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La familia Blanquicet Hernández quiere volver a levantar su casa

Una familia en Daniel Lemaitre quedó a la intemperie luego de un fuerte aguacero. Su casa, de más de cien años y deteriorada por el tiempo, fue declarada en ruinas.

Cristian hace guardia en su propia casa. No la cuida de maleantes, sino de los embates de la naturaleza que amenazan con derribarla con la fiel complicidad del tiempo que, pacientemente, resquebraja sus paredes y carcome la madera de su viejo techo. Él y sus dos hermanos se turnan cada noche para estar alertas, evitar que las lluvias y el viento los tomen por sorpresa, y terminen bajo los escombros de su propia vivienda mientras duermen.

Esa escena se repite desde la madrugada del 20 de agosto, día en que un aguacero y las fuertes brisas desplomaron una parte de su casa, a pocos pasos del colegio Liceo de Bolívar, en el barrio Daniel Lemaitre, donde algunos vecinos le dan albergue al resto de la familia (la mamá, de 62 años; cinco hermanas y un pequeño niño de 4).

“El susto fue tremendo. Estábamos durmiendo cuando sentimos el estruendo. Nos da mucha tristeza ver que la que ha sido nuestra casa por más de 30 años desaparece, porque ya no podemos arreglarla. Está muy mal y fue declarada en ruinas”, cuenta Cristian.

La casa tiene alrededor de cien años, asegura Margy, una de sus residentes. “Es una de las primeras casas del barrio”. En ese lugar está la historia de la familia Blanquicet Hernández. Allí, Pablo Blanquicet Carmona formó una numerosa familia con María Aided Hernández Osorio, una tolimense luchadora que debió trabajar al doble para sacar a sus hijos adelante.

“Mi papá murió hace 20 años, yo tenía apenas seis. Todos éramos unos niños. El más grande era mi hermano, que tenía 14, y a mi mamá le tocó sola”, agrega.

María Aided se rebuscaba lavando ropa o trabajando en casas de familia para mantener a sus ocho hijos, y se esmeró porque al menos todos terminaran el colegio. Ya todos son mayores de edad: el mayor tiene 35 años y los menores, unos mellizos, tienen 22, sin embargo, la situación económica de la familia no ha sido la mejor. Cristian, por ejemplo, se graduó hace poco como administrador de empresas de la Universidad de Cartagena y apenas empezó su vida laboral. “Por fortuna, pude hacer las prácticas y quedé trabajando. De los ocho hermanos, solo cuatro tenemos empleo y lo que ganamos no nos alcanza para todos los gastos. Aquí, o comemos o arreglamos la casa, porque para ambos no tenemos. Y es por esa razón que nuestra casa se deterioró poco a poco, porque realmente no tuvimos para arreglarla y para nosotros es muy triste porque fue lo único que nos dejó mi papá”.

La pesadilla de esta familia comenzó hace varios años, cuando el techo empezó a caer a pedazos y debieron desocupar la habitación principal. “Entre todos reunimos un dinero, compramos materiales y empezamos a construir, pero no fue suficiente y quedó todo a medias. De ahí no hemos podido continuar y aquí lo único que se puede hacer es tumbar y construir de nuevo”, explica Cristian.

Pero la situación se complicó hace pocos días, cuando agudizó su tragedia. Esa noche de agosto, el Cuerpo de Bomberos de Cartagena les recomendó evacuar la vivienda por el latente riesgo de colapso, pero ellos aseguran que no tienen a dónde ir. “Nosotros, cuando está lloviendo, nos quedamos despiertos, vigilando. Esa noche empezó a llover como a la 1:15 de la madrugada. Había mucha brisa y mi hermano Juan, uno de los mellizos, y yo estábamos muy pendientes y a la 1:30 vimos cómo se desplomó la pared y el techo. Gritamos, salimos corriendo de los cuartos. Mi mamá se puso a llorar, mi sobrino estaba muy asustado. No sabíamos qué hacer, pero con suerte contamos la colaboración de varias personas. El novio de mi hermana, la melliza, se la llevó a ella, a mi mamá y a mi sobrino para su casa y algunos vecinos nos dieron posada”.

María Aided parece confundida, entra y sale de su casa como queriendo olvidar su realidad, se le ve triste, sufre de trastorno bipolar, condición que heredó una de sus hijas. “A ella uno le explica las cosas pero a veces se encierra en su mundo y no quiere entendernos, pero hay que entenderla, ha pasado por muchas cosas. Una mujer ama de casa, que quedó viuda hace 20 años y solita le ha tocado sacarnos adelante. No ha sido tan fácil la situación para ella. Hay veces que se altera mucho, pasa llorando, la atacan los nervios...”, narra Margy, de 28 años, quien trabaja en una perfumería y por las dificultades económicas no ha podido continuar con sus estudios de Contaduría.

Cristian dice que para él sería fácil buscar un lugar donde vivir y resolver su propia situación pero se pregunta qué sería entonces de su madre y sus hermanos. Siente que sería una decisión egoísta. A falta de un trabajo formal, Yeni, la tercera de los hermanos Blanquicet, se rebusca vendiendo productos por catálogo, y Yesid, el mayor de todos, en su desespero y mientras sus hermanos me cuentan este triste capítulo de sus vidas, le pregunta al reportero gráfico si sabe de algún empleo en que pueda ayudarle.

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La familia Blanquicet Hernández ha pedido ayuda. Hasta ahora, solo un hombre de buen corazón les donó unas láminas de Eternit y no han conseguido el dinero transportarlas desde Bayunca. Esperan que alguien pueda tenderles la mano en este difícil momento.

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