Los luthieres son seres discretos y privilegiados, de una intuición iluminada porque la mayoría de ellos no toca un instrumento musical y, sin embargo, ellos afinan el instrumento que reparan y construyen y, sin proponérselo, escuchan la secreta voz de los bosques en la madera de la música. A todos les pregunto lo mismo: si en algún momento tuvieron la tentación de aprender a tocar el instrumento, y hay casos especiales en los que el luthier fue aprendiz de guitarrista o violinista o casos excepcionales de músicos consagrados que aprendieron el noble oficio de la luthería.
Cremona, en el sur de Lombardía, pequeña ciudad de Italia que no alcanza los ochenta mil habitantes, es la capital italiana de los luthieres desde hace quinientos años y la ciudad de los violines. Antonio Stradivari fue el más grande luthier de Cremona e Italia, y sus descendientes preservaron la tradición fabricando más de dos mil violines, de los que aún quedan setecientos en el mundo. También la familia Guarneri hizo lo suyo en este arte de la paciencia, la veneración al instrumento y la fidelidad a un diseño y a un sonido. En el corazón de la ciudad está la escuela oficial de luthieres, en la Plaza Marconi. Una réplica de esos violines de Stradivari se exhibió hasta ayer en Expo Música, en el Centro de Convenciones, en el Cartagena Festival de Música. Y de Cremona han venido muchos de esos luthieres a Cartagena, impulsados por ITA, la agencia italiana que preside Riccardo Zucconi. La Italian Trade Agency, que ha traído para su muestra de instrumentos de cuerda frotada, a los luthieres Liutaio Angelo Sperzaga, de la Escuela de Luthería de Cremona, Negroni Massimo, Abe Jun, Claudio Arezio, Di Pietrantonio Fabrizio, Roberto Salvianti. Junto a los luthieres de violines, a L. Polverini y Bugari Armando, luthieres de acordeones, Andrea Rivolta, en suministro de maderas y Borgani Saxophones, especialistas en instrumentos de viento. Los dos acordeones que trajeron a Cartagena volaron el mismo día que se exhibieron, uno de los instrumentos fue diseñado con los tres colores de la bandera colombiana. Estaban pensando en vallenato desde Cremona.
Al conversar con el italiano Riccardo Zucconi, él me dice que la filosofía de esta muestra persigue mantener una tradición de más de quinientos años. “La cultura no es diversión. No es posible sin economía”, me dice. “Se requiere rentabilidad. La cultura es una industria muy grande. En Italia hay muchas empresas que se han consagrado a la industria musical. Estamos en ochenta países, y ahora en Colombia. Nuestra primera experiencia en el país, gracias al Festival de Música, fue en 2016. Los luthieres de Cremona se abastecen de los bosques de abetos que están en el valle del norte de Italia. El estilo de los luthieres de Cremona nunca cambió desde el año 1500. En su forma, diseño, técnica, acabado, colores, sonido. En la escuela estatal de luthieres de Cremona hay más de 160 estudiantes. Es un distrito cultural que posee el Museo del Violín”. Entre los luthieres de Cremona hay dos colombianos: Giorgio Grisales, de Medellín, y su sobrino Ricardo Grisales, que apenas cumplirá cuarenta años y de los cuales lleva veinte como luthier de violines, violas, violonchelos. El tío dirige uno de los talleres de luthieres en Cremona. Dice que él, además de constructor de instrumentos, desea aprender a tocar el violonchelo. Tiene dos años en su aprendizaje. Admira a la violinista norteamericana Hilary Hann. Me cuenta que él trabaja en una habitación pequeña y una mesa en donde diseña y trabaja la madera de los instrumentos. Me presenta a la italiana Andrea que trae una muestra de las maderas y lo primero que hago es oler como los niños el misterioso rastro del bosque dormido en el árbol que se convertirá en violín. Entonces Andrea me dice que de un solo bosque no se construyen los violines. Los violines se hacen con el abeto de los bosques del norte de Italia, los bosques de arce de Bosnia, los bosques de ébano de Madagascar, India o África. La faja negra de los violines viene de esos bosques de ébano. El arce es el leño más suave de las maderas duras, me dice Ricardo Grisales. Entonces él me ayuda en esta metáfora real para esta crónica: los violines vienen con la música de tres bosques... No sé por qué sale a relucir el nombre del luthier colombiano Carlos Arcieri, uno de los grandes restauradores de instrumentos de cuerda frotada. “¡Es un restaurador fantástico!”, dice Ricardo emocionado.
El más veterano de los luthieres de Colombia es un hombre sereno, de mirada apacible, que ya cumplió sesenta años de estar reparando y fabricando instrumentos de cuerda. Es el lutier bogotano Alberto Paredes, quien vive en el barrio Crespo de Cartagena, y en un pequeño espacio que debió ser el rincón de los trastos de aseo, un ámbito casi invisible, donde solo caben él y el instrumento que construye, es capaz de forjar la rigurosa maravilla de una guitarra, un tiple, un violín o un laúd. Cada vez que lo veo le pregunto por qué instrumento va y en esta tarde de enero en el Centro de Convenciones de Cartagena, donde participa en Expo Música, me dice “he construido 1.031 instrumentos en sesenta años”. No solo los ha construido, sino que ha escrito un libro voluminoso y panorámico sobre su vida de luthier.
Le cuento a Riccardo Zucconi que Colombia apenas inició la Cátedra de Luthería como profesión universitaria, gracias al Cartagena Festival de Música. Él me dice que en Cretona la Escuela de Luthería hereda la sabiduría de Stradivari en más de quinientos años. Le digo que la intuición es prodigiosa en el Caribe y aquí tuvimos sordos iluminados que afinaban pianos y ciegos artistas que tallaban la madera. Pero que la tradición musical en la ciudad de Cartagena, bordea su propia edad: quinientos años. Los tres bosques del violín Stradivarius que me enseña no necesita que alguien lo suene porque ya está sonando silenciosamente, con su discreta y finísima belleza de bosque. Y él lo sabe: los luthieres escuchan la música de la madera.