de Bazurto. Hiede a lo innombrable después del aguacero de esta tarde. Es jueves. (Lea además: La maravillosa historia de una familia de venezolanos que dibuja sonrisas en Arjona)

Vivir en Bazurto

El letrero de la ¿entrada? dice “Restaurante Donde Gordo. Dios me fortalece”, pero la verdad es que este local angosto, que no tiene puerta sino un muro de medio metro que hay que saltar, es mucho más que un negocio: es la “casa” donde viven Adriana, Luis Miguel Camacaro (su esposo, 35 años, que vino con ella para ayudarla a trabajar, cuidarla y no dejarla sola) y Efrén Aranguren Piñango (su hermano, 37 años).

“No es muy normal vivir en un Bazurto, pero, así como está la situación nos toca”, dice Efrén y yo me pregunto cómo duermen. Entonces la misma Adriana señala una escalera delgadita y verde. Su esposo toma un banquito de madera, pone la escalera sobre él y me señala al “segundo piso”. Por un pequeño hueco cuadrado -me cuesta imaginar que Efrén quepa- se entra a una suerte de cuarto donde hay dos colchones (uno de ellos es el de Efrén, que duerme en el piso de la primera planta, al lado de la estufa; el que queda arriba es de Adriana y Luis), un televisor que les regalaron; ropa ordenada y colgada en ganchos, una maleta y un “3” inflable, de esos que usan en los cumpleaños.

“Para hacer las necesidades -agrega Adriana-, uno va por aquí y ahí te puedes bañar. Te cobran $1.500 si te vas a bañar y $1.000 si vas a hacer pipí y así, sucesivamente. Toca así, porque los arriendos están muy costosos y si no tenemos para unos exámenes, menos para un arriendo”. (Puede interesarle también: Alcalde firma carta para protección de población proveniente de Venezuela)

[Video] La venezolana que tiene cáncer y vive en un local de Bazurto

Efrén Aranguren, Adriana Aranguren y Luis Miguel Camacaro.//Foto: Julio Castaño - El Universal.

La enfermedad

El nombre del negocio alude a Efrén, a su fe y a la sazón con la que ha sobrevivido en Cartagena desde hace seis años, cuando llegó desde Venezuela: vende desayunos y almuerzos en Bazurto y con lo que gana le alcanza para pagar el alquiler del local, los servicios y vivir, pero estos meses han sido difíciles.

Adriana llegó hace apenas tres años y Efrén ha sabido apoyarla de la forma que solo el amor incondicional explica: estuvo ahí cuando ella, recién llegada, se puso a vender cafés y manzanillas por los rincones más intrincados de Bazurto, también cuando ella decidió (en 2020) devolverse a Barquisimeto (Venezuela) porque la mamá de ambos se enfermó y le era muy difícil cuidar a los niños. Estando allá, en octubre del año pasado, comenzó a manifestársele el tumor; se hizo muchos exámenes en Venezuela y una biopsia confirmó lo peor: era maligno. Recorrió tantos hospitales como pudo, porque ella, que es enfermera, supo que debe operarse cuanto antes.

“Nuevamente me vine para Colombia porque, bueno, la situación en Venezuela no está fácil y cuando me hice los exámenes, que me empezó a salir el tumor (...), busqué por allá en muchos hospitales, pero para la operación me pedían 2.500 dólares, 3.000 dólares y aparte de eso me decían que lo de las quimio (salían en 1.800 dólares) y yo dije: ‘Bueno, ¿de dónde voy a sacar?’. En los hospitales públicos me decían: ‘Aquí hay insumos, nos das 1.000 dólares y te operamos’, pero ¿y después las quimio? Así que decidí devolverme para Cartagena, mi hermano me ayudó, entre una cosa, metiendo papeles, he ido al HUC y a la Cruz Roja”, dice sentada en una silla plástica, recostada a la pared, intentando acomodarse con una almohada viajera (de esas que se ponen en el cuello).

Adriana envió todos los papeles al Departamento Administrativo Distrital de Salud (Dadis) para afiliarse a alguna EPS, pero teme que la enfermedad le gane y por eso escribió a mano una carta que su hermano trajo a El Universal y a otros medios de comunicación de la ciudad: “Tengo hipertensión, paso el día con taquicardia y mareos. Fui llevada a varios centros de salud de esta ciudad y me valoraron y piden que, para poder solventar y ayudarme con mis estudios, consulta y cirugías, que es necesario que cuente con un carné o fundación que pueda cubrir mis gastos”, dice en la misiva, donde especifica que le diagnosticaron cáncer hace dos meses.

Adriana tiene una cita médica programada para el 27 de abril, pero antes debe hacerse una serie de exámenes que van desde glucosa hasta un TSH. Confía en poder practicárselos esta semana.

“Mis bebés, cada vez que me llaman, me dicen: ‘Mami, que sueñes con los angelitos, sánate pronto, te estamos esperando aquí’. Eso me pone triste, pero a la vez me anima”, concluye la venezolana con otra certeza dolorosa: mientras no le hagan la cirugía que tanto necesita, el tiempo será otro enemigo implacable. Incluso contra él está dispuesta a luchar con las fuerzas que le quedan con tal de ver crecer a sus hijos. (Lea además: Los ‘Peluchines’: sustento y esperanza para la venezolana Aury)

Si usted quiere ayudar a Adriana de alguna manera, puede comunicarse al 3226567969.

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