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Paren el mundo, de verdad quiero colgar...

Una llamada telefónica puede ser crucial. Un resultado es determinante. Ser trabajador de la salud hoy requiere algo más que conocimiento, se necesita una fuerza y valentía especial.

Son unas 25 llamadas al día. Pocas o muchas dependiendo de quién seas, a qué te dediques, o tu edad. Pueden ser pocas si trabajas en un call center, pero muchas si tienes a un recién nacido en casa. Serían pocas si vendes minutos y demasiadas si necesitas pedir ayuda urgente, si es una situación de vida o muerte.

Para un trabajador de la salud hoy, con la posibilidad de hacer teleconsulta, es el promedio. Ver la historia clínica del paciente, marcar el teléfono, si contestó hay que comenzar a indagar por sus necesidades, si no contesta toca intentar más tarde, verificar el número... y si eres el encargado de decirle a una familia que su ser querido sí murió por COVID-19, o confirmarle a alguien que sí está contagiado con el nuevo virus, no solo son demasiadas llamadas y no solo necesitas paciencia, también fortaleza. Fuerza parece ser una palabra que Luna* conoce a la perfección. Al fin y al cabo, se hizo cargo de su hermana de 1 año aún siendo una adolescente, pocas veces se ha quedado en cama por una enfermedad, después de su segunda cesárea solo esperó dos días para agacharse a buscar esa pila que se le había caído debajo de la cama, y es la misma que sin mucho misterio cuenta cómo una vez se quedó encerrada en medio de una pelea de pandillas en las instalaciones de una urgencia de la ciudad. “¿Y puedes creer que la Policía no llegó sino hasta que amaneció?, todo ese tiempo estuvimos encerradas en el baño”. Yo, seguro lo contaría llorando, ella lo hace como si estuviera diciendo: “Qué mal clima hace hoy”.

Así que Luna parece ser la indicada. 25 llamadas programadas. Varios casos de coronavirus por confirmar. Va armada hasta los rizos con mascarilla, guantes, bata, solo le falta un escudo de acero. Es trabajadora de la salud, pero como todos en el mundo, tiene miedo. Pero no tiene tiempo para pensarlo mucho, tiene una lista de números por marcar.

Paciente 19.

Caso sospechoso y esperando prueba.

Tercera llamada de seguimiento.

- Hola, señor Omar, ¿cómo está? ¿Cómo se ha sentido?

- Hola, doctora. Mejor, pero un poquito mal. Los antibióticos me están sentando mal, esta mañana mi sobrina que es médico me tomó la presión y estaba como bajita, de todas formas no me siento tan mal, solo a veces...

- ¿Y los síntomas? ¿Alguna novedad?

- A veces siento como que me desmayo, pero no más...

- En caso de sentirse mal debe ir a urgencias de inmediato.

- Sí, doctora; pero mi sobrina me dijo que... (15 minutos después) ... y no me siento tan mal.

- Está bien señor Omar. No olvide las recomendaciones. Hablamos mañana.

Cuarta llamada de seguimiento a paciente 19.

- Hola, ¿está el señor Omar?

- No, ¿con quién hablo?

- Soy su médico asignada por la EPS, llamo para hacer el monitoreo de síntomas.

- Ah, doctora, mi tío se puso muy mal anoche, lo trajimos a urgencias, fue de un momento para otro. Nos dijeron que lo iban a intubar y al rato nos dijeron que se había muerto. Él murió.

- Lo siento mucho...

Después de algunas recomendaciones a familiares, Luna llora intensamente. No lo conocía, sabía de él su profesión, que era muy conversador, el típico paciente que no dice nada concreto y toca sacar amablemente del consultorio, pero ayer estaba bien y hoy está muerto. Sigue llorando, pero debe secar sus lágrimas y seguir con la siguiente llamada. Son 25, hay días en que son 30, no puede perder tiempo.

“Es realmente agotador emocionalmente. No solo soy médico, sino que me convierto en amiga y hasta psicóloga. Les aviso cuando su resultado es positivo e incluso cuando un familiar que ya murió también tenía coronavirus y los resultados acaban de llegar. La gente llora, se desespera, me piden que vaya a ayudarlos, es muy duro”, cuenta Luna mientras termina su proceso de desinfección antes de entrar a su casa, donde está su familia.

Pregunto si es más agotador y tenebroso que las madrugadas de los fines de semana en algunos centros de salud de la ciudad, cuando atiende a heridos que también están ebrios, a quienes persiguen unos pandilleros, entre otras situaciones que de solo pensarlo agradezco haber decidido dedicarme a escribir. Me responde simple: “Sí”.

“Es más agotador porque no piensas en un paciente, piensas casi que en toda la ciudad. Llamar a confirmar un COVID-19 es pensar en las personas con las que tuvo contacto y también en las personas que estuvieron cerca de estas otras personas, es una cadena de no acabar. Y por supuesto, desde lo emocional es devastador, no solo por escucharlos, es porque pasas de verlo en televisión, de leerlo, a vivirlo con ellos, el miedo se vuelve mucho más real”.

Y aunque dice que se mantiene atada a su fe, es inevitable sentir el miedo, “me hace recordar en lo mucho que se ha hablado del final de los tiempos, y este virus nos hace sentir que este momento se parece tanto a ese final...”.

Y si eres el encargado de decirle a una familia que su ser querido sí murió por COVID-19 (...) no solo son demasiadas llamadas y no solo necesitas paciencia, también fortaleza.

Paciente 25. COVID-19.

Hipertensa, diabética, en aislamiento.

- Hola señora Adriana, ¿cómo va todo? Cuénteme, ¿cómo se ha sentido?

- Bien doctora, aquí aislada. Esto es aburridor, pero no tengo síntomas, no me siento mal. Lo que menos me gusta es que no puedo ni ver a mi hija.

El 7 de mayo ingresó a urgencias, un día antes de la celebración a las madres. Su hija tuvo que llevarla a mitad de la noche. Empeoró muy rápido y ahora está en Unidad de Cuidados Intensivos. No mejora.

“La última vez que hablamos estuvimos de acuerdo en algo, en que debemos prepararnos para irnos sin despedirnos. Para no dar ese último abrazo, ese beso, para no acompañarnos, para morirnos sin ver antes a nuestros seres queridos, no hay despedidas, no hay nada ni nadie. Así que ojalá la gente lo entienda y nos cuidemos, porque yo sí quiero dar muchos abrazos más, ¿y tú?”.

*Nombre cambiado.

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