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Cuarentena por coronavirus: cuando un aplauso es un abrazo

Todas las noches, a las ocho en punto, los vecinos en las ciudades de España se abrazan, aunque no puedan ni siquiera tocarse.

Casi de manera ininterrumpida, desde el sábado 14 de marzo en España se está saliendo a las ventanas y balcones a aplaudir. Siempre, a las ocho de la noche, siempre en punto, siempre alejados los unos de los otros, comienza a escucharse aquel sonido que se asemeja a una lluvia in crescendo, que pareciera que nos acerca más en medio del aislamiento.

Es un rito que comenzó como un homenaje a los profesionales de la salud que han estado haciendo frente a la atención de las más de 17 mil personas que en el país (a 19 de marzo) han padecido o aún padecen la enfermedad por coronavirus (COVID-19).

Pero ya no se trata solo de aplaudir. Es más que eso. Asomarse al balcón o a la ventana de la casa durante este aislamiento social decretado –que comenzó oficialmente el lunes 16 de marzo, pero que muchas familias comenzaron de manera voluntaria en días previos– supone ahora uno de esos pocos de momentos que en el día tenemos para interactuar con otras personas, a nivel presencial. Con personas que hasta hace muy poco no reconocíamos. (Lea aquí: España supera las 1.300 muertes por coronavirus)

Vivo en España desde 2017 y he residido en dos ciudades bastante distintas. En ambos lugares siempre me llamó la atención la poca o nula relación que existe entre los vecinos. Me sorprendía que muchos no conocieran –ni se esforzaran por conocer– el nombre de su vecino o, de hecho, ni siquiera supieran quién era la persona que vivía al lado de su casa, con quién vivía aquel o aquella o a qué se dedicaba. No me refiero a un sentimiento de apatía a elección, sino más bien a formas de vida distintas, pero a las que todos han terminado adaptándose en este tipo de sociedad. Aun así, me impresionaba debido a que de donde vengo yo, esos datos suelen ser de conocimiento público entre la comunidad, el sentimiento vecinal quizás es más fuerte.

Hoy, cuando España es el segundo país de Europa y el cuarto del mundo más afectado por esta pandemia, he encontrado en los aplausos de mis desconocidos vecinos esa necesidad de apoyarse en el otro, en tu igual, que en este caso no es solo quien vive en tu mismo bloque de edificios o en tu barrio, sino quien comparte esta situación límite contigo, a la distancia, pero junto a ti durante un encierro indefinido. Simplemente, esta es una oportunidad de crear comunidad en tiempos de crisis.

Salir a aplaudir, a día de hoy, es una de las pocas formas de interacción social y física que sobreviven en esta contingencia. Dentro de las estrictas medidas ordenadas por el Gobierno nacional para minimizar el contagio de la enfermedad, está la prohibición de salir a la calle acompañado, de ir con otros ocupantes en un carro, de ir a visitar a un amigo o familiar aunque viva a pocos metros de tu casa o de manifestar saludos que impliquen contacto físico. Solo está permitido salir de casa en circunstancias muy específicas: para ir a comprar alimentos y medicinas, a trabajar, al hospital, a sacar dinero en un cajero y a cuidar a personas dependientes o con discapacidad. (Le puede interesa: ¿Cómo se recopilan las cifras sobre infectados por el coronavirus?)

El momento actual nos empuja a la individualización, pero nuestra naturaleza nos aferra a esas pequeñas manifestaciones de socialización que el día a día aún admite, tales como salir a aplaudir todos los días a las ocho de la noche para apoyar al personal sanitario o simplemente para ver al vecino hacer lo mismo y reconocernos en él.

Es que es bastante duro mantener el encierro, pese a que haya gente en tu casa o aunque no falten las conversaciones virtuales con tus allegados. Estar encerrado por obligación nubla incluso a quien ya lleva como costumbre permanecer en casa a tiempo completo. Hace más de un año estoy a cargo de la comunicación digital de un pequeño museo que está a más de 700 kilómetros de donde vivo, pero siempre lo he hecho desde mi casa, sin mucho contratiempo y acostumbrándome a no salir mucho, de lunes a viernes. Pero es cierto que, ante este necesario confinamiento, algunas veces no puedo evitar que me asalte un ligero desespero, por ejemplo, cuando las autoridades aclaran que también está prohibido salir a las zonas comunes de las urbanizaciones, como parques, patios, azoteas, entre otras. Es curioso cómo la prohibición de hacer algo, que incluso antes no hacíamos continuamente, puede generar en nosotros un efecto contrario y hasta confuso.

Y si sumamos a esto también las vanidades, puede ser todavía más duro quedarse en la casa justo ahora, cuando acaba el invierno y el sol comienza a dominar los días por este lado del mundo. (Lea aquí: Hoteles españoles se preparan para acoger enfermos de coronavirus)

Definitivamente esto es lo que nos hace humanos. Insistir en preservar nuestro carácter social en cualquier situación. Por ello, en momentos extraordinarios como estos es muy importante ser conscientes de que solo nos protegerá el pensamiento en colectivo, aunque el presente nos empuje a la necesaria individualización. Preocuparnos por la suerte del otro, ofrecer solidaridad y empatía, cuidarnos entre todos, aunque sea guardando distancia. En otras palabras, salir a aplaudir.

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