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La vejez no es el final: Reflexiones de un hombre en el ocaso de la vida

Conozca los pensamientos de un cartagenero que ha alcanzado la dicha de vivir los 85 años de edad.

Abro los ojos con deseos de ver un nuevo día, tal vez un nuevo mundo. Una simple acción que hace recordar las traiciones que este cuerpo ha sufrido. La pérdida de uno de mis ojos, el glaucoma que lo desató, las semanas de dolor punzante en el rostro y, finalmente, el daño irreparable que dejó mi visión dividida entre la luz de la realidad que desconozco día a día, y la oscuridad de una ceguera acechante.

Apoyo los pies descalzos sobre las frías baldosas. Al ponerme de pie, mis piernas toman su posición habitual, un doloroso arco trazado por la apertura de mis rodillas hacia los lados. Desgaste natural que ha entorpecido mi caminar en los años pasados, y que me acompañará hasta los últimos días. Lea también: El artista cartagenero que esculpe la realidad a través de Funko Pops

Pero llegar a la vejez no es solo un recordatorio constante y doloroso para el cuerpo, sino que también es una dicha para la mente y el alma. Solo es cuestión de encontrarle el gusto a vivir.

Por ejemplo, tener más de 80 años solo es el dulce recuerdo de que ya puedo disfrutar de las recompensas de una vida de arduo trabajo y sacrificio. Hay siete millones de razones suficientes para aguantar estos viejos huesos. Solo basta con emprender un viaje a través de la ciudad que alguna vez conocí una vez al mes.

El lugar que me acogió y que creía conocer se ha convertido en un perfecto extraño. Tantos edificios nuevos, calles en obras y trancones que devoran el tiempo de la gente. Sin duda, ya no es la Cartagena que recuerdo, la austera y simple de los años 90 que me recibió cuando arribé de mi natal y amada Girardot, y que creo que no volverá.

La vejez no es el final: Reflexiones de un hombre en el ocaso de la vida

Mis días solo giran en torno al gusto de los años dorados. La confiable mecedora de coloridas fibras de plástico entretejido, una compañera incondicional de las mejores siestas a la brisa del atardecer, un café recién servido por el ‘chamo’ que se pasea cada mañana y la edición matutina del periódico. No se necesita más para la dicha de la vida en casa.

Los afanes de las mañanas me dan la oportunidad de ver, saludar y despedir a todos los miembros de mi familia, cuyas ocupadas vidas cada día toman un rumbo propio, dejando el hogar atrás. El mayor de mis nietos suele visitarme con frecuencia. Durante toda su vida ha sido un apoyo para este viejo. Es mi amigo, mi confidente, incluso mi bastón.

Mi pequeña mesada para él es un gesto que no puede faltar, en agradecimiento por su sacrificio y dedicación. No me queda mucho en la vida, y él perdió algo muy importante antes de realmente empezar a vivir. Es la razón de mi promesa. Hasta el último de mis días velaré por el bienestar del chico, siendo el padre que le quedó.

Ser un anciano también conlleva responsabilidades. Grandes pilas de cuentas y facturas siempre están a la espera. Aunque una pensión parezca ser una jugosa suma, la mayoría se desvanece en una tarde de cabeceadas con la calculadora y viajes al Efecty para pagar. Lea también: La historia de un hotel frente al mar de Cartagena que tendrá su película

Electricidad, agua, gas, televisión, Internet, no hay un límite para suplir las necesidades propias y de mi familia, pero un gasto de tal magnitud no representa un arrepentimiento. Mientras nada me falte y la felicidad de mi familia no se vea comprometida, el sacrificio de mi dinero no será en vano.

Al final de una vida, con la vista que se aprecia desde mi terraza junto a la avenida, los días se van para convertirse en tardes, y las tardes toman su tiempo para volverse noches.

La vejez no es el final: Reflexiones de un hombre en el ocaso de la vida

Y así, viendo a este mundo loco cambiar raudo y veloz frente al ojo de este viejo, puedo sentirme lo suficientemente tranquilo como para dejarme ir entre recuerdos y pensamientos, pudiendo dormir una vez más. El placer más simple y dulce que un hombre puede tener en los últimos años que le resten en esta travesía a la que llamamos vida.

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