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Libreros del Parque del Centenario: el pan nuestro de cada libro

Los libros de Gabriel García Márquez han sido, desde hace mucho, los más solicitados en el Parque del Centenario, pero el rostro del escritor se ha vuelto escaso en los billetes.

Veintinueve libreros de Cartagena que han sobreviven en el Parque del Centenario vendiendo sus libros de segunda mano no resistieron más y decidieron cambiar libros por comida durante tres días de septiembre.

En pancartas, cada uno escribió en letras rojas un clamor que salió del parque, sacudió el corazón de los transeúntes y los ciudadanos desprevenidos de las redes sociales, y pasó de los noticieros radiales y televisivos y de la prensa escrita, a ser un grito internacional de emergencia pública: Los libreros se están muriendo de hambre. (Lea aquí: [Video] Libros por comida: la iniciativa de los libreros del Parque Centenario)

Cada uno de ellos tiene una sección delimitada de libros infantiles y juveniles recomendados en el plan lector de los colegios de Cartagena, y otra sección de libros de autores colombianos, entre los que están Gabriel García Márquez, Germán Castro Caycedo, Juan Gossain, Germán Santamaría, Óscar Collazos, Roberto Burgos Cantor, Germán Espinosa, entre otros. En otra sección, no tan visible, están los libros de pasta dura forrada en cuero dorado, los libros clásicos desde La República, de Platón; Las mil y una noches, la serie de Premios Nobel de Literatura, con autores ingleses, norteamericanos, autores latinoamericanos: Rulfo, Cortázar, Carpentier, entre otros, novelas policiacas, de suspenso, intriga, como Agatha Christie y Édgar Allan Poe, y autores más recientes de Cartagena: Pedro Badrán, John Jairo Junieles, Orlando Echeverri, Margarita García, entre otros.

Odisea de los libreros

Enrique Ochoa Pérez, de 74 años, nacido en San Onofre, con 30 años de ser librero en el parque, 11 hijos, de los cuales han fallecido 3, vive en la Calle del Tamarindo del barrio El Reposo. Dice que nunca había vivido una situación similar desde que empezó a vender libros en la avenida Venezuela.

Conserva el carnet que le entregó el entonces alcalde Nicolás Curi cuando decidió reubicarlos en el Parque del Centenario.

“Nosotros no le estamos pidiendo nada a la administración distrital, solo que nos dejen trabajar. Poco antes que empezara la pandemia, viendo que la situación se ponía difícil, los libreros decidimos vender artesanías como complemento de los libros, pero no lo permitieron las autoridades, como si libro y artesanía no fueran cultura. Así que ahí tenemos las artesanías, guardadas”.

Enrique dice que el autor que más ha vendido en su puesto es a García Márquez, perseguido por los turistas extranjeros. Todos sus libros se venden allí. Antes de la pandemia, en el apogeo de marzo a principios de mayo, lograba vender más de doscientos mil pesos, pero ahora verle la cara a García Márquez en los billetes de a cincuenta se ha vuelto escaso. Ahora no se vende nada. Él, como el resto de libreros, vive de milagro, trabajando de lunes a viernes. El sábado es libre y sagrado porque es adventista.

Enrique dice que el autor que más ha vendido en su puesto es a García Márquez, perseguido por los turistas extranjeros. Todos sus libros se venden allí.
A punta de libros

A punta de vender libros, Dairo Puerta Alvis, de 63 años, de Córdoba Tetón, dice que ha logrado sostener contra viento y marea los estudios de su hijo Alfonso Enrique Imitola, quien estudia octavo semestre de Ingeniería Civil en la Universidad de Cartagena. Dice que el autor que más vende es García Márquez, pero también escritores colombianos y cartageneros.

Víctor Lenes Garcés, de 70 años, vino de Lorica a los 10 años y vivió en Chambacú junto a su padre Víctor Lenes Ávila, quien vendía guarapo en el barrio, trabajó en el viejo mercado cargando las canastas, se rebuscó como embolador y descubrió en aquellos años que a los libreros en el espacio público no los perseguían, así que decidió ser librero. Víctor tiene 9 hijos, su esposa Miladis Arreola murió por complicaciones renales el 30 de diciembre de 2020. “Soy viudo”, dice en un suspiro de desaliento viendo el desconsolado arrume de sus libros.

“Gracias a esta vida de librero, he sostenido la carrera de mis hijos: dos policías, una abogada, un tecnólogo, un administrador de empresas y un contador”.

Cuenta que antes de la pandemia las mejores temporadas empezaban en enero a abril, vendiendo diariamente hasta 300 mil pesos. Se lamenta de que antes trabajaban de 8 de la mañana a 10 de la noche, pero la administración les redujo el tiempo hasta las 7 de la noche.

“Esas horas que nos cercenaron eran el tiempo en el que los turistas venían a comprar libros, pero después de la pandemia, todo se empeoró. Nos prohibieron resistir con artesanías”. (Le puede interesar: “Se superaron las expectativas”: libreros por cambio de libros por comida)

Nos volvimos virtuales

William Correa Fonseca, cartagenero de 47 años, 3 hijos, vive en Torices y desde hace 24 años es librero en el parque. Es hijo del fallecido librero William Correa, quien tenía la Librería El Triunfo en el mercado viejo.

Dice que el desastre económico de los libreros empezó antes de la pandemia con los libros digitales y con las claves digitales que le recomendaban las editoriales a los colegios de la ciudad, para que los libros fueran leídos con un chip por los niños y jóvenes.

“Después vino la pandemia y nos volvimos virtuales. Eso terminó por rematarnos”.

Cachenche solidario

Francisco Amado Mena, de 62 años, de Quibdó, tiene 32 años de vida de librero en el parque. Regresó a su tierra para encontrar su amor: Marlis Eloísa Rentería, en el Chocó, y se la trajo para Cartagena. Dice que además de vender libros de García Márquez, piden mucho las novelas de Manuel Zapata Olivella.

Cuenta que se ha sorprendido por la solidaridad de la ciudadanía ante el drama de todos los libreros. Han venido todos, menos ningún funcionario de la administración distrital. Francisco dice que solo han venido a corretearlos para que no vendan más artesanías y para adelgazarles el espacio de los sueños laborales y económicos.

Los campesinos de Cachenche, en Marialabaja, llegaron a los 29 puestos de los libreros con un camión de plátano, yuca, ñame, mazorcas. No vinieron a ningún trueque de libros por comida, vinieron convocados por la solidaridad humana.

Como los campesinos de Cachenche, vinieron los campesinos de Turbana con otro camión de mercados y un viaje de plátano, yuca, ñame, para los libreros. (Le puede interesar: Cartageneros se solidarizan con los libreros)

Comida por libros

Arturo Márquez Romero, de 51 años, 3 hijos, tiene 30 años de ser librero y sostiene a 6 personas en su casa. Está conmovido por la solidaridad ciudadana, pero se queja del silencio y del desamparo que han tenido las autoridades. “A veces me aterra pensar que deseen sacarnos de aquí, y que ese silencio sea un complot”.

Víctor Padilla Morelo ha recorrido en los últimos cuarenta años todos los espacios de los libreros, desde Chambacú, el Parque de las Flores, la avenida Venezuela y el Parque del Centenario. Celebra que los cartageneros hayan sido solidarios, incluso en el trueque de alimentos no perecederos por libros. Víctor es uno de los que más vende libros de autores cartageneros, desde Luis Carlos López, Raúl Gómez Jattin, Burgos Cantor, Germán Espinosa, entre otros.

Epílogo

La librería de libros usados de la Torre del Reloj, promovida por María Cristina Gutiérrez, fundada por su abuela en 1949, y continuada por su Aníbal, su padre, es la más antigua de Cartagena. Son los libreros de tradición que persiguen el libro raro, la primera edición, el libro que entró en el olvido del tiempo. Los viejos libreros tienen cierta compasión con los autores ausentes y con la aureola de autores del mundo que duermen su propio olvido, hasta que una tarde llega alguien a despertarlos del extraño letargo de oro de sus páginas envejecidas.

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