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Los que habían quedado por fuera de la Constitución

La Constitución de 1991 incluyó por primera vez a los que desde hacía 105 años habían quedado excluidos: los indígenas y las comunidades afros, las minorías étnicas, entre otros.

Aquella noche, la del jueves 4 de julio de 1991, fue histórica. Después de 105 años por primera vez firmaban en la nueva Constitución de Colombia, los que durante toda la historia habían sido excluidos: los indígenas y las comunidades afrodescendientes y las minorías étnicas.

Si en Bogotá, como en ciertos círculos sociales del país, creían en 1982 que el único Premio Nobel de Literatura debía ir a Estocolmo vestido de frac y no de liquiliqui, lo mismo ocurría con las comunidades indígenas que participaban como constituyentes. El mismo prejuicio volvió a relucir cuando llegaban emplumados y con sus vestimentas ancestrales al Congreso.

“Algunos constituyentes no estaban de acuerdo con que usáramos nuestro traje guambiano”, recordó años después Lorenzo Muelas. “Pero yo había tomado mi decisión, y, por honor a mi palabra, me sostuve. Lograr que nuestras propuestas fueran acogidas no fue tan fácil, como muchos creen. Había desacuerdo en reconocer nuestro derecho territorial. Ganamos cada pulgada. Esa noche, hacia mi curul, vi al expresidente López Michelsen, quien me dijo: ‘Lorenzo, te felicito. Tienes un buen asesor’. Fue un gran momento. Agradecí a todos los que nos habían apoyado. Por fin habíamos obtenido reconocimiento. Por fin habíamos dejado de ser menores de edad o dementes, como nos calificaban a nosotros, que hemos vivido treinta mil años en este continente. Queríamos una patria digna y llegamos a buscarla, diciendo verdades, luchando. Pero todo esto ha quedado en letra muerta”, diría con desencanto el mismo Lorenzo al evocar cómo lo firmado no se ejecutaba en la realidad, por el contrario, se vulneraban los derechos que durante siglos tenían sobre esa tierra en la que habían sido guardianes, precursores anticipados y visionarios de la salvaguarda del agua y la tierra, de la fauna y la flora y de la conservación del ecosistema. (Le puede interesar: Se cumplen 30 años de la constituyente en Colombia)

Junto a Lorenzo Muelas, estaban los líderes Anatolio Quirá Guauña, Floro Tunubalá, Gabriel Muyuy, quienes fueron los primeros senadores indígenas de Colombia. Pocos meses después de firmada la Constitución de 1991, que reconocía la diversidad cultural de las comunidades indígenas, se graduaba con honores como maestro en artes plásticas en la Universidad Nacional, el artista Carlos Jacanamijoy (Santiago, Putumayo, 1964) de la comunidad inga, quien aprovechó la coyuntura histórica para graduarse vestido con sus atuendos ancestrales, acompañado de su padre, Antonio Jacanamijoy, y sus familiares, todos emplumados, y el primer sorprendido fue el rector de la universidad, que no sabía que tenía a un miembro indígena en el aula y en la universidad. Aquella extrañeza de sus compañeros, así como ese descubrimiento del ser y el artista que ya era, fueron una prueba de las paradojas que viven los seres humanos en la Colombia después de firmada la carta constitucional.

Pero la misma visión de Colón al llegar a América, y de los conquistadores españoles que hace más de cinco siglos creían que los indígenas no tenían alma, y, por lo tanto, no eran seres humanos, siguió permeando la conciencia y mentalidad de los líderes políticos nativos. Si durante siglos se les estereotipó como “salvajes” y se les acusó de “caníbales y antropófagos” para justificar el exterminio y despojo de tierras y riquezas y legitimar el sometimiento sanguinario a fuego y espada, también las comunidades afrodescendientes y minorías étnicas fueron desacreditadas e ignoradas de todo proyecto de país. Fueron los indígenas y las comunidades negras las convidadas de piedra de las constituciones en Colombia. Nunca se les tuvo en cuenta a la hora de decidir quiénes debían firmarla, y siempre creímos, para mal nuestro, que lo que tenía valor procedía de París, Londres o Nueva York. Si a los niños siempre los trajeron las cigüeñas de París, ¿qué podían depararnos las comunidades indígenas y afrodescendientes que nunca se habían considerado un orgullo de la nación?

En la escritura retórica de las constituciones siempre estuvo presente un gramático que soñó con ser poeta, o un gramático político que soñó y logró ser presidente. Núñez, que fue presidente de Colombia cuatro veces, no escapó a sus veleidades de poeta, publicó un poemario en su juventud, y escribió la letra del Himno Nacional con música del italiano Oreste Síndici. Fue amigo de poetas como José Asunción Silva, a quien nombró en un cargo diplomático, al igual que al poeta Rubén Darío. Su casa de El Cabrero, en Cartagena, siempre recibió poetas, músicos y artistas. Los poetas europeos sospechaban que nuestra Constitución no parecía escrita para hombres de carne y hueso, sino para ángeles, pero en su afán por ser una pieza gramaticalmente y literariamente correcta, llegamos al extremo de la evasión de nuestras más dramáticas realidades y de nuestra cotidiana tragedia. Por estar sumido en la versificación de poemas juguetones y picarescos, el presidente José Manuel Marroquín dejó perder a Panamá en 1903, y no pareció enterarse de la catástrofe histórica de la que había sido protagonista sino cuando sus adversarios y sus más cercanos previeron el desastre sin reversa de una decisión apresurada y sin consenso nacional. (Lea además: Guerrero Figueroa, el humanista más allá de la Constitución del 91)

La Constitución que duró 105 años

La Constitución de 1886, que rigió a Colombia hasta 1991, fue liderada por Rafael Núñez, en oposición a la Constitución de 1863. Núñez depositó toda su confianza en Miguel Antonio Caro. La nueva constitución buscó la paz religiosa del país mediante la firma de un concordato con la Santa Sede, que exigió de entrada que el matrimonio civil y el divorcio vincular desaparecieran de la legislación colombiana. Culminada la guerra civil, en marcha la nueva constitución y logrado el acuerdo con la iglesia, Núñez vio acabada su misión y decidió regresar a la soledad de El Cabrero. La controversia extenuante y complicada de la nueva constitución se prolongó hasta el 31 de diciembre del año 1887. El nuevo rumor en Cartagena era que Soledad y Rafael, al no casarse por la iglesia, eran concubinos. En 1887 acuñaron monedas con la efigie de Soledad Román y Rafael Núñez, eso generó un escándalo, rechazo local y nacional y tuvieron que recogerlas. Le criticaban al presidente Núñez y a Soledad Román, el no haberse casado por la iglesia, sino en ceremonia civil en París. Núñez esperó que muriera su esposa Dolores Gallegos. El 23 de febrero de 1889, decidió casarse en matrimonio católico, en la iglesia de San Pedro Claver. La ceremonia fue oficiada por el obispo Eugenio Biffi. Núñez murió cinco años después, a sus 69 años.

Rezagos y discriminaciones

Con la Constitución de 1886 todo pasaba por el filtro de la iglesia y del Vaticano. Era obligatorio que escuelas, colegios y universidades enseñaran la cátedra de religión católica y se exhibiera la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que estaba por igual en la sala de nuestras casas y en el salón de clases. Era obligatorio que los estudiantes fueran a misa todos los domingos y, en la clase de religión, contaran lo que el sacerdote había dicho en la misa. La iglesia como institución estaba legitimada por la constitución para censurar las películas que se exhibían. Las miraban previamente y recortaban escenas eróticas o políticas.

Los hijos fuera del matrimonio eran considerados ilegítimos, bastardos y sin ningún derecho en la constitución del 86.

Aún quedan rezagos en la vida cotidiana de muchas de esas ideas heredadas de la vieja constitución. Cuando escuchamos que alguien dice: Son hijos naturales. Tengo un medio hermano. Es hijo de mi padre, pero no de mi madre. Es como decir que tienes un hermano a medias. En los colegios, además de la clase de religión, existía la cátedra de Comportamiento y Salud. Se calificaba Disciplina y Conducta. Un estudiante podía ser excelente académicamente, pero tener un comportamiento en contravía con la institución. Los prejuicios de la época no permitían que las mujeres estudiaran en las universidades o trabajaran fuera de casa. Una universitaria extranjera que quiso estudiar Medicina en la Universidad de Cartagena, hace cerca de un siglo, fue atacada por el monseñor de la época desde el púlpito. (Lea aquí la columna de opinión: La Constitución de 1991)

Logros de la Constitución

La Constitución de 1991, además de acoger la diversidad étnica y cultural, defendió la libertad de cultos religiosos, permitió el derecho al divorcio, la seguridad social, se replanteó el bipartidismo, se amplió el abanico de posibilidades ideológicas y políticas y se planteó el conflicto armado, y las encrucijadas sociales y económicas de la nación. Se dejó claro en esta carta constitucional que no había una sola manera de gobernar, y se confrontó el Estado de Sitio, el centralismo, el Frente Nacional, etc. La tutela fue la herramienta más activa para defender los derechos de los ciudadanos. Se creó la figura del Fiscal General de la Nación, elegido por la Corte Suprema de Justicia. La nueva carta constitucional fue fruto del consenso político nacional, porque allí firmaron líderes de izquierda, derecha, líderes indígenas, etc.

Pero, como dicen muchos de los constituyentes, no todo fue color de rosa. La belleza de las palabras y las buenas intenciones también se pervirtió en treinta años. Y se agudizaron los conflictos en el país, y surgieron nuevas encrucijadas no resueltas desde que Colombia es república.

Epílogo

Muchos de los constituyentes de aquel jueves histórico de 1991 se sienten defraudados como Lorenzo Muelas, porque la realidad rebasó las promesas de una nación en busca de sus igualdades sociales, y luego de 155 días de intensa escritura para encontrar la esencia de la nación en su nueva constitución, muchas de esas ideas se convirtieron en letra muerta.

La imagen de aquella noche podría ser un retrato de la diversidad de cuatro firmantes: Álvaro Gómez Hurtado, Horacio Serpa, el presidente César Gaviria y Antonio Navarro Woolf. Dos de ellos ya no están. Son parte de la memoria histórica.

En la calle, ese jueves, había fiesta.

En las esquinas y plazas, la gente estaba embriagada de felicidad. Se celebraba una nueva esperanza en Colombia.

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