Era un lunes de enero de 1972 cuando aquello pasó y Ramón Pájaro Cotta no lo olvidará jamás.
Él, que entonces trabajaba como técnico de telecomunicaciones y se la vivía en las alturas reparando cables, llegó a la finca Aguas Vivas (entre Arjona y Turbaco) para empalmar ciertas redes... hasta ahí, todo bien. Ramón llegó a las nueve de la mañana, dispuso sus herramientas de trabajo al pie del poste al que subió ágilmente para emprender su labor. Pronto necesitaría bajar, pero un riesgo inminente se lo impediría. También le podría interesar: Los apodos en Arjona, una cultura que prevalece
Dios, el destino o la vida misma, o todos juntos, permitieron que Ramón observara antes de bajar a la tremenda manada de toros de lidia que se acercaba. Ni él sabe cómo lo hizo, pero se aferró al poste a pesar del susto tan tremendo que lo invadió y se prometió guardar la paciencia suficiente para esperar a que la manada pasada, lo que no sabía es que necesitaría bastante...
Uno de los animales, tal vez el más robusto -jamás olvidará que estaba marcado con el 385- se acostó bajo una sombra, prácticamente al pie del poste donde Ramón estaba trepado. Pasaban los minutos y el pobre cristiano seguía encaramado en los travesaños, callado y ardiendo... Ya saben ustedes cómo es el sol de verano en nuestros pueblos. Tenía sed. Buscó en su bombacho, a ver si conservaba el termo con agua que solía llevar a todos lados, pero pronto notaría que estaba en el suelo, peligrosamente cerca de la bestia. Nada que hacer, ¿o quizá sí?
Las horas pasaban y el 385 ni se inmutaba, así que nuestro Ramón decidió quitarse la camisa y agitarla, con la esperanza de que alguien lo viera, a lo mejor algún conductor de los que pasaban por la Troncal de Occidente. Quería, deseaba, anhelaba, necesitaba que alguien le diera al administrador de la finca que moviera al toro para bajar antes de que la misma borrachera terminara por arrojarlo justo al frente de la bestia. “Algunas personas me vieron, pero no sé por qué creían que estaba saludando, no me captaban el mensaje”, recuerda y se ríe.
Cuando el 385 decidió irse, eran alrededor de las tres de la tarde... “Antes de irse, el toro miró hacia arriba, caminó y sentí que se iba a devolver, porque miró para atrás, pero qué va”. Ramón por fin bajó, agarró sus herramientas entre el estiércol y se fue para su casa a hacer dos cosas: a comer y a contarle a su familia de la que se había salvado. Y sí: el 385 se convirtió en el responsable de que no hubiese comunicaciones durante tres días.
Toda una vida
Esa historia es solo una de las tantas anécdotas que Ramón Pájaro, más conocido en Arjona como ‘Moncho teléfono’, vivió en los 28 años que se encargó de mantener el sistema de comunicaciones de Arjona: era el técnico y tantos años después se lamenta por dos cosas... Es innegable que la tecnología la desplazó y el Estado no le ha pagado la liquidación que, según el mismo Ramón, se ganó a pulso con tantos años de trabajo.
Ramón tiene 84 años, ocho hijos, treinta nietos y cinco bisnietos. Es el ultimo técnico que queda del telégrafo, sistema que emplea señales eléctricas para transmitir mensajes de texto con códigos o comunicaciones de radio.
Pero hay algo que le aún queda a don Ramón: la satisfacción que sentía al ver a las personas contentas cuando escuchaban la voz de su ser querido, aunque estuviesen tan lejos... es que era él quien mantenía a los arjoneros comunicados con el mundo. Su función consistía en treparse en los postes de madera para reparar y mantener las redes que traspasaban centenares de kilómetros entre localidades vecinas tales como Sincelejo, Montería, Cartagena y Barranquilla.
En cuanto a su labor, Ramón señala que le correspondía entrar a las 6 a. m. todos los días y reportarse a la oficina, porque justo entonces saber cuáles eran las condiciones de la red, y era imprescindible conocerlas para ofrecer un buen servicio a la gente que lo requería. En los años 60, Arjona solo tenía una línea telefónica y funcionaba en una casa llamada Eufemia, en la calle del Mercado, años más tarde se trasladó a la Plaza Principal, donde hoy funcionan Personería y la Sijín.
“Los usuarios debían pagar hasta 600 pesos por un minuto, era muy caro. Ellos hacían filas inmensas para que el operador del telégrafo pudiera pedir línea a través del sistema magneto lo que muchas veces lo programaban con varias horas de antelación”, explica Ramón.
Otra de las responsabilidades del cargo de Ramón era operar la transmisión de los eventos tradicionales como las corralejas en varias emisoras de Cartagena como RCN y Caracol, más una de carácter local, La Voz de Arjona, las cuales debían compartir la red para que los oyentes pudieran seguir las incidencias del evento. En 1977 fue el Festival de Acordeones el que entró a ser parte de las redes para publicar el certamen musical.
La evolución de la telefonía fue tomando partido y es por ello que la primera persona que tuvo una línea telefónica fue Roberto Paternina (q.e.p.d), dada la cercanía de su casa con la sede de la operadora, eso se dio hacia 1975 y luego Telecom fue instalando sus antenas hacia el año 1980 y de ahí asignó más de 10.000 líneas. En 1989, entró la tecnología en su furor, y a finales de los 90 hasta nuestros días la telefonía móvil desplazó en gran parte la telefonía fija con sus cables.
Después de tanto...
Ramón Pájaro se siente agradecido con la vida, pues pudo subsistir gracias a los conocimientos como técnico que le heredó a su padre, sin embargo, confiesa que después de pensionarse se dedicó un tiempo a arreglar teléfonos fijos de disco pero tiró todo a la basura con la llegada de la tecnología: son obsoletos y nadie los quiere. Lea además: La historia tras una pareja que celebró 50 años de matrimonio en Arjona