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Las historias persiguen a los cronistas: Gustavo Tatis

“No has hecho otra cosa en la vida que contar historias”, dice Yola, mi madre, quien me recuerda sentado en los quicios de la vieja casa de Sahagún...

El único privilegio que tenemos los cronistas es que la gente confíe en que puede contarnos su historia. Y esa historia, cuando sale de los labios de sus protagonistas, se convierte en historia de todos. Pasa como un costal de emociones sobre nuestros hombros y nuestro corazón y pasa a los hombros y el corazón de los lectores. No transcurre una semana en que alguien conocido o desconocido no llame al periódico para que un cronista cuente la historia de un personaje de carne y hueso en las barriadas recónditas y marginales de Cartagena de Indias. “No has hecho otra cosa en la vida que contar historias”, dice Yola, mi madre, quien me recuerda sentado en los quicios de la vieja casa de Sahagún jugando con unos muñequitos de plástico a los que les daba nombre y vida y cada mañana después del desayuno empezaba aquella crónica interminable cuyos finales eran: “La historia continuará mañana”... Le puede interesar: Aquí los ganadores de la mejor Crónica de Carnaval ‘Ernesto McCausland Sojo’.

Mi querida e inolvidable vecina Hilda Díaz se asomaba por entre los bahareques de su casa y rompía los destellos de luz preguntando: “Oh, Monocuco, ¿en qué paró la historia?”, y dejaba de darle manducazo a la ropa en la batea de madera, solo para escuchar el cuento inconcluso de los indios y los soldados. En verdad, el Caribe es territorio de contadores de historias y en mi casa, como en todas, despertamos hablando después de bebernos el primer café del amanecer en el último canto de los gallos. Hace poco, en la Feria del Libro de Bogotá de 2022, se me aferró a la manga del saco un muchacho desamparado pero eufórico que me conmovió cuando terminé de hablar sobre Lucho Bermúdez. Se me acercó y no me soltó, me pidió que le regalara el libro porque no tenía dinero para comprarlo y estaba poseído por una felicidad bajo la lluvia en Bogotá que le había devuelto el ánimo y el entusiasmo que necesita el mundo para darse cuerda.

2022
trajo nuevas obras literarias como la de Meira Del Mar, poeta barranquillera que fue presentada en la Feria del Libro este año.

Tenía un solo ejemplar en mis manos y le había prometido regalárselo con una dedicatoria; en la firma de libros, fue el primero en plantarse frente a mí, esperando el regalo. De repente, él mismo saltó de su puesto cuando alguien que no era yo había puesto en sus manos el ejemplar metido en su bolsa. Me pidió que la dedicatoria fuera para su madre, la señora Nohra Laverde Casas, que cumplía años el 23 de mayo. “Quiero que ese regalo sea para ella, que ha estado muy enfermita. Ella nació en 1949. Está muy fuerte aún. Vive en el barrio La Serafina de Bogotá. Quiero que le agregue: ¡Feliz cumpleaños!”. Eso hice. Y ahora le digo señora Nohra: su hijo se parece a su nombre, Ángel María, que ha venido a la feria a alimentarse de la pasión olvidada de los libros.

“¿Será que a esa multitud que desfiló en la feria se le despertó la sed insaciable de leer, después de estos años de peste?”, me preguntó el amigo Fernando Gómez. Casi no se podía entrar a Corferias por la cantidad de asistentes, y la ciudad estaba colapsada con sus trancones bajo la lluvia y la oleada de frío. Me senté por la noche a escribir esta crónica y fue imposible porque los dedos se me habían engarrotado con el frío.

El pretexto de los abrazos

Nos encontramos en la feria con la gran amiga y editora de poesía Luz Eugenia Sierra, que preparaba la edición de la obra poética de Meira Del Mar, tal vez la hazaña literaria más grande de este 2022 que reunirá la obra de esta inmensa poeta de Barranquilla, acompañada de una serie de textos críticos e imágenes de la vida de esta mujer apacible y tierna sabiduría que hablaba con la misma cadencia con que escribía sus versos. Pocos años antes de su partida había perdido la vista, y su viejo amigo, el ya lejano y mítico inquilino de El Rascacielos y del Burdel de la Negra Eufemia, le había contratado a otro amigo para que fuera a su casa a leerle los libros que deseaba leer. Le pagaban semanalmente para que le leyera a Meira. ¡Qué gesto tan bello! Con Luz Eugenia conversamos sobre lo divino y lo humano, como con mi entrañable comadre Astrid Paternina Márquez, una amistad que empezó en Cartagena en los tiempos de la lámpara de Aladino y la bolita de hilo. Astrid y sus hermanos Jorge, Norma, Jesmith, Yamile, Vilma, nos consienten, junto a Aída Márquez, su bella y bondadosa madre, y toda su estirpe maravillosa que es de Sincelejo.

Siempre pienso, a propósito de la feria, en libros que quedaron en el olvido o en la sospechosa penumbra del destierro.

También me vi con mi viejo y querido amigo Gabriel Ibarra, hijo del gran poeta Gustavo Ibarra Merlano, de quien seguimos conversando y evocando su grandeza humana y literaria. Con mi amigo Roberto Montes Mathieu, excelente narrador y crítico literario, quien impulsa desde hace diecisiete años en Bogotá, el Magazín del Caribe, órgano de la Asociación de Escritores del Caribe, que ya llegó a 81 ediciones.

Epílogo

Siempre pienso, a propósito de la feria, en libros que quedaron en el olvido o en la sospechosa penumbra del destierro o en el resplandor también sospechoso de la fama de un nombre o una obra. Es el caso de la novela ‘Ulises’, de Joyce, un clásico del siglo XX; ‘El siglo de las luces’, de Alejo Carpentier, uno de los grandes clásicos de América Latina en el siglo XX; ‘Guerra y Paz’, de León Tolstoi, considerada la mejor novela del siglo XIX. Esta vez me regalé los cuentos completos de Raymond Carver, uno de los mejores cuentistas de los Estados Unidos. A la salida de la feria me deslumbré viendo el cielo de Bogotá. Había un abecedario de júbilo en el rostro de los jóvenes con sus morrales llenos de libros.

“¿Será que a esa multitud que desfiló en la feria se le despertó la sed insaciable de leer, después de estos años de peste?”, me preguntó el amigo Fernando Gómez.

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