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Escritores que no van a ninguna feria

Hay escritores que jamás fueron invitados a ferias internacionales del libro y dejaron una obra bella y perdurable a la humanidad.

Hay escritores colombianos que son invisibles hasta en su propia casa. Hay muy buenos que ni siquiera han sido invitados a ninguna feria, menos a la Feria Internacional del Libro de Madrid, más allá de que haya un canciller que haga la lista de invitados o un funcionario que elija a los que tienen que representar a un país, en este caso, Colombia, nación invitada de la feria de Madrid en 2021. No siempre los que van son los que han tenido que ir. (Lea aquí: La polémica por exclusión de escritores colombianos en Feria de Madrid)

En toda elección hay mucho de impulsiva y alegre arbitrariedad, complacencia de amigos y aspaviento protocolario. Hay quienes van a todas las ferias con la ilusión de que el año próximo repetirán, como quien hace carambolas o gana con el doble seis en una partida de dominó, y muy probablemente no les alcanzará el resto de la vida para seguir asistiendo a las próximas ferias, mientras que hay otros que jamás han ido y tal vez jamás vayan porque tampoco desean ser invitados.

Autor excomulgado

Hay casos excepcionales de escritores que, además de invisibles, han sido condenados por los hados secretos y maléficos de la burocracia.

José María Vargas Vila, por ejemplo, fue borrado de los textos escolares, porque además de blasfemo, ateo y nihilista, fue excomulgado y detestado, habiendo escrito novelas tan hermosas como Aura o las Violetas, un ensayo biográfico de Rubén Darío y un ensayo político furibundo contra los Estados Unidos, se ganó el repudio de sus contemporáneos por escribir verdades que aún nos siguen doliendo. No le perdonaron que atacara a curas y monjas y lo desacreditaron con la infame historia desquiciada de que se había disfrazado en un carnaval para enamorar a su propia madre.

A veces es preferible no conocer a los escritores, sino a sus propias obras.

El Caribe invisible

Si en las ferias del libro en Colombia no terminamos de conocernos como nación diversa, qué podemos esperar de las ferias internacionales donde un autor del Caribe o del Pacífico, de los Llanos o el Amazonas, con obras perdurables no son conocidos y reconocidos entre nosotros mismos.

En este 2021 que celebramos los cien años del natalicio de Héctor Rojas Herazo, aún se desconoce la grandeza de este novelista y poeta nacido en Tolú. La sola novela En noviembre llega el Arzobispo, de Rojas Herazo, es una de las mejores escritas en Colombia. A un poeta gigantesco y continental como Giovanni Quessep, nacido en San Onofre en 1939, con una obra publicada en España y valorada dentro y fuera de nuestras fronteras, nadie lo invita a representar al país en una feria como la de Madrid, cuando es un autor con una obra singular que nos representa con orgullo ante el mundo.

Escritores que no van a ninguna feria

Héctor Rojas Herazo.//Foto: Cortesía.

Un poeta y narrador que acaba de dejarnos con una obra pulida a pulso en más de sesenta años, José Ramón Mercado, jamás fue invitado a ninguna feria internacional, pese a la grandeza de su obra. Y allí podríamos mencionar dentro de grandes autores colombianos a Marco Tulio Aguilera Garramuño, el autor de la célebre novela Breve historia de todas las cosas; Gustavo Álvarez Gardeazábal, quien celebra este año su medio siglo de haber escrito esa clásica novela Cóndores no entierran todos los días, premiada en España; Roberto Burgos Cantor, fallecido en 2018, tampoco era invitado a ferias internacionales, poco antes de ser premiado en Cuba, Venezuela y Colombia. Con su discreción de monje tibetano y cazador de historias, tardó en figurar en el azaroso destino de las ferias. Pero si se mira a las regiones, el silencio se prolonga en desigualdades aunque brillen las obras de autores como José Luis Garcés González con Fuga de caballos; Julio Olaciregui, que ha escrito muchas novelas desde Domingos de Charito hasta la más reciente Las palmeras suplicantes; Darío Ruiz con novelas como Hojas en el patio, Las sombras y el libro de cuentos La ternura que tengo para vos; Adolfo Antonio Ariza, Mañana cuando encuentren mi cadáver; John Jairo Junieles, con su novela El hombre que hablaba de Marlon Brando; Marco Robayo, Piel de ébano; Orlando Echeverri Benedetti, con novelas destacadas como Sin freno por la senda equivocada y Criacuervo y el libro de cuentos La fiesta en el cañaveral. Junto a las destacadas y laureadas novelista Pilar Quintana con sus novelas La perra y Los abismos, está la cartagenera Margarita García Robayo con su serie de novelas El sonido de las olas, está la barranquillera que irrumpe Karina Medina con su novela La fortuna de los bendecidos, está la monteriana residenciada en Cartagena Carmen Victoria Muñoz, con una obra narrativa valiosa y aún poco valorada y divulgada, con su novela Solo quiero que llegue la noche o el libro de cuentos El cadáver se bajó en la esquina.

Fuera de la fiesta

A veces viajan los libros solitariamente sin sus autores. A veces viajan los que tienen más ínfulas que talento, aquellos que dicen tener un libro en la cabeza pero jamás lo escriben, y ya quisiera uno que viajaran los que nunca han escrito nada pero que hacen de su propia vida un poema.

En Colombia, los contemporáneos no juzgan la obra de un escritor sino lo que se dice de él, lo que se supone o piensa y la vida que lleva el escritor. Un poeta descalzo y desnudo como Raúl Gómez Jattin jamás fue invitado a ninguna feria del libro, solo a los festivales de poesía de Medellín, por razones personales y psiquiátricas. Pero en Medellín lograron el milagro de que le dieran permiso para salir del manicomio a recitar sus poemas ante más de cinco mil personas que se pusieran de pie para aplaudirlo. A otro poetas célebre y escurridizo, Luis Carlos “El Tuerto” López, no me lo imagino en la lista de un funcionario del gobierno.

Los poetas del movimiento Nadaista en los años cincuenta intentaron derribar estatuas mentales dentro de la mojigata y conservadora sociedad colombiana. Fueron ellos los primeros en leer sus poemas escritos sobre rollos de papel higiénico y en desafiar los convencionalismos. Pero más que posturas estrafalarias, el escritor no tiene por qué parecerse al estereotipo perverso que tradicionalmente se ha perfilado de él. No son ángeles, aunque algunos lo parezcan. Son seres humanos de carne y hueso que tienen los mismos sufrimientos del resto de la humanidad, ciudadanos de un mundo cada vez contaminado de miedos, terrores y prejuicios, en donde el sentido de la belleza o la emoción por la belleza aún extraña o asusta.

A veces es preferible no conocer a los escritores, sino sus propias obras. No todos tienen la nobleza y la sencillez de Juan Rulfo, ni la discreta sabiduría de Aurelio Arturo. Algunos tienen un ego más grande que las torres más empinadas del universo. Otros tienen la humildad de seres maravillosos como ese Abraham de Voz, que jamás ha escrito un poema, pero adivina dónde entra y fluye el agua debajo de la tierra.

Escritores que no van a ninguna feria

Roberto Burgos Cantor.

Epílogo

Un país como Colombia no cabe solo en la mirada de unos cuantos novelistas y cuentistas. A un país como Colombia hay que seguirlo descubriendo no solo en la voz de sus poetas más recónditos, nada oficiales, aquellos invisibles de toda lista preconcebida o manipulada. Tan invisibles y conmovedores que viven dentro de una metáfora.

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