La casa del Diablo es grande. Oscura, como el miedo.
Lúgubre, gris, se erige imponente en la esquina de la Calle Real del Medio y el Callejón de Santa Teresa, en Mompox, la Tierra de Dios que alberga además siete iglesias católicas.
Lo que todo el mundo ve es su fachada mugrosa y sus seis puertas tan escuetas como las seis ventanas, maltratadas por décadas de abandono. De tormentas, crecientes y prejuicios. ¿Qué hay por dentro?
Dos pisos. En el primero, una sala muy grande, de más de 200 metros cuadrados...una sola habitación que ha funcionado siempre como depósito. Cuatro baños dentro de la casa y dos más en el patio. Hay escaleras y un segundo piso al que ni siquiera alcanzaron a hacerle el piso. Apenas instalaron unas vigas de madera. Tres balcones.
Adentro -dicen mototaxis y vecinos-, vive Lucifer, que sale impecablemente vestido, a veces de caqui, a veces de negro, a veces de blanco. Y sus huéspedes son una mano que recorre las paredes, frenética y loca, y un perro negro y enorme, que destila candela por los ojos. Y los Viernes Santos, todo el que se atreva a asomarse por alguna rendija, verá una candela tan viva como la del infierno. Viven ruidos y sombras.
Dicen en Mompox y sus alrededores que todo empezó con un pacto de sangre entre el diablo y el dueño de la casa...dicen. Dicen también que el propietario llegó a tener tanto dinero como casas. Que para mantener el pacto, todos los años mandaba a un trabajador suyo a buscar un ternero perdido a una finca, y que los labriegos terminaban encontrándose con un toro grande, negro y de ojos de candela, que los arrastraba al infierno...dicen. Que siempre hay un par de goleros en los balcones. Que la casa nunca la terminaron de construir porque está maldita...que la pueden pintar mil veces, pero al día siguiente amanece tan sucia como siempre. Que si le construyen una pared se cae.
Y es verdad que nunca terminaron de construirla...¿por qué? La respuesta está en una historia secreta, tan fascinante como los cuentos de terror que momposinos y turistas van esparciendo por el mundo. La verdadera historia de la casa del Diablo en “la Tierra de Dios” tiene dinero, una bonanza petrolera, un accidente laboral fatal y un proyecto de prostíbulo. La cuenta Gabriel Amarís, hijo de don Enrique Amarís, el dueño y señor de la casa.
Un prostíbulo que nunca fue...
“Mi papá comenzó a construir esa casa hace mucho tiempo, entre 1950 y 1952. Llegó a construir 36 casas en el Barrio Arriba de Mompox, en el sur del pueblo y yo sé la verdad de todo porque él mismo me contó toda la historia”, dice Gabriel. No titubea. Vive en Mompox y es el guardián de la casona.
En Mompox había escasez de arquitectos y bonanza de maestros de obra, y don Enrique tenía el dinero para construir a sus anchas en la villa. Era un empresario metódico…un visionario. Y la región, pegada al departamento del Magdalena, nadaba en prosperidad por obra y gracia de dos empresas petroleras americanas, entre ellas la Troco (Tropical Oil Company), que empezaron a explorar en municipios como Santa Ana, San Sebastián y El Difícil, todos en Magdalena, cercanos a Mompox.
“Había asentamientos...usted sabe que donde hay plata hay negocio, y donde hay plata proliferan el juego y la prostitución. Y bueno, en San Sebastián construyeron un burdel, les fue tan bien, que los empleados de las petroleras gastaban sus quincenas con las mujeres”, cuenta Gabriel.
Enrique tenía un compadre, Telmo García Peña, otro visionario. Telmo le propuso construir la mejor casa de Mompox. Una mansión criolla… “una casa que sirva de atractivo” -dice Gabriel-, y Enrique aceptó y se metió la mano en el bolsillo. Tuvo que ser el acontecimiento de un pueblo en el que las casas de dos pisos podían contarse con los dedos de las manos. Y Telmo nunca le dijo a don Enrique sus verdaderas intenciones con la casa: quería hacerla un prostíbulo igualito al de San Sebastián.
“Telmo no le dijo bien para qué era la casa, pero mi papá le metió el hombro, porque tenía cuenta abierta en todos los almacenes de construcción, llegó a tener 36 casas”.
Una tragedia manchó de sangre la construcción de la casona: uno de los obreros fue borracho a trabajar, se montó en un andamio, resbaló y cayó. Murió. “En esa época no le paraban bolas a nada, lo enterraron y fuera”, comenta Gabriel.
Y justo cuando iba a concretarse el segundo piso, Enrique se enteró del proyecto “oculto” de Telmo y decidió detener todo. No importaba perder su dinero, no construiría ningún burdel.
“Mi papá vivía a dos casas, y tenía siete hijas mujeres y cinco varones… ‘no voy a hacer eso, qué tal que una de mis hijas termine en un prostíbulo’ ”, señaló. ¿A qué hombre sensato se le ocurriría montar un prostíbulo teniendo siete hijas?”
Ahora era la casa de la soledad y de los cachivaches, un simple depósito, pero desde que la abandonaron cambió su nombre por la casa del Diablo. Y entonces, los envidiosos comenzaron a decir que toda la plata de Enrique venía de las mismas tinieblas.
En la supuesta casa del Diablo, hubo dos moradores humanos, entre ellos Orlando Acuña, un ahijado de Enrique. En 1970, hubo una inundación grande en Mompox y Orlando se quedó sin dónde dormir, así que pidió posada en la casona. Hay quienes dicen que Orlando no aguantó ni un mes, porque estaba asustado. Gabriel dice que entregó las llaves cuando el invierno dio tregua. También la habitó Antonio De León Muñoz, el capataz de una finca de Enrique.
A Enrique Amarís lo sepultaron un 31 de diciembre -Gabriel no recuerda bien, pero cree que fue en 1986-. El empresario murió a los 85 años, pero el mito parece inmortal.
Epílogo
Pasando frente a la casa, en Mompox, pregunté si no tenía un custodio o un celador.
-Niña, qué más celador que el Diablo -me respondieron-.