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Tras ocho meses de cierre, los guías de La Boquilla han vuelto a navegar para llevar turistas al sistema manglares que los rodea. Son los espectadores de la vida que se mueve la ciénaga.

Adentrarse en los manglares es entrar en túneles de vientos circunspectos que no solo refrescan la piel y los pulmones, oxigenan en alma. Limpian. Purifican. El mundo animal vive de maneras insospechadas dentro de esos mangles. Las garzas, los pelícanos, las serpientes, los peces, la naturaleza pura y vivaz puede verse de cerca, muy de cerca, en La Boquilla. Bordeada por el mar, por el Caribe y sus brisas, pero también por la Ciénaga de la Virgen y por la que solía ser o es un área de esta misma, la Ciénaga Juan Polo, bautizada así por un suceso algo funesto, de muchísimos años atrás, grabado con alevosía mística en la memoria de los boquilleros, que lo recuerdan como sí hubiera ocurrido ayer.

Entre los más jóvenes, quienes la escucharon de los abuelos, sobrevive la historia de un pescador que padecía epilepsia. Un día el hombre navegaba en su balsa por las aguas de la ciénaga en las que, lastimosamente, cayó luego de sufrir uno de esos terribles e infortunados ataques. A lo lejos, los otros pescadores vieron la embarcación solitaria y, sabiendo del mal que aquejaba a su dueño, sospecharon lo peor. Al acercarse, encontraron bajo agua al pescador boquillero que había convulsionado, con un brazo aún medio alzado sobre su navío. Alcanzaron a sacarlo de aquel lugar y la esperanza de la vida respiró por varios minutos hasta ser llevado de emergencias al Centro de Salud de La Boquilla.

Finalmente los médicos no pudieron salvarlo.

“Desde entonces, la ciénaga tomó el nombre de Juan Polo en honor a él, un señor de apellido Polo. Cuando eso yo no había nacido”, me explica Luis Manuel Gómez Girado, un boquillero que tiene 50 años y hace 21 dejó el oficio de la pesca para dedicarse, con sus amigos y familia, a llevar a visitantes de otras latitudes a sucumbir ante asombro por el mundo de los mangles que los rodea: sorprenderse con la garza real, con el loro y el canario manglero, con las mariamulatas, las gaviotas y otra cantidad de aves en tours ecológicos que empiezan bien temprano, cuando el sol despunta en aquellas costas y se cuela espléndido por el follaje de aquellos arbustos que bordean y forman túneles en la Ciénaga de Juan Polo o la Ciénaga de La Virgen. O ver los últimos rayos de un atardecer boquillero, aprender a navegar o a pescar con atarrayas, divisar iguanas, osos hormigueros, cangrejos, boas y las tantas otras especies que circundan la zona.

Es una de las actividades que más apetecen turistas extranjeros por la posibilidad de una cercanía sensacional con la naturaleza. O por lo menos lo era, hasta marzo de este año, cuando los planes cambiaron para todos. El arribo de la crisis por el nuevo coronavirus mermó a la vez las visitas a este ecosistema.

“Al comenzar la pandemia, inmediatamente cerramos y hasta nueva orden... En todo este tiempo, por lo menos, hemos sobrevivido con la ayuda de algunas empresas que nos colaboraron durante la pandemia, nos dieron unos bonos durante tres meses para que se los diéramos a los trabajadores, y de lo que el Gobierno decretó con las ayudas para los empleados de las empresas, ahí nos fuimos bandeando. Yo tenía mis ahorritos y gracias a Dios de eso sobreviví”, sostiene Luis, uno de los fundadores de Eco Tour Boquilla, que ofrece este tipo de visitas guiadas; ellos se describen como “nativos de La Boquilla, comprometidos con la conservación y preservación del ecosistema de manglares y con el sistema de canales y pantanos de Cartagena”.

Imagen tour

Los tours incluyen clases de música en La Boquilla. //Foto: Cortesía.

“Tenemos un grupo de cocineras, que son unas diez; un grupo de apoyo, que son los bogas, que son unos 20; tenemos vendedoras de cocadas, tenemos un grupo de músicos, como 20 personas más que laboran en esta cuestión”, detalla sobre toda esa cadena productiva, que permaneció inmóvil durante ocho meses.

Las “puertas” de ese pequeño universo verde de aguas serenas han vuelto a abrirse y esperan visitantes.

“Abrimos con todos los protocolos de bioseguridad, tenemos como 20 días que volvimos a hacer tours. Desde que abrimos para acá, está suave la cosa. El turismo con el que nosotros trabajamos es el internacional, eran más franceses, ingleses, alemanes, a los que les gusta vivir esta aventura. Pero ahora la cosa está como quieta, al turista nacional muy poco se interesan estos tours, pero ahí vamos, siempre sale uno que otro tour”.

“Queremos que los turistas se lleven una buena impresión, porque no solamente son las Islas del Rosario (o otras atracciones de Cartagena), que vean la gran variedad que hay en los ecosistemas de los manglares, es una bonita impresión que se llevan. La Boquilla, en sí en sí, la promocionamos somos nosotros mismos, nadie más. En este momento, lo que estamos recibiendo en ganancias no es igual, ni el 25 por ciento, a lo que recibíamos, pero ahí vamos. Todos los turistas que vienen acá a los manglares a hacer los recorridos se van encantados”, sostiene.

Epílogo

Son más de 60 personas las que viven de los tours en La Boquilla, que poco a poco van reactivando sus trabajos, han sido escasos los turistas que por estos días los visitan pero esperan que pronto retorne la normalidad y la tranquilidad que la pandemia le arrebató al mundo.

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