Los corazones esculpen sus sentimientos con el cincel de las vivencias que los hacen latir mucho más fuerte o que parecen detenerlos en un instante de gloria, que los llevan al éxtasis de las emociones. Hay corazones duros, otros nobles, otros amorosos y otros soñadores. Y siempre se alimentan de lo que vivimos. Hay dos -bueno, tres o cuatro- corazones protagonistas de esta historia, con una génesis en un remoto caserío de Bolívar.
Para llegar a San José del Peñón hay que atravesar siete veces un mismo arroyo que serpentea las montañas de los Montes de María, en San Juan Nepomuceno. No es un camino fácil, sobre todo cuando el arroyo está crecido, pero vale la pena recorrerlo para aquellos que aman esta tierra. Es un pueblo pequeño donde no están todos los que son o los que eran. Por mucho tiempo sus calles, las casas de palma, de bahereque, sus tierras, las fincas desoladas por la guerra, lucían fantasmales. El mismo espanto del temor a la muerte hizo que sus habitantes prefirieran irse antes que morir. Hay quienes nunca pudieron regresar y otros que, con los años, volvieron.
San José del Peñón es el pueblo donde se cultiva el maíz morado, con el que se hace chicha y la mazamorra, donde el hambre se espanta con un particular platillo que, quienes lo conocen, lo describen como exquisito. Se llama ‘El engaño’, porque ‘engaña’ al estómago en el buen sentido de la palabra. Cuando no hay carne, cuando escasean las proteínas animales, cuando “no hay la liga”, se prepara este plato con masa, achiote, ajo y otros frutos del campo, y es tan rico que no hace falta carne, dicen. Entre aquellos seres que consiguieron el anhelado retorno está Isidro José Meléndez García, un campesino de aquellos de mirada inocente que no se le esconde al sol ni al trabajo, y que saca del campo todo aquello que necesita para vivir: el aire puro que respira y los alimentos para él y para la familia que lo espera en casa, su esposa y su pequeño hijo, Cristian.
Cristian y su padre Isidro.
“Mi caserío es un poquito pequeño, pero la gente es querendona; el que va allá no quiere venirse después”, relata Isidro. “Lo que sí es que nosotros fuimos desplazados -continúa- por culpa de la violencia, pero ya retornamos otra vez y, gracias a Dios, estamos bien”.
¿Cuándo tuvieron que salir?
- Eso tiene rato que nos sacaron, fue como en el 2001 y yo retorné desde 2013. Al principio fue un poco temeroso, luego fuimos felices, pero ya el caserío no está como antes... Ahora hay unas casas vacías, unos solares que aún están solos y así, y como ya han fallecido los señores de edad también, ya lo que va andando es la nueva generación.
Entre esa nueva generación de San José del Peñón está el pequeño Cristian a quien, junto a su padre, esta semana se le han cumplido un pequeño gran sueño. Pequeño, porque quizá habrá para quienes no signifique tanto, y grande porque el hecho de que se cumpla viene de corazones gigantes, como el de George Salgado. George recorre los pueblos de Bolívar, con el minucioso empeño de descubrir en ellos tesoros de historias, de resaltar costumbres, de que otras personas los conozcan y, principalmente, de ayudar.
“Yo llegué a San José por una invitación. La profesora Francia me invitó, me hizo una bonita bienvenida allá, con la mazamorra y la chicha de maíz morado, con ‘El engaño’, que tú sientes que estás comiendo carne, pero no lo es, por eso lo llaman así. Es bien interesante, es un pueblo muy acogedor con gente muy humilde a la que hay que apoyar”, describe. A través de la profesora Francia Elena Reyes, George conoció a Cristian, un gran estudiante de segundo grado de la Institución Técnica Agropecuaria Rodolfo Barrios Cabrera, y le ayudó a cumplir el sueño de conocer el océano. A él y a su padre Isidro. “Si en nuestras manos está cumplir los sueños de otros, debemos hacerlo”, afirma George. Y es que tan cerca pero tan lejos está el mar de aquellas tierras. “Yo sí había ido a Cartagena pero a los barrios, no al mar”, cuenta Isidro. A sus 45 años, soñaba con eso, con ver el mar de cerca, con poder contemplar su inmensidad, ver el cielo fundirse con el horizonte y, por supuesto, zambullirse en el agua salada. San José del Peñón está a diez kilómetros de San Juan Nepomuceno y lo único parecido al mar son precisamente los arroyos.
El 20 de julio, con la ayuda de George, viajaron a Cartagena, el hotel Santa Clara los hospedó, sumándose también a esta iniciativa, recorrieron Cartagena y, al día siguiente, se cumplió ese sueño, no solo conocieron el mar, también una isla, fueron invitados de honor en Bendita Beach. Y sí, el mar era tan azul y tan inmenso, como alguien les contó. “Nunca me había bañado en agua salada porque no había tenido la oportunidad. Esas intenciones las tenía desde hace tiempo. Gracias a Dios tuve la oportunidad y vine a conocerlo. La verdad es que se nos cumplieron los sueños”, dice Isidro. “A mí sí me habían dicho que es bonito el mar -añade- que se veía azul así, a lo lejos, y la verdad es que sí lo comprobé, sí es así, porque vine y me gustó. Vi las aguas azules, verdecitas, de varios colores, ya lo pude vivir con mis propios ojos, es un recuerdo inolvidable... ojalá pudiera venir todos los fines de semana ”. Y su hijo complementa: “Me gustó mucho el paseo, la isla y el agua, todo”.
“A veces tenemos ese compromiso y la obligación de poder empujar a alguien a mostrarle que existe otro mundo, abrirle los ojos, la esperanza, dignificar lo que es la vida. Creo que, más allá de regalarle algo físico, le entregué a Cristian algo que no se le va olvidar. Conocer el mar para ellos significó mucho, mirar su sonrisa, sus ojos aguaditos, la curiosidad, llamarle el charco azul, la inocencia, eso vale todo el dinero del mundo. Debe estar contándole a sus amigos lo que significó venir a Cartagena, conocer los edificios altos, el aire acondicionado, sobre cómo fue ver por primera vez una película un televisor grande, y muchas cosas que para nosotros son tan cotidianas, pero que para ellos lo significó todo”, concluye George.