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Mónica Ojeda, narradora de la belleza y el horror

Las historias de Mónica Ojeda nos llevan a las entrañas de la tierra, a la boca de los volcanes y al corazón de los seres humanos. Sus narraciones están entretejidas con un profundo misticismo.

Me han estremecido los ocho cuentos del libro La voladora, de Mónica Ojeda (Ecuador, 1988), publicados por Página de Espuma. Es considerada como una de las más grandes promesas de la literatura contemporánea. Xavi Ayén dice de ella que es “un soplo de aire fresco que sacude la literatura latinoamericana”.

En su primer cuento, que da título al libro, la mujer que vuela desde los tejados desafía el viento y trastorna la intimidad de hombres y mujeres. La mujer voladora aparece en un sueño, pero entra a la casa y a la habitación, con su único ojo de cíclope, cuyas lágrimas son alimento de las abejas. Hay una enorme y desquiciante oleada de universo onírico cercano a lo surreal en estos cuentos, en donde la crueldad, la violencia se conjugan con el erotismo, la inocencia, el horror y la pasión y la muerte. Puede ser heredera de Édgar Allan Poe, Kafka o Ambroce Bierce, en sus cuentos hay decapitados cuyas cabezas vuelan y son lanzadas a patios, la Policía busca el cuerpo, mientras la cabeza asusta a quienes la contemplan. La voladora tiene el poder de transgredir la respiración de los personajes: “La voladora hace que papá se manche los pantalones y que mamá cierre muy fuerte sus piernas”. Los pezones de la muchacha se hinchan cuando la voladora llora sobre ellos y, mientras se hinchan, “se enloquecen los caballos”. Esas metáforas surrealistas logran un efecto visual, cinematográfico, siempre en el límite entre el delirio sensorial y la desmesura desquiciante de los sentidos. Pero ese mundo de los sueños logra que la naturaleza en su salvaje inocencia se conjugue con las emociones humanas, con los deseos y con la certidumbre de la muerte. Mónica es autora de la novela La desfiguración Silva (Premio Alba Narrativa, 2014), Nefando (2016), y Mandíbula (2018), así como de los poemarios El ciclo de las piedras (2015), Historia de la leche (2020). Sus cuentos figuran en Emergencias, Doce cuentos iberoamericanos (2014), y Caninos (2017). Ha sido seleccionada como una de las mejores narradoras de América Latina por el Hay Festival 2017, y premiada con el Next Generation Prize del Prince Claus Fund 2019 por su trayectoria literaria. Al leerla contactamos a la escritora ecuatoriana para conocer secretos de su universo creativo.

¿Qué imágenes de su entorno natural y humano nutrieron estas historias narradas con estremecedora y dramática belleza, conjugando lo infernal, terrestre y celeste?

- Los volcanes, las montañas, los páramos, las ciudades andinas amenazadas por los terremotos y la lava. Todo ese paisaje es bello y es destructor. Como dijo Rilke: “La belleza es la primera manifestación de lo terrible”.

Regresemos a sus primeros años. ¿Qué experiencias de infancia incitaron su imaginación y vocación literaria? ¿Qué hay de sus padres en su manera de ver el mundo?

-No comparto la misma visión del mundo que mis padres, pero eso está bien: me educaron para pensar por mí misma y ser independiente. Lo que despertó mi vocación literaria fue la sensibilidad: fui una niña bastante sensible y todo me afectaba demasiado. También lo fue el amor. Escribí por primera vez para que mi madre se sintiera orgullosa de mí.

¿Qué libros o autores deslumbraron su inicio creativo y cuáles perviven con igual o mayor intensidad?

- En su mayoría son poetas: Zurita, Jábes, Verástegui, Juarroz, di Giorgio, Varela, Álvarez, Carson...

Borges decía que no hay un día en nuestra vida que no visitemos el paraíso, pero también podríamos decir del purgatorio el infierno. ¿Cómo es su visión de estas paradojas que nos embisten?

- María Negroni, otra argentina, dice que el poema es la habitación oscura de la luz. Todo paraíso contiene su infierno y ese infierno su propio paraíso. Todo lo vivo se pudre, todo lo que se pudre genera vida.

¿Cómo construye sus personajes? ¿Cómo nacieron esos personajes como la apasionada adolescente por la sangre o esas brujas que además de volar tienen experiencias místicas?

- Pienso en los deseos y en los temores de la gente. Pienso en la gente y en sus múltiples identidades, a veces férreas, a veces resquebrajadas. Escribir es visitar los enigmas del yo y de todos los yos. Mis personajes salen de esa visita.

¿Cómo ha desafiado usted la pandemia en su confinamiento creativo? ¿Qué nuevos libros y autores ha redescubierto?

- Vivo en Madrid y acá está todo bastante normalizado desde hace ya algún tiempo. Vivo como antes, o casi como antes. Todo el tiempo estoy descubriendo libros y autores. Por ejemplo, he estado leyendo a Christian Bobin, Federico Falco, Marina Closs, Alda Merini, Angélica Liddel. Recomiendo mucho Un verdor terrible, de Benjamín Labatut.

Tengo particular interés en conocer ¿cómo fue el proceso de escribir Cabeza voladora o El mundo de arriba y el mundo de abajo?

- Cabeza voladora surgió de la macabra coincidencia de enterarme de un feminicidio en Ecuador en donde le cortaron la cabeza a una mujer y, a la vez, estar leyendo sobre brujas andinas que son capaces de separar voluntariamente sus cabezas de sus cuerpos. Quise, deseé, que la mujer asesinada fuera una bruja. Es decir, deseé lo imposible. Eso dinamitó la escritura del cuento.

Con El mundo de arriba y el mundo de abajo la idea fue trabajar un cuento como si fuera la elaboración de un conjuro. Quise escribir una especie de western-zombie-andino en donde un chamán intentara revivir a su hija y no le saliera, por supuesto, pero igual la llevara a subir un volcán. Es un cuento sobre el duelo, pero también sobre la belleza y los límites terrenales de la escritura. Todos los que escribimos querríamos poder conjurar, querríamos poder levantar a los muertos. Esa nigromancia es imposible, pero queda el deseo en las palabras y si ese deseo se siente cuando uno lee, entonces nos podemos dar por satisfechos.

Una pregunta personal, ¿qué miedos ha conjurado en su vida y qué miedos persisten?

- Me da miedo la soledad no buscada, la muerte o el daño de los que amo, la crueldad. Es decir, me da miedo lo mismo que a cualquier persona normal. Al fin y al cabo, le tememos a la violencia.

¿Cómo es su experiencia de hallar el tono, el ritmo y estructura de sus cuentos?

- Es una experiencia poética, es decir, musical, intelectual, emotiva. Se trata de darle cuerpo al lenguaje o que el lenguaje entre en tu propio cuerpo para hacerse carne contigo. Describirlo es muy abstracto porque se trata de agarrar un tono mental, una atmósfera en la mente antes que en el papel. Escribir es una forma de pensar.

Epílogo

Las historias de Mónica os llevan a las entrañas de la tierra y a la boca de los volcanes, al corazón de los seres humanos, a la excentricidad de personajes de una inusitada crueldad como

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