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Historias de ambulancias en medio de la pandemia

La misión: recorrer la ciudad de principio a fin para intentar salvar vidas. El principal obstáculo: la pandemia. Historias de ambulancias.

Para conducir una ambulancia se necesita mucho más que saber cómo manejar un carro. Se requieren nervios de acero y, últimamente, una precaución a prueba de descuidos. Julio César Alvear Marzán me dice que es operador de servicios de emergencia hace seis años y que si de historias se tratara, tendría bastante insumo como para escribir un libro y más en medio de esta pandemia. Para la muestra, un botón:

“La primera experiencia que tuve con el COVID-19 fue un paciente que sacamos de un hospital. Era un señor, le pongo unos 63 o 65 años, estaba realmente muy, muy contaminado con el coronavirus y lo mandaron para su casa. Cuando ya llegamos a su casa, en Turbaco, pasó lo más ¿chistoso? Llegamos al barrio y todos los vecinos corrieron a verlo. Yo les explicaba que no podían estar ahí, porque era una persona positiva para COVID”, recuerda y eso no es lo peor: “El señor, en la ambulancia, antes de bajarlo, se había quitado el tapabocas. Le dije que tenía que ponérselo porque así lo recomendaba el médico y él me respondió: ‘No, el tapabocas me lo voy a poner es cuando yo salga a la calle’.

-Señor, en estos momentos usted no se puede ir para ninguna parte, vea que usted está convaleciente, a usted lo acaban de mandar del hospital para la casa.

-No, no, no, no, es que este tapabocas yo no lo puedo usar todo el día, yo lo voy a usar es cuando vaya a salir y voy a salir mañana a la calle. Después nos enteramos de que el señor falleció”.

Historias de ambulancias en medio de la pandemia

Esta foto fue tomada precisamente el día que Julio César trasladó a Turbaco a un paciente con COVID-19 al que todos sus vecinos fueron a ver.//Foto: Cortesía.

“Nos cambió a todos”

A sus 59 años, Julio César vive en el barrio Nuevo Bosque, es padre de dos hijos y abuelo de tres niños que son su felicidad. A punto de cumplir 60, este hombre de voz fuerte, pero al mismo tiempo serena, se reafirma en su vocación de servir a las personas en el momento en el que más lo necesitan. Es una pasión que vive en él desde hace tiempo, cuando trabajó como socorrista de la Defensa Civil durante 17 años; después comenzó a meterse propiamente en las ambulancias y la pandemia lo sorprendió en esas, en un recorrido incesante por la ciudad a toda velocidad, ese afán necesario para salvar vidas. Para tomar en cuestión de segundos las decisiones que impactarán sí o sí en la vida de las personas, hay que formarse, por eso constantemente Julio se capacita en cursos de reanimación básica y avanzada y de manejo de heridos.

Sus turnos son de doce horas, entra durante dos días a las seis de la mañana y sale a las seis de la tarde; los dos días siguientes entra a las seis de la tarde y sale a las seis de la mañana y luego descansa dos días. Puede que haya días más “quietos” que otros, pero nunca una jornada es igual a la otra. Y menos con el COVID-19 de por medio.

“No le tengo temor al virus como tal, porque siempre estoy acompañado de Dios. Lo que siempre procuro es seguridad durante la pandemia. Siempre estoy con los elementos de protección personal, es decir: caretas, gorros, lentes, tapabocas n95, tapabocas quirúrgicos, dos enterizos (uno de tela y uno plástico) y las polainas para proteger los zapatos (esas que antes solo usaban los médicos para entrar a cirugía, ahora debemos usarlas todos)”, explica y cuenta que siempre, después de cada paciente COVID-19 confirmado o sospechoso, es imprescindible ir a desinfectar la ambulancia y no hacer más traslados en dos horas, “mientras actúan las sustancias desinfectantes”, aclara.

¿Que si la pandemia nos ha cambiado?, “claro que sí, lo ha hecho con todos y en todos los sentidos, y no solo en la forma de trabajar, sino en cómo vivimos día a día y cómo nos comunicamos”.

Ahora, me dice él mismo, es como si todos fuésemos sospechosos de COVID-19 porque, sencillamente, todos podríamos serlo sin padecer síntomas.

Ahora, me dice él mismo, es como si todos fuésemos sospechosos de COVID-19 porque, sencillamente, todos podríamos tener el virus sin padecer síntomas. Eso es algo que todos -también- deberíamos tener presente día y noche, así como el personal de la salud, pero que, lastimosamente, muchos aún desestiman. Todavía muchos salen a la calle sin la necesidad absoluta y sin protegerse como se debe porque piensan que esto no es serio o que es una falacia, que le están mintiendo a todo el mundo y que un simple virus no puede ser tan grave. “A todos ellos les digo que es una realidad, que hay que cuidarse, que no estamos jugando”, añade Julio y cuenta otra de esas historias que impactan, pero que aleccionan, vaya que sí.

En su más reciente trabajo, que terminó el 30 de junio -según la empresa donde trabajaba, lo echaron por la misma pandemia a la que él le pone el pecho-, Julio era el operador de una ambulancia básica en la que trabajaba junto a un compañero paramédico con el Hospital Local de El Pozón como base. “Una vez nos activaron para una urgencia vital en La Boquilla. El radio operador nos informó que había varios heridos por arma de fuego y nos dirigimos al lugar. Cuando llegamos, efectivamente, había tres o cuatro personas heridas por arma de fuego. Pasó que un grupo de personas estaba tomando ron en medio de la pandemia y la Policía llegó, la cuestión se complicó y hubo varios heridos. Uno de ellos, que estaba grave, tenía un balazo en el cuello. El médico del CAP de La Boquilla se montó con nosotros y ahí mismo trasladamos a otro de los heridos, que tenía un tiro en la rodilla.

“La norma indica que el paciente se lleva al centro asistencial más cercano, así que llegamos ensirenados a la Clínica San José de Torices. Al muchacho, al más grave, lo metimos directamente a la sala de procedimiento, estaba muy mal... y pasó de todo ese día: a uno de los médicos se le cayó el tapabocas, había cinco o seis enfermeras. Recuerdo mucho que el herido se aferraba al doctor, lo abrazaba y le decía: ‘Docto, no me deje morir’, y él le decía: ‘Mijo, tranquilo, ya estás aquí, ya estás en la clínica, ya te van a atender, yo no te voy a dejar morir’. El hombre estaba tan mal que tuvieron que entubarlo porque el tiro era en el cuello y no lo dejaba respirar. Al día siguiente, el médico supo que ese paciente era COVID positivo. Él se aisló y nos llamó. Le hicieron las pruebas, a nosotros no porque teníamos todos los dispositivos. Dos pares de guantes... Gracias a Dios”.

Y Julio, así como cientos de trabajadores de las ambulancias, y del personal de la salud en general, se la pasan en la valiosa labor de salvarnos, muchas veces hasta de nosotros mismos.

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