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Dayro Carrasquilla, el coleccionista de semillas

El artista y gestor Dayro Carrasquilla promueve la Casa de la Memoria en su barrio, Nelson Mandela.

Alguien colecciona semillas en Nelson Mandela, en Cartagena. Es un muchacho de apariencia frágil, humilde, con una convicción excepcional. Es Dayro Carrasquilla (Cartagena, 1982), quien desde hace más de una década colecciona semillas en el barrio donde vio pasar su infancia. Todo empezó en su casa junto a sus padres, que heredaron la vieja y olvidaba costumbre de sanarse con plantas. Y es que en Nelson Mandela, a falta de hospitales y centros de salud, una planta puede salvarle la vida a alguien. Dayro comenzó en un vivero portátil construido con estibas, que comenzó a arrumar en el patio de su casa. Junto a Henequén, que en otro tiempo se llamó Amboyede porque estaba el basurero, Dayro iba con los niños del barrio a ver qué tesoro encontraban en la basura. Un día, poco antes de la Navidad, encontraron una caja nueva llena de chicles, y la camuflaron en la casa, y se la comieron entre todos. “Pudimos habernos envenenado”, dice ahora, con una sonrisa inocente. “Pero los chicles estaban buenos y nos los comimos. Pero en el basurero no solo encontrábamos dulces, muñecas y juguetes destrozados, sino que a veces, descubríamos maderas y pedazos de hierro que nos servían para inventar juguetes.

“Toda mi infancia transcurrió bajo la sombra de los árboles, haciendo juguetes y animales con totumos”, dice. “Partía los totumos y creaba personajes, historias cada vez diferentes que me ayudaron mucho en el camino de encontrar mi lenguaje. A los 11 años estudié en el colegio Inem y allí tuve el privilegio de profesoras de arte como Nora Parra, Yolanda Pérez Porto, Aurora Trespalacios y un rector poeta como José Ramón Mercado”.

“Hubo un tiempo en que la electrificadora decidió quitarnos la luz porque nadie tenía dinero para pagarla, y todos los vecinos hicieron una marcha de protesta, hasta que vino la luz. Qué necesidad había de todo eso. Recuerdo que al salir del barrio, rumbo a la escuela, la profesora me regañaba porque llegaba con los zapatos embarrutados. Nos pedía que los limpiáramos antes de entrar. Era imposible, así que llevaba dos pares de zapatos. Uno que me quitaba antes de entrar porque estaba lleno de barro, y otro que mantenía limpio para entrar a la escuela. La profesora no tenía la menor idea de que vivíamos en Nelson Mandela, que en el invierno se convertía en un pantano. Así que se me ocurrió después, estudiando en Bellas Artes, que debía inventar algo para enfrentar lo de los zapatos embarrutados. Inventé ‘La estación de los zapatos’, en donde mis vecinos llegaban y encontraban una palangana de peltre que yo había pintado de dorado, para que cada cual se lavara los pies antes de entrar al barrio. La primera vez, recibí a mis propios vecinos y me dediqué a limpiar los zapatos y los pies para que entraran impecables al barrio. Fue una lección de dignidad. En esa estación la gente se sorprendía al ver esas palanganas que parecían un punto dorado, donde cada cual sabía que debía prepararse para que sus zapatos y sus pies, se encontraran con agua limpia y un trapo para que sus zapatos vencieran al barro. ‘La estación de los zapatos’ nos enseñó a todos, de manera igualitaria, el sentido de la dignidad, el respeto por nosotros mismos, el amor por el barrio. Me dediqué durante años a fotografiar las casas de mis vecinos, y los sorprendía de vez en cuando, mostrándoles cómo estaban cuando llegaron al barrio y cómo estaban en el presente. Una vecina me decía que su casa estaba igualita, pero en verdad, había sido bellamente modificada. Uno de los grandes cambios que hemos vivido en el barrio Nelson Mandela es lo que he llamado ‘Mandela resiste en verde’, que es más que una campaña de arborización, es la necesidad de sembrar en las terrazas, en los patios y en los frentes de las casas. Hay casos también curiosos de personas que se aferran a un recuerdo de su casa, y prefieren tenerla con el techo a punto de caerles encima. Una vecina estaba enamorada de su propia casa en ruinas. He ido compartiéndoles la idea de que con los mismos materiales naturales podemos embellecer nuestra casa. La pinté de colores vivos, y todo el mundo empezó a hacerlo. A todos les preguntaban por el nombre de las plantas medicinales, y empezamos a inventariarlas. Hicimos una cartilla con el formato del Calendario Bristol, no en naranja sino en verde. Y allí iniciamos el diccionario de las plantas medicinales. Creo que esta reserva de plantas nos ha ayudado a enfrentar las enfermedades. Hay alguien que tiene orégano, anamú, yerbabuena, toronjil, jengibre, elíxir estomacal, etc. No se necesita ser yerbatero para saber de esta tradición que pervive en nuestros pueblos.

“En las estibas que mis vecinos guardan, hemos ido construyendo viveros portátiles en trojas comunitarias en los patios vecinales. Les propuse a los habitantes de Nelson Mandela, crear hace años, ‘La casa de la memoria de Nelson Mandela’, en donde exista una exposición viva de la memoria colectiva.

Las imágenes que se borran

Dayro Carrasquilla, egresado de la facultad de Artes Plásticas de Unibac y con Maestría en Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional, sede Medellín, candidato a Magister de esa misma universidad; nos muestra unas imágenes de vecinos que están en un patio a oscuras, solo iluminado con la luz de la luna y unas velas. Pero la imagen muestra que los jóvenes aparecen y desaparecen en la secuencia. Es el temor de ser líder social en una comunidad donde hay desplazados de la violencia y desplazados de la pobreza. Dayro nos explica que él no ha sido desplazado por la violencia, sino por la economía. La madre de Dayro le advirtió que no fuera líder, que se dedicara al arte, pero que se quitara de la cabeza nada que tuviera que ver el liderazgo en Nelson Mandela. Los muchachos que aparecían fotografiados se desvanecen en otra foto, y en otra, por el artificio de la memoria, las luces de la noche devuelven la imagen de los muertos.

Una aventura insólito Dayro, el hijo de Fernando Carrasquilla, quien comercia con masa de maíz Fanny Torres, de Plato (Magdalena), una ama de casa, el mayor de tres hermanos, cree que el arte se inventó para servir a los demás y no a sí mismo.

Trabaja con materiales reciclados: estibas, tapas de nevera, triplex, icopor, contenedores de plástico, madera de carga, y las transforma junto a su propia comunidad. Ganó una beca para estudiar en Bellas Artes y estudió simultáneamente Administración de Servicios de la Salud en la Universidad de Cartagena. Ganó una convocatoria del IPCC en 2005 con la obra ‘Callejón sin salida’, sobre su barrio Nelson Mandela.

Epílogo

Es un coleccionista de semillas, pero un sigiloso soñador de bosques.

Con la misma pasión con que dibuja, pinta y siembra, dicta clases a niños y jóvenes en la Institución J.F. Kennedy. Ha comprado un pedazo de tierra en su barrio, con lo que ha ganado como artista, y ha diseñado ya lo que será ‘La casa de la memoria en Nelson Mandela’. Donde además de semillas, fotografías, siembra de plantas medicinales y tradiciones guardadas, habrá un vivero para que nadie se enferme de nada distinto a la felicidad de estar vivo.

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