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La última visita a Germán Arciniegas

Último encuentro con el gran historiador colombiano Germán Arciniegas, quien hace 30 años recibió el Premio Simón Bolívar Vida y Obra.

Aquella tarde en que Germán Arciniegas me dijo que pasara por su casa de Bogotá, luego de llamarlo para que me concediera una entrevista, pensé que se negaría. Estaba al borde de cumplir los cien años y escuchaba poco en uno de sus oídos, pero se ayudaba con unos audífonos, y parecía que ya no miraba con la tenue luz que se deslizaba de sus párpados, pero al entrar a su casa, su voz retumbó desde un sillón rodeado de libros. “¿Qué va a preguntar?”, me dijo. “¡Hágale!”.

Me senté frente a él, pero antes de empezar le conté que había leído muchos de sus libros gracias a mi padre, que desde muy niño me dio El estudiante de la mesa redonda (1932), Biografía del Caribe (1945) y una extraordinaria biografía de Gonzalo Jiménez de Quesada a la que más tarde le cambió el título por El caballero de El Dorado (1969).

El rostro achinado y sonreído de Arciniegas se derrumbó de emoción en el sillón, y cuando le pregunté por sus orígenes me habló de su abuelo, que participó en la Independencia de Cuba. Me confesó que la biografía de Quesada la leyó por una casualidad del destino el biógrafo Stefan Zweig, quien luego se las ingenió para contactarlo y sugerirle ese título: El Caballero de El Dorado. En ese libro supe que Cervantes y su familia estaban muy enterados de las andanzas de esos caballeros españoles que, en su delirio, abandonaron sus tierras para ir tras el espejismo de El Dorado. Cervantes veía en todos ellos a unos caballeros medievales en el límite entre la cordura y la locura, pues lo habían dejado todo por vivir en tierras tan lejanas. Ese mundo le intrigaba a Cervantes, quien veía pícaros y pillos en muchos de ellos, y en esas tierras pensó vivir y trabajar cuando la vida lo acorraló en Madrid antes de empezar a escribir su novela Don Quijote de la Mancha. En ese sueño frustrado pensó en Cartagena de Indias, en Santafé de Bogotá, en La Paz, Bolivia y Guatemala. Lea aquí: El poder de la lectura en voz alta, según Gabriela Arciniegas

El relato fascinante de Arciniegas me dejó boquiabierto y desde aquella tarde, fui tras el documento del 21 de mayo de 1590 en el que Cervantes le pidió al Rey de España que le concediera un trabajo de contador de galeras en Cartagena de Indias.

Germán Arciniegas me contó al atardecer, bajo la penumbra que sacudía sus ramas detrás de su ventana, que él siempre quiso ser novelista, pero la historia está llena de historias ricas y novelescas que compiten con el reino de la ficción.

Me contó que recibió una carta de Stefan Zweig que estaba deprimido con las noticias terribles y la amenaza inminente de la Segunda Guerra Mundial. Y Arciniegas le escribió invitándolo a conocer Bogotá. No hubo respuesta. Zweig se fue para el Brasil con su esposa, y escribió en la habitación del hotel Brasil, país del futuro. A medida que avanzaban las atrocidades y horrores de la guerra, Zweig acordó con su esposa no regresar a Europa en guerra. Y una mañana los empleados del hotel se cansaron de tocar a la puerta del huésped, a quien encontraron muerto junto a su esposa, los dos tomados de la mano, en el último instante en que se disponían a emprender el viaje a la muerte.

Arciniegas alcanzó a publicar cerca de ochenta libros. Mi padre consiguió uno que no aparece en su biografía: una serie de artículos de viajes que, si no me falla la memoria, se llama Rascacielos y zanahorias.

Tuve el privilegio de conocer a Germán Arciniegas, porque en 1992, hace treinta años, él ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en honor a su vida y obra. Y ese mismo año gané, junto a mi colega Gustavo Arango, el Premio Simón Bolívar al Mejor Trabajo Cultural.

Germán Arciniegas descubrió que el testamento de Gonzalo Jiménez de Quesada era casi igual al de Alonso Quijano, Don Quijote de la Mancha.

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Al caer la tarde

Al narrarme la batalla que emprendió su abuelo en Cuba, pensé que aquello era lo más parecido a un libro de aventuras, y un capítulo para un libro inconcluso que nunca publiqué sobre mis viajes a Cuba.

Germán Arciniegas me despidió al atardecer con una sonrisa. Su deseo era llegar a sus cien años con la misma frescura con la que había visto el paisaje de la Sabana de Bogotá cuando era un niño, y con la perplejidad con que había vivido la agitada vida política del país.

Germán Arciniegas era la pasión en carne viva de la historia de Colombia y de América. Hablaba del general Bolívar como si se refiriera a un pariente que acababa de partir. Arciniegas murió poco después de aquella conversación al atardecer, a seis días de cumplir sus 99 años. Había nacido en Bogotá el 6 de diciembre de 1900. Le puede interesar el pódcast: Tatis te cuenta la grandeza de Adolfo Pacheco, el último juglar

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