Es una mujer serena, llena de espontaneidad, vivaz, risueña, lleva ese espíritu, esa vena artística, en su sangre tiene ese don de inspirarse, idear, crear, mostrar al mundo un poco de sí a través del universo de los colores, de los lienzos. Puede darle diferentes rostros a una sola figura, o darle a un mismo rostro diferentes emociones, sensaciones, visiones. Ella es Mercedes Naar Char, una artista que ha comenzado a dar pinceladas en el firmamento de la vida bohemia, de las artes y lo ha hecho aquí, precisamente en su Cartagena, una ciudad hecha arte, inspiradora e inspirada en ese mar Caribe que baña sus curvas incesantemente. Conocí a Mercedes en uno de los pasillos coloniales del Claustro Santa Clara, uno de los hoteles más emblemáticos de La Heroica. Justo ahí, en el bar de esa edificación, construida en el siglo XVII, estaban expuestas sus ‘Muñecas’, una serie de pinturas que ha creado y que han llamado poderosamente la atención de amantes del arte, visitantes del hotel de diferentes ciudades del mundo, que adquieren sus cuadros.
Son rostros, ‘muñecas’, como ella misma las llama, únicas en cada pieza, pero que llevan ciertas facciones comunes, símiles y atractivas. Mercedes las mira con orgullo, son parte de ella, de su vida, surgieron de sí y ha completado cien.
“Toda la vida me ha gustado pintar, he pintado en porcelanas desde hace 30 años y ahora estoy pintando óleos. Me encanta la naturaleza, los floreros, los jardines, todo lo que tenga que ver con el arte. Ahora estoy en un taller en Bocagrande, asisto dos veces a la semana, es el taller de Cecilia Delgado, que es una gran pintora, ya reconocida, y somos 14 señoras pintando, que vamos a tener en febrero una exposición colectiva en el Museo de Arte Moderno y, pues, me dedico a pintar”, me explica al tiempo que me muestra en un libro algunas las creaciones que hace.
“Por mucho tiempo, yo jugué tenis, pero se me acabaron las rodillas”, sostiene con una mirada nostálgica, pero de inmediato retoma sobre el tema de su arte: “Yo pintaba paisajes, frutas, flores y de pronto pinté una muñeca, y desde que pinté esta muñeca -señala una foto de uno de sus cuadros-, que fue la primerita, llevo 96 muñecas. No he parado, no he podido parar, porque de todas esas solo tengo unas 16, casi todas las vendo”, me contaba en ese momento. Ya completó las cien. Es el cuarto año consecutivo que expone su serie de muñecas en el Hotel Santa Clara, algo que la enorgullece. “También he regalado muchas, le regalé una ‘muñeca’ a la mamá del presidente Duque, y pinté a la esposa del presidente como una ‘muñeca’. Yo siempre que pinto una muñeca, digo que no pinto ni una muñeca más, pero las personas me las piden, me las exigen, las quieren, ahora mismo están rifando una que doné para un voluntariado que necesita dinero. Miden un metro por 80 y gustan mucho”.
¿A qué cree que se debe el éxito que ha tenido, porqué no cualquier artista logra fácilmente éxito con el arte?
- Creo que las muñecas no las pinta nadie. Mucha gente pinta paisajes, bodegones, el mar, pero de pronto di con algo que gusta mucho, sobre todo a los extranjeros. Y que todas son diferentes, la gama de colores, las miradas, como que trasmiten algo, las personas me dicen: ‘Me enamoré de esa muñeca’.
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“Hace años, una muñeca que vi me pareció bonita, la hice, no exacta, le puse otros colores, otras formas, y así he pintado todas diferentes. Así yo comienzo a crear, no hay dos iguales, el colorido gusta mucho. Cuando empecé el primer año acá, en el hotel, gustaron mucho, luego el gerente que estaba en ese entonces, era fascinado con las muñecas, me mandó a Bogotá, al Victoria Regia (Hotel Sofitel Bogotá Victoria Regia), allá vendí nueve y así cada año he ido vendiendo, se la llevan los extranjeros, tengo en todas partes del mundo”, refiere. Sus cuadros han llegado a lugares como Miami, Nueva York, Australia, Houston, entre otros.
No es extraño que por las venas de Mercedes corran los colores del arte. Su hermana es la reconocida pintora de arte abstracto Cecilia Naar, quien vive en Villa de Leyva (Boyacá) y cuyo arte prodigioso y fantástico es motivo de orgullo.
“También tengo una prima que pinta, un hermano que es empírico, otro hermano que era todo un artista completo, Jimmy Naar, él murió, era el dueño de La Escollera, no pintaba sino que a donde él llegaba todo lo volvía una belleza, transformaba las cosas.
“Toda mi familia es un poquito artista”, refiere. Incluso su hijo, Rubén Fernández Naar, entró en el arte de la cinematografía y la fotografía. “Ese ha sido uno de los momentos más felices, cuando él se ganó dos premios India Catalina como Director de Fotografía de ‘Déjala morir la Niña Emilia’. Yo en principio me opuse a esa carrera, él tiraba más a la medicina, pero terminó estudiando cine y fue muy fuerte para él salir adelante, como diez años. Haberse ganado esos premios fue una felicidad enorme por todo su sacrificio”, narra.
¿Y qué pasó con el tenis?
- Duré 24 años jugando tenis en el Club Cartagena, campeonatos interclubes... ¡Y era buena!, pero las rodillas me abandonaron, jugué como hasta hace 8 años. Ahora tengo un grupo de amigas, tenistas y extenistas y nos reunimos de vez en cuando.
Mercedes ha desarrollado su arte de la mano de mentores como Edith Ibarra, quien le enseñó sobre pintura de cerámicas, y del fallecido Jorge Elías Triana, con quien incursionó con la pintura al óleo. Además de Cecilia Delgado, a cuyo taller asiste religiosamente dos veces por semana. Mira, se inspira y piensa en los grandes pintores de los que es aficionada. “Artísticamente, me encanta Grau, Rembrandt y los pintores antiguos. Nunca pensé que yo iba a tener tanto éxito con las muñecas, porque mi hermana era la pintora. A ella le parece bien lo que yo hago, la de ella es una pintura diferente a la mía, ella pinta abstracto que es lindo y yo las muñecas”, dice y sonríe. El de Mercedes ha sido un arte que siempre estuvo ahí, como un gigante un tanto dormido que ahora despierta con fuerza.