Aquel día su vida giró drásticamente. Una caída, un golpe en la cabeza, una inflamación grave, varios factores y una consecuencia de por vida: la sordera. Lilibeth Garcés Chimá apenas era una bebé cuando sufrió un accidente en casa. Tenía ocho meses, en un día común y corriente, como el que puede estar teniendo usted en este momento. Se golpeó contra el piso y su cerebro se lesionó.
“Mi mamá tuvo un embarazo normal, soy ochomesina. Un día, estando en mi casa, mi mamá me dejó en la mecedora mientras hacía sus labores del hogar, me caí y me di un golpe fuerte en el lóbulo temporal y eso ocasionó que me llevaran de urgencias. Gracias a Dios quedé viva, se me inflamaron las meninges y eso me ocasionó la sordera, es una sordera adquirida”, me explica con señas, traducidas por la profesora y compañera Alba Pava.
No recuperó la audición y a los 5 años fue inscrita en un instituto de Cartagena para personas sordas, Inhasor. Muchas veces estuvo triste al sentirse ‘diferente’ en la familia, aunque tiempo después uno de sus hermanos nació sordo. Eso, el no poder escuchar, no le impidió cumplir los propósitos de su vida, de superarlos, y llegar hasta el lugar donde nos encontramos en este momento. Digamos que este era y continúa siendo su sueño.
En 2009, estas mismas páginas de Facetas de El Universal publicaron su historia: exaltaban su perseverancia. Exaltaban cómo, derribando una y mil barreras, pudo: primero, graduarse de bachiller en el colegio Soledad Román de Núñez, donde estudió con compañeros sordos y oyentes; luego como esteticista y cosmetóloga en una corporación de estética y belleza; y después como administradora agropecuaria de un programa de pregrado a distancia de la Universidad de Cartagena.
Sin embargo, tenía en ella una semilla que empezó a germinar desde pequeña. Sabía lo difícil que es ser sordo, lo ha vivido en carne propia y quería hacer algo al respecto, además tenía una vocación por explotar.
“Su propósito es convertirse en maestra para ayudar a otros sordos y conscientizar a los oyentes que sería de gran beneficio para que la sociedad se integrara más si se interesaran en aprender la lengua de señas como se interesan por aprender el inglés o cualquier otro idioma”, escribió hace una década la periodista Érica Ortero en la página del periódico que Lilibeth guarda de recuerdo.
Y, hoy, diez años después, encontramos a Lilibeth casualmente, esta vez, en un salón de clases, frente a niños del Juan Salvador Gaviota, una sede del colegio Olga González Arraut. Ella y los pequeños, entre los 6 y 10 años, tienen algo en común: son sordos. Su meta ahora es real. “Cuando era muy niña, en el Instituto me decían que tenía actitudes para ser guía y orientar procesos, me preguntaban que si quería ser profesora de niños (...) Hice la gestión cuando crecí y entré en la Universidad de Cartagena con un porcentaje bajito por mi discapacidad, pero con mucho orgullo. Era un programa en con convenio con la Universidad del Tolima, estudié licenciatura en pedagogía infantil (...) Yo tenía el apoyo de un intérprete, la profesora oyente daba su clase y el intérprete directamente me podía traducir y orientar en el tipo de actividades que tenía que hacer, como poder hacer la relación de cómo se le enseña a un niño oyente, y a partir de ahí yo, desde mi propia cultura, cómo podía tomar ese propio aprendizaje para adaptarlo a la población con discapacidad auditiva, poder brindarles a ellos esas herramientas en lengua de señas colombiana, así como los oyentes tienen la oportunidad de hacerlo con profesores oyentes”, refiere.
*Marcelo poco a poco está perdiendo la visión, por una enfermedad en su cerebro. Es sordo y tiene 7 años. *Camila llegó este año a clases, sin saber una sola seña. Tampoco puede escuchar nada. Tiene 8 años. *Luis tiene un implante coclear, pero no escucha. Están en primero de primaria, son niños con discapacidad auditiva de la sede Juan Salvador Gaviota, del colegio Olga González Arraut, una de las pocas instituciones educativas inclusivas de la ciudad, donde se integran y estudian paralelamente niños sordos y oyentes, niños ciegos y videntes.
En este salón de primero, cada niño es un mundo completamente distinto y “todos aprenden, pero la enseñanza es individual, de acuerdo a cada ritmo de aprendizaje se les va preparando”, comenta la docente Martha Peña Zapata mientras le enseña a sumar en el tablero a una de las pequeñas niñas. “Por ejemplo, él no ve bien - señala a uno de los estudiantes-, y usamos una tablet, ahí va ampliando y deletreando todo. Al principio, yo dibujaba las letras grandes en el tablero para que las viera, pero eso no me funcionaba con el resto de estudiantes porque las hacían grandes también en los cuadernos”, dice.
“Aquí, unos son repitentes, otros llegaron nuevos. Ella -señala a otra niña- es implantada, apenas está cogiendo su primera lengua, que es la de señas, en su casa no la aprendió, tiene ocho años. Apenas está empezando, todo es con las manos y con imágenes, uno les va enseñando. Él tiene diez, a pesar de que no está viendo casi, nos quedamos sorprendidas con la capacidad que tiene para entender”, sostiene. En este salón de clases, Lilibeth cumple la figura de ‘modelo lingüística’ dentro del programa de acompañamiento a los docentes que tiene la Secretaría de Educación en los colegios de este tipo, llamado Escuela Inclusiva.
“Aquí damos todas las materias, castellano se da primero con un modelo lingüístico, es el apoyo que recibimos de acuerdo a un decreto nuevo del gobierno. Los modelos lingüísticos son profesionales sordos que nos acompañan para que los niños tengan un discurso más fluido de la lengua de señas, con toda la interacción que hacen, los niños copian mejor las señas de los sordos, porque nosotros sabemos señas, pero somos oyentes. El apoyo es fundamental, como son personas sordas hacen las señas perfectas y los niños aprenden mejor”, sostiene la profesora.
Lilibeth sigue aprendiendo para enseñar y enseñando para aprender más.
“Le doy gracias a la Secretaría de Educación por este programa, espero que el Gobierno pueda seguir apoyando ese proceso (...) Al principio, cuando ingresé a esta escuela, veía que muchos niños necesitaban fortalecer la lengua de señas, con los profesores nos pusimos de acuerdo y empezamos a pensar estrategias para ellos. Me dio temor empezar, pero he venido ganando práctica, me gusta ver ese proceso de cómo los niños han sido fortalecidos, antes eran un como tímidos, no sabían cómo manejar lo que pensaban, expresarse en su lenguaje, pero poco a poco han aprendido a ser más expresivos y todo eso gracias a la lengua de señas. Yo sigo soñando, ahora mismo soy modelo lingüístico, pero espero ejercer mi labor como profesional con mi licenciatura, para seguir avanzando. Quiero estudiar más, una maestría, posgrados, seguir perfeccionando la labor que he venido haciendo”, concluye Lilibeth.
*Nombres cambiados