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Las especies cautivas salieron en cuarentena

El mundo vuelve a respirar tranquilo en esta pandemia, pero ese esplendor durará hasta que regresen los depredadores.

En menos de siete días de confinamiento humano en el mundo, reaparecieron especies cautivas y amenazadas y algunas en peligro de extinguirse, como el águila quiebra huesos.

Mil ciervos recorrieron las solitarias calles de Nara, antigua capital de Japón, y entraron a los templos sagrados. En plena avenida en Madrid salieron a caminar los pavos reales. Los osos pardos salieron en Cangas del Narcea en Asturias. Los jabalíes y los elefantes celebraron la ausencia del depredador en cuarentena. En la Bahía de Cartagena de Indias las aguas verdosas y aún contaminadas se transparentaron ante la ausencia de canoas, lanchas y barcos, y reaparecieron los delfines a flor de agua. Lo mismo ocurrió en las aguas detenidas de los Canales de Venecia, que dejaron ver sus peces de colores. En el Parque Tayrona, en la Sierra Nevada de Santa Marta, las especies nativas estaban de fiesta: junto a los monos capuchinos y aulladores, estaban los tigrillos, zorrillos, los venados rojos, los ñeques, los osos hormigueros, los perezosos, la paloma torcaza, la pava de monte, los gavilanes, el azulejo, el turpial guajiro, entre otros. Y entre las aguas, los caimanes agujas.

En China y en sus mercados de compraventa y consumo de animales salvajes, descansaron los perros, las serpientes, los murciélagos, la civeta perseguida por los cazadores y otras especies, ante el decreto de no consumir animales salvajes, medida surgida en la amenaza devastadora del coronavirus. Si en China se consume el cerebro de los perros y la carne de las serpientes y la sopa de murciélago, al parecer, portador de este virus que tiene situado al mundo, en el Caribe tenemos siglos de estar consumiendo vacas, tortugas, iguanas, caimanes, cerdos, gallinas, pollos, pavos, venados, corderos, tiburones, mojarras, cangrejos, langostas, entre otras especies. La vaca es intocable y sagrada en la India. Es un animal con un halo mítico y protector. La compraventa de animales salvajes para consumo humano, uso medicinal en el mundo o para explotación comercial indiscriminada y brutal de la piel de ciertos animales para chaquetas, bolsos, zapatos y correas ha vulnerado la vida y amenazado con la supervivencia de muchas especies. El elefante aterrorizado porque sus colmillos son perseguidos y utilizados para el comercio de objetos ha mutado, y ya hay una nueva generación de elefantes que nacen sin colmillos. También el elefante ha salido a recorrer sus antiguos pasos liberado de la amenaza del hombre en cuarentena.

La Tierra ha empezado a respirar un poco

Katmandú, una de las ciudades más contaminadas del mundo en la India, ha visto en menos de cincuenta años la depredación de sus zonas verdes y su montaña ha sucumbido a la capa de esmog. El gobierno nepalí, que esperaba este año duplicar su turismo de montaña, con dos millones de visitantes, está en el colapso por el coronavirus. El Monte Everest, el más grande del mundo, con 8.848 metros sobre el nivel del mar, ha sido cerrado a los montañistas. Desde 1953 hasta hace poco han ascendido al Everest 10 mil escaladores, desde que lo subió el neozelandés Edmund Hillary. Por estos días de cuarentena, la humanidad ha dejado respirar un poco a la Tierra y al Monte Everest. Y con ello, han dejado cantar y vivir a sus especies cautivas y amenazadas.

La decadencia ambiental global y la supervivencia de las especies y, con ella la de los seres humanos, es una reflexión que no deja dormir a pensadores, científicos, teólogos, filósofos y artistas. Interpretar con argumentos científicos el origen e impacto del coronavirus en la naturaleza y en el ser humano es el desvelo de los pensadores.

Muchos de ellos coinciden en creer que este colapso biológico que vivimos no es gratuito y, es sin duda, una respuesta de la relación depredadora del ser humano con la naturaleza a través de la historia.

El filósofo alemán Markus Gabriel se pregunta: “¿Es posible que el ecosistema de la Tierra sea un gigantesco ser vivo? ¿Es el coronavirus una respuesta inmune del planeta a la insolencia del ser humano, que destruye infinitos seres vivos por codicia?”. Markus es autor de ‘Por qué no existe el mundo’, ‘Neoexistencialismo’ y ‘El sentido del pensamiento’ y sus interrogantes nos sorprenden en una profunda y lúcida reflexión titulada ‘El orden mundial previo al virus era letal’, publicado en Babelia de El País de Madrid, el 24 de marzo de 2020.

Sin duda, el origen de todas las pestes que ha sufrido la historia de la humanidad han sido, por un lado, la contaminación y envenenamiento de las fuentes de agua, ríos y mares y, en segundo lugar, el consumo indiscriminado de animales salvajes. En este consumo son claves los controles sanitarios, la alimentación y sacrificio del animal que también se ha expuesto a contaminaciones industriales y químicas. Y una tercera razón son las guerras biológicas o armas químicas generadas en los conflictos bélicos entre países. Entre las prácticas primitivas de lanzar cadáveres putrefactos al enemigo o arrojar venenos, arrojar bombas o disparar cañones en las dos guerras mundiales del siglo XX, hoy el enemigo invisible son los virus que hacen más daño que una bomba.

La amenaza antes y después

Para Markus Gabriel “el orden mundial previo a la pandemia no era normal, sino letal”, quiere decir que lo que la humanidad estaba haciendo en su relación con la naturaleza, inexorablemente lo llevaría a un colapso, y ha sustentado su tesis de que hay un veneno más poderoso que el coronavirus y ha sido “el veneno mortal que nos divide en culturas nacionales, razas, grupos de edad y clases sociales en mutua competencia. No olvidemos, la crisis climática, mucho más dañina que cualquier virus porque es producto del lento auto exterminio del ser humano”.

El filósofo propone que cuando pase la pandemia viral, la humanidad tendrá la necesidad de una pandemia metafísica que lo mejore como especie y como familia humana sobre el planeta.

“Necesitaremos una pandemia metafísica, una unión de todos los pueblos bajo el techo común del cielo del que nunca podremos evadirnos. Vivimos y seguiremos viviendo en la Tierra; somos y seguiremos siendo mortales y frágiles”.

Epílogo

Los animales miran la naturaleza como un reino al que han sido expulsados, amenazados y confinados a través de la historia humana. Las miradas de los cien ciervos en las calles de Nara son de extrañeza ante un mundo tomado por los seres humanos. Y la mirada de los delfines en Cartagena de Indias.

Los ojos de oro de las salamandras miran el cielo despejado de aviones. Los peces nadan en mares sin embarcaciones. Y en las alturas se asoman las águilas. Y los pavos reales sacuden sus abanicos de colores.

Ese esplendor durará hasta que regresen los depredadores.

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