Han pasado 24 largos años desde aquella vez que Ender Salas Polo, un joven inquieto, vio por las calles destapadas de su natal Soplaviento la danza de una comparsa de Son de negro, de Evitar, y pensó que él, en su barrio, con sus amigos, podía hacer lo mismo: pintar sus cuerpos de negro y bailar al son del tambó.
Lo sintió en su sangre y así lo hizo. Tenía solo 13 años, era un adolescente y convidó a un grupo de muchachos a disfrazarse y dejarse llevar por el repique de los tambores. “Vi un grupo de Son de negro de Evitar y decía: esto lo podemos hacer también nosotros. Entonces cogíamos un tanque de tambor; un rayo de coco de esos de metal y tocábamos con un tenedor -era la guacharaca- nos pintábamos con llanta quemá y con aceite de cocina, después vino la transformación”, relata. “El primer tambor nos lo regaló Héctor Mendoza Polo y otros docentes de la institución (...) éramos un grupo de amigos del barrio, recuerdo que arrancamos un 6 de enero de 1996, comenzamos a practicar, después empezamos a asistir a festivales”, relata.
Esa sería la génesis de una agrupación folclórica que este 2020 ha llenado de orgullo a todo el municipio rivereño y también a Bolívar. “No he tenido maestro, no he tenido padrinos, no he estudiado esto”, añade Ender. Así, empírico, ha llevado las riendas por más de dos décadas de este orgullo musical forjado a orillas del Dique. “Siempre he sido el director del grupo. Hemos participado en diferentes festivales desde entonces. Comencé este grupo con 20 personas del mismo sector pero en principio bailábamos Son de negro cimarrón, que veíamos de Evitar, Bolívar, porque de ahí viene la ascendencia de nosotros. Era contradictorio porque, siendo de Soplaviento, tocábamos y bailamos como evitarelos. Pasados 5 años quisimos bailar Son de negro soplavientero, que es muy diferente por el sombrero en forma de canoa, por la forma de danzar, por la forma de tocar y por la forma de cantar”, añade.
Han pasado más de 80 bailadores desde entonces por la comparsa soplavientera que anima fiestas del pueblo. Casi que siempre han tenido que luchar mucho para asistir a sus presentaciones, porque el apoyo para sus viajes no ha sido abundante. “No ha sido esa colaboración que uno espera, pero bueno, hay que darle las gracias también a las administraciones municipales que nos han apoyado, a los padres de familia, a mi familia, a mi grupo base, que ya son profesionales y nos están colaborando”, sostiene. Incluso, en 2015, se quedaron con las ganas de bailar en el Festival de Tambores de San Basilio de Palenque, “nos vetaron por cuatro años porque no pudimos asistir por falta de apoyo, eso desmotivó mucho a los muchachos”, narra Ender y agrega: “en el Carnaval de Barranquilla, en 2019, también nos vetaron por lo mismo, porque el alcalde del momento (de Soplaviento) no nos patrocinó para asistir. Tuvimos que enviar una carta para que nos volvieran a admitir. Han sido momentos difíciles de mi vida, ver a los niños del grupo llorar porque no íbamos para esos eventos, el grupo estaba bajo de nota, son cuestiones que pasan”, refiere.
“Nos preparamos, comenzamos a practicar desde noviembre, en diciembre paramos para final de año y, en enero, retomamos, paramos para el tradicional Moja moja de Soplaviento (fiesta popular del municipio), después del 20 enero retomamos las prácticas. Hacemos ejercicios, nadamos para fortalecer la parte física. El Son de negro es un baile de mucha fuerza, se tiene que estar muy bien preparado, a veces la gente no entiende eso”. Ender ahora explica cómo llegaron a alcanzar una de las proezas del folclor soplavientero, en el Cumbiódromo de Barranquilla. Uno de sus sueños, ese que siempre lo ha acompañado. “Habíamos participado tres veces con esta en el Carnaval de Barranquilla y en esta última, en 2020, ganamos en el Carnaval de los Niños”, cuenta, emocionado.
“El 27 de febrero, cuando me dieron la noticia de que habíamos ganado los premios, eso era lo que yo quería siempre: ganar el Congo de Oro, cuando abrí mi correo y leí que habíamos ganado, comencé a llorar de la alegría porque, por primera vez en la historia, Soplaviento tiene un Congo de Oro. Este era nuestro año porque nos preparamos para ganar”, exclama con tono alegre. Los premios de los que habla son el Congo de Oro, para el grupo de semillero, y el premio Honor a la excelencia, para los adultos. La entrega oficial del tan anhelado galardón debía ser el 23 junio de este año y, como muchos otros eventos en el mundo se ha pospuesto por la pandemia del coronavirus. Se espera que en este septiembre, cuando la Casa del Carnaval abra nuevamente sus puertas, anuncie una nueva fecha y la estaquilla pueda llegar a sus manos. Sin embargo, en Soplaviento las brisas de orgullo no dejan de resoplar. “El alcalde de ahora quiere crear una escuela de Son de negro. Este año había muchos planes, giras por festivales de todo el país, en toda Cundinamarca teníamos una gira, y teníamos planeado asistir al Festival de Negros y Blancos, en Nariño, en 2021, pero con todo esto del coronavirus todo se ha pospuesto. Este año se están abriendo muchas puertas, se está haciendo la Federación Nacional de Danza, entonces voy a representar al municipio en Bogotá, a realizar talleres de Son de negro’”.
“Yo pienso mantener la tradición”, detalla el director de ‘Raíces de mi tierra’, como se llama esta agrupación ganadora del Congo, que pertenece a la Institución Simón Almanza Julio, y que ha recibido apoyo de personas como Alselmo Pérez Blanca, Javier Narváez Carrasquilla y de las administraciones de turno. Han participado en innumerables festividades como las Fiestas de la Independencia de Cartagena. Además de llevar el timón de este barco, Ender ahora trabaja momentáneamente como vigilante, pero siempre está preparado para salir a la fiesta. “Nos pintamos de negro con polvo mineral y miel de panela, el sombrero de nosotros es un sombrero de canoa, tiene forma de canoa porque el municipio de nosotros es netamente pescador, también tenemos nuestros accesorios como el machete, unas mojarras loras, unas tilapias, nosotros hacemos varias cosas, las burlas faciales exageradas. Así somos nosotros”, asegura. “En Barranquilla, una vez una señora me pidió el sombrero. Le dije: ‘Ahora que termine yo se lo regalo’, ella pensaba que era embuste. Cuando me quité el sombrero para dárselo comenzó a llorar, me preguntó que cómo yo iba a regalar el sombrero, como conoce del tema, sabe que yo le estaba regalando algo de mi identidad, algo que no puedo vender (...) ¿Qué futurizo? Primero quiero que los niños vayan por el sendero del bien, que sepan el por qué se baila, por qué la mueca. Como segunda medida: espero rescatar a la danza de Son de negro, que se reconozca como patrimonio, porque eso es de nosotros, es ancestral por eso nosotros la queremos, porque la llevamos en la sangre”, finaliza.