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Los últimos instantes de Julieth Ramírez, víctima de protestas en Bogotá

Bogotá ardió por las protestas ante la muerte de Javier Ordóñez. La manifestaciones dejaron luto en 13 familias, incluyendo la de esta joven soñadora.

Los sueños estaban ahí, como realidades en potencia, próximos a cumplirse, poco a poco, con los años, con el pasar de los días, con la vertiginosa insistencia de alcanzar una meta.

Querer embarcarse en un crucero como traductora de español e inglés, viajar por el mundo, llenar de regalos a su hermana pequeña, llenar a su mamá y papá de orgullo. Con eso soñaba.

Antes de su muerte Julieth Ramírez le dijo a su madre que no se preocupara, que iba a tener dinero por cuenta de ella. Antes de morir, por cosas de la vida, se anticipó al cumpleaños de su pequeña hermana: ahorró de la mesada que le daba su padre y, faltando todavía tres meses para la fecha, le compró el obsequio que tanto deseaba su hermanita.

“El regalo, ya se lo compró, ¡qué dolor! Lo tiene guardado ahí. Es como una especie de aro de luz con trípode”, dice su padre, Harold Ramírez.

Quería tenerlo todo preparado. De hecho quedó listo. Pero también quedó una larga lista de pendientes, antes de su desafortunado y trágico encuentro entre la luz de su ser y la oscuridad tenebrosa de un disparo.

La vida de Julieth

Hija de una sucreña, de Corozal, que hace unos 20 años migró a Bogotá como muchos costeños con un maleta cargada de sueños, y de un bogotano a quien la mujer conoció allá, Julieth Ramírez nació en la capital de Colombia.

Vino a este mundo hace 18 años. Aunque aparentaba menos edad, “usted veía físicamente a Julieth y la encasillaba con una niña de 15 o 16 años, demenuzadita, chiquilla, como de 1,55 (metros) de estatura, era su fisionomía, nadie le creía que tenía esa edad. Que iba para los 19 años”, recalca su padre. “Eso sí, muy bonita, muy preciosa mi hija”, dice.

Julieth era como cualquier joven capitalina. Con una vida tranquila, sin más sobresalto que aquel ímpetu juvenil propio de su edad, enfocado en ella a cumplir sus sueños. Era obediente.

Terminó su bachillerato a los 15 años. Sus días transcurrían entre cuidar a su hermanita de diez años. Ayudar a su mamá y abrazar y consentir a su padre, cuando llegaba del trabajo.

Ya se había graduado como técnica en Educación a la primera infancia.

Estaba próxima a cumplir 19 años y sus días transcurrían también entre sus estudios de pedagogía, porque le gustaba enseñar a los niños, y de inglés, porque tenía una familiar que trabaja en un crucero recorriendo el mundo y ella quería seguir ese mismo sendero. Era buena para otros idiomas. “El sueño de mi hija era hacer eso, dedicarse a viajar por todo el mundo, me imagino en un trasatlántico, obviamente muchos de sus sueños se quedaron ahí truncados (...) Era absolutamente aplicada, una niña normal, uno exalta su juicio, su dedicación, su pasión por los niños”.

Tenía un novio que la quería inmensamente y al que ella adoraba, y un par de mejores amigas.

¿Qué depara el destino para nuestras vidas?, la respuesta es tan incierta como nuestro propio existir.

Una sucesión de hechos que tuvieron como génesis el asesinato por parte de la Policía de un hombre al otro lado de Bogotá, al que ni siquiera ella conocía, protestas violentas por esa muerte y el cruce de estos sucesos con la vida tranquila y cotidiana de Julieth, todo condujo a un desenlace fatal.

“Una cita de chicas”

Aquella tarde-noche, Julieth Ramírez salió de su casa en Suba Villa María, su mejor amiga la esperaba. Caminaron juntas a la vivienda de su novio, a unas cuadras de ahí. El muchacho las convidó a quedarse y pasar un rato ahí, pero ellas respondieron que no, porque ya tenían planes de “chicas” con otra amiga. Cita que realizaban a menudo. Encontrarse en alguna casa de las tres.

Y continuaron su camino a pie por las calles de una fría Bogotá que aquella noche ardía.

Entre los azares de la vida misma, se desviaron, porque querían llevar una gaseosa importada, que solo vendían en una tienda específica. Así que apareció otro rumbo.

Bogotá estaba inmersa en una serie de protestas violentas por el asesinato a manos de la Policía del ciudadano Javier Ordóñez, en hechos repudiados por todo el país.

Julieth y su amiga se toparon con una de esas manifestaciones y se vieron atrapadas en una multitud: vándalos se enfrentaban a la Policía. Caos, terror, temor, pánico.

Cayó ‘desmayada’

“Ella me pidió permiso la noche anterior. Mi hija salió, abordó a la amiga en la esquina, se fue al apartamento del novio, hablaron, él les insistió en que se quedaran, dijeron no, ya tenemos un compromiso de chicas. (En el camino) se antojaron de comprar una gaseosa importada, pero eso solamente lo vendían en una tienda e inclusive ahí está todavía la lata de gaseosa. Calculo yo que eran las 6:50 p. m. cuando se encontraron con el problema que, me imagino, que hasta ese momento se estaba armado”, añade.

En uno de los andenes de Suba, la joven Julieth se desplomó. “Se desmayó”, pensó su amiga. El auxilio llegó pronto, la socorrieron, pero no respondía, la llevaron a un centro médico y tampoco respondía. No había sangre, tampoco alguna herida a la vista. Cuando los médicos palparon bien, no hallaron vida, pero sí una herida de una bala perdida que, infortunadamente, encontró su corazón.

Sin respuestas

¿Quién disparó?, Harold, ese padre adolorido, me cuenta que hasta el momento todo se ha mantenido bajo hermetismo sepulcral. Ninguna autoridad le ha explicado nada, por lo que él mismo decidió emprender sus indagaciones. Él mismo ha investigado que, posiblemente, según testimonios de comerciantes, de personas presentes, videos de seguridad, habría sido la Policía la que disparó indiscriminadamente contra la gente. Contra Julieth. “No hay ninguna respuesta formal, sobre la historia médica o el resultado de Medicina Legal. Todo está sospechosamente hermético. Inclusive, quise solicitar la historia médica por medio de la Alcaldía de Bogotá, pero nada. En últimas yo soy el papá y nosotros queremos saber cuál fue el resultado de la necropsia. Me ha tocado ir en lo personal a recoger pruebas y testimonios”, relata. Y añade: “Está demostrado que fue por parte de la Policía... Eso no es negociable. Todo va orientado a que -el disparo- fue generado por la Policía... usted habla con los comerciantes y todos coinciden en que estaban haciendo disparos los policías. Más o menos ocho comerciantes coinciden en lo mismo, en que realmente había disparos del CAI para acá y hay videos que lo demuestran, literalmente, y eso no tiene dudas”.

Epílogo

“El objetivo de ella era vernos bien. Era una soñadora interminable, claro, siempre tenía esa mentalidad de sacarnos adelante a pesar de que no le mencionábamos nada, ella era muy generosa”, dice Harold sobre su hija. Después de su muerte llegaron decenas de mensajes de condolencias y donaciones a su familia, provenientes de personas en las que dejó huellas imborrables. “La violencia no los va a llevar a nada bueno, uno puede protestar de manera pacífica, yo podría perfectamente querer herirme con la Policía, porque soy víctima, pero no, hermano, si el día de mañana me toca abrazarme con un policía como institución, lo abrazo, yo no quiero odios, yo no quiero rencores”, puntualiza Harold, aún con muchas preguntas en su mente.

Aún sin explicar el porqué de ese insospechado mensaje que su hija compartió poco antes de su muerte en Twitter: “En mi funeral autorizo a que cojan la corona de flores y la lancen hacia atrás a ver quién será el siguiente”, como si de alguna manera vaticinara lo que ocurriría.

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