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La mujer que sobrevivió para ayudar a vivir

Ivana Babilonia tiene dos angelitos que la motivan a vivir con los pies bien puestos en la primera línea de la guerra contra el COVID-19. Esta es su historia.

El mundo de Ivana Vanessa Babilonia se derrumbó dos veces.

El primer derrumbe ocurrió cuando ella tenía 19 años y comenzó sin siquiera hacer ruido. Ivana estaba embarazada y asistía normalmente a todos sus controles, hasta que el doctor comenzó a notar que su tensión arterial solía estar más alta de lo normal. Eso, sumado al antecedente de su madre hipertensa, no se podía desestimar, así que había que actuar rápido: el 30 de junio de 2014 Ivana se encontró en una clínica, con un pie en este mundo y uno en el otro, aferrada a la esperanza de ver a su pequeño Jesús Ramón salir a 27 semanas de ser concebido, después de una cesárea de urgencia, victorioso de una preeclampsia que lo amenazó antes de ver la luz del sol... o la del hospital donde Ivana tuvo que mirar cómo lo intubaban a pesar de ser tan pequeño, tan frágil. Donde tuvo que presenciar cómo una falla en la Unidad de Cuidados Intensivos apagaba el ventilador que mantenía vivo a su niño y de paso parecía cortarle la respiración a ella misma.

Ivana fue tomando los pedazos de ese mundo y fue reacomodando el dolor con la paciencia de un artesano, pero terminó pasando por alto que ahora era hipertensa: su juicio con el tratamiento duró dos o tres meses, después, y pese a que entonces ya era estudiante de Fisioterapia, dejó de tomar sus medicamentos y, a decir verdad, sus hábitos alimenticios no eran los más saludables. Su carrera como fisioterapeuta caminaba a buen ritmo y, por más improbable que pareciera, aquella imagen de su hijo mientras la intubaban la motivó a decidir qué rama de su profesión escogería: la terapia respiratoria. “Ver lo que pasó con mi bebé me hizo leer mucho sobre ese tema, la terapia respiratoria, y, aunque al principio no me gustaba por todo lo que implica... desde mocos hasta ver sufrir a una persona, luego me fui apasionando y enamorando de esa parte de mi carrera porque ayudamos a salir adelante a las personas. Pude escoger la rama deportiva o cualquier otra, pero me decidí por esa”, me dice ahora a través del teléfono. Su voz es serena.

Ivana volvió a quedar embarazada en 2018 y volvió a estar a centímetros de la muerte. Otra vez la tensión arterial por encima de 180 o 200. Otra vez aquella preeclampsia severa, tanto que su cuerpo ya no respondía a medicamentos. Otra vez una cesárea de urgencia con riesgo de hemorragia. Otra vez ella en una UCI. Otra vez el bebé terminó yéndose para el cielo sin siquiera conocer la tierra. Se llamaba Eliut José.

Sigue reconstruyéndose

Las mamás suelen decir que nada reemplaza a un hijo y que nunca nada alivia por completo ese dolor que no tiene nombre y por ser inmenso no se puede ni se podrá narrar bien nunca. Así que después de su segunda pérdida, Ivana tuvo que ser mucho más fuerte para salir del abismo de la tristeza. Una de las cosas que tuvo que dejar de hacer fue trabajar con recién nacidos. Simplemente se sentía devastada al tratar bebés que inevitablemente le recordarían las sonrisas que no alcanzó a ver en los suyos, en los que salieron de sus entrañas.

“Superarlo, superarlo, ha sido difícil, ¿no? He tratado de sentir el apoyo, sentir que ellos siempre están a mi lado, siempre me están cuidando y, pues, mi sobrinita Luciana, que ha sido mi apoyo. Ella me ha querido demasiado, como si yo fuera su mamá, me decía ‘mami’. Desde los seis o diez días de nacida, a su mamá le dio varicela y se tuvo que aislar, así que yo mantuve a la bebé desde que era muy chiquita: la bañaba, le daba tetero en las madrugadas, todo. Se pegó mucho a mí”, cuenta Ivana.

Luciana tiene 3 años y es pura luz. Su sonrisa es lo que Ivana necesitaba para empezar a sanarse de cero y para seguir dedicando su vida a servir: nuestra Ivana trabaja como fisioterapeuta a nivel respiratorio en la Clínica Madre Bernarda. Sí, ella, que vio morir a su primogénito en una UCI y conectado a un ventilador que se apagó, dedica doce horas al día para asistir a quienes más lo necesitan, a quienes ya ni siquiera pueden respirar por sí solos pero merecen una segunda oportunidad sobre esta tierra.

Sí, ella, que es hipertensa y sabe que quienes padecen enfermedades crónicas -como la hipertensión- son más vulnerables frente al nuevo coronavirus, está ahí, cuidando hasta el último detalle de sus elementos de protección personal y con los pies bien puestos sobre la primera línea de batalla en medio de una pandemia que comenzó en diciembre de 2019 en China, pero de la que ningún ser sobre humano sobre la faz del planeta sabe cuándo terminará.

Al principio de la crisis, Ivana regresaba a la casa llorando por la increíble y enorme presión que todo el que trabaja en la salud hoy carga sobre sus hombros. Se deprimía, le contaba a su mamá que no tenía fuerzas para seguir, que le daba pavor contagiarse y contagiar a todos en la casa, pero al día siguiente regresaba a la clínica con ganas de invertir todo su empeño en salvar vidas, aunque eso signifique, a veces, arriesgar la suya.

“Un día nos ingresó un paciente, se ponía que no era sospecha de COVID-19, murió por una falla cardiaca... pero ahora a todos los cadáveres se les está tomando la muestra para confirmar o descartar COVID-19. Hicimos todo el proceso: el señor salió de su primer paro, todo bien, se intubó. Yo lo conecté al ventilador, todo perfecto, pero a la media hora el señor volvió a generar parada y se reanimó nuevamente, pero se reanimó, cosa que no se puede hacer con pacientes con el nuevo coronavirus porque se dispersan muchas partículas”, recuerda Ivana y remata diciendo que el señor murió y luego las pruebas dieron positivo. Todos los que intentaron reanimarlo sintieron miedo por el riesgo inmenso y la misma Ivana comenzó a sentir síntomas como dolor de garganta, de cabeza, malestar en el cuerpo... afortunadamente fue negativa para COVID-19 y parece que los síntomas fueron una jugarreta de su mente. (Le puede interesar: Controlar las enfermedades crónicas, un reto reafirmado por el COVID-19)

Con un propósito

Ivana sigue trabajando porque nunca habrá algo tan gratificante como ver que una persona que estuvo postrada en una cama, tan, pero tan cerca de la muerte, consigue levantarse y salir por sus propios medios ¡y seguir viviendo! ¡Y todo gracias a ti! O, mentiras, sí existe algo aún mejor: el cariño de toda la familia, pero muy especialmente el de Luciana. La niña que le ha pedido infinitas veces, desde su infinita inocencia, que cambie de trabajo un día cualquiera para que pueda abrazarla todos los días al llegar a la casa... como lo hacían hasta hace dos meses, cuando el coronavirus era cosa de noticieros y de otros países.

Después de saber que era negativa para COVID-19, Ivana volvió a abrazar a Luciana, pero ahora me cuenta que debe regresar a trabajar y que por eso vuelve a pausar, con el dolor de su alma, los abrazos para la pequeña Luciana. “Antes me decía: ‘¿Por qué no quieres a Luchi? ¡Ya tú no amas a Luchi!’, y eso me destrozaba el alma, pero ahora ya está más consciente y me dice: ‘Cuando te bañes, te echas alcohol y me saludas’, nos saludamos conectándonos”. Ivana confía en que todo termine pronto, que todos seamos libres para abrazarnos y ella para volver a intentar tener un bebé. Mientras tanto, seguirá reconstruyéndose.

“Como te digo, mis dos angelitos me dan fuerzas y sé que Dios me tiene aquí para algún propósito”, concluye y sí: ella sobrevivió para ayudar a vivir.

Ivana sigue trabajando porque nunca habrá algo tan gratificante como ver que una persona que estuvo postrada en una cama, tan, pero tan cerca de la muerte, consigue levantarse y salir por sus propios medios ¡Y seguir viviendo! ¡Y todo gracias a ti!

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