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¿Cómo el encuentro con un libro ayuda al planeta?

Hay miles de maneras para dañar al ambiente; no obstante, también hay una pluralidad de formas para protegerlo como comprar y vender libros usados.

En mi interior, esa frase fue la gasolina para adentrarme a esos callejones. El afán de que terminara la clase no era por desinterés, sino por el anhelo de ir a su encuentro. Cuando recibí ese halago, decidí que tenía que asistir sin aplazamientos a las entrañas del centro de Bogotá, sin que el eco y el lirismo de ese halago amainara en mi cabeza.

Entré ufanamente en esas callejuelas de adoquines trasnochados y grisáceos que solo poseen brillo en pequeños charcos pluviales aficionados a pringar zapatos y botas de pantalón. Caminé por esos recovecos atestados de habitantes de la calle, lonas con todo tipo de cachivaches y más de un ratero avizorando su próxima presa. Pero ninguno de esos elementos me distrajo en mi gesta de encontrarlo. Lea aquí: Libreros del Parque del Centenario: el pan nuestro de cada libro

Nada me desconcentró. Ni ninguna cacofonía proveniente del traqueteo de balineras del carrito de un reciclador ni el estentóreo ruido de un megáfono carrasposo utilizado por un payaso anunciando corrientazos con precios tan módicos que hacían pensar en equinos. No, yo iba impasible a su encuentro. “Tienes talento para escribir, deberías pulirlo con los libros”, desde que el profesor me dijo eso, no había pasado una hora cuando yo ya estaba viajando sin pasaporte al país de las librerías de segunda mano.

En medio de una marabunta de malos olores de cigarrillo y alcantarillas destilando vahos nauseabundos, y bajo el manto del esmog y la escasa luz del anochecer, fue un alivio entrar a esa librería con olor a café en donde lo encontré, luego de tanto revisar estanterías y títulos.

Después de un par de estornudos discretos que usaron mi antebrazo como sordina, hallé el libro Lacrónica, de Martín Caparrós. No pasó un minuto de hojearlo y leer su índice para identificar que era el objeto deseado. En lápiz número 2 estaba escrito $30 en su primera página, pero de mi bolsillo solo salieron 15 mil pesos para hacerme con él. Olía a nuevo, sus páginas eran blanquecinas sin desperfectos ni dobleces. Si en esa librería se comercializaba con libros de segunda, tercera y hasta octava mano, ese ejemplar parecía que había sido acariciado con delicadeza y venerado como se debe. Su condición era de media mano.

El porqué

El comentario positivo de mi estilo al escribir fue hace cinco años, cuando cursé un semestre de una maestría en periodismo en Bogotá. Ni en el colegio ni en el pregrado asistí con tanto ahínco y emoción a cada clase. Despertarme a las 4:30 a. m. para clase de siete un sábado no era un martirio. Lo gélido que siempre estaba el baño, al igual que la noche agonizante de la madrugada, no apabullaba mi estímulo por estudiar, por fin, lo que me apasionaba y me fascinaba.

En mi morral siempre cargaba el libro de Caparrós como el evangélico carga la Biblia. No llevaba Lacrónica entre la axila y el bíceps como ellos: me vería un poco ridículo y me arriesgaba a ser víctima de un Gestas cosquilloso de Transmilenio. Era acompañante de cada trabajo y tarea. Material de consulta para pulir mi estilo, acondicionar la ortografía y la gramática, y aprender, bajo su faro, a encontrar mi ritmo y mi propia manera de hilvanar los filamentos de cada texto. Fui a esa librería y encontré lo que buscaba.

Sin embargo, y sin saberlo, además de entregarme al mundo de la literatura y todo el aprendizaje que imprime en la mente humana, inscribirme en el universo de la compra de libros de segunda mano resultó ser también un aporte a la sostenibilidad ambiental, pues es una alternativa eficaz para frenar el consumo desmedido y evitar la producción de nuevos ejemplares.

Comprar y vender libros usados es una de las prácticas de la llamada economía circular que busca generar conciencia en el consumo para reducir el impacto medioambiental en la edición y la distribución de libros. Además de involucrarse en la sostenibilidad ambiental adentrándose en los pabellones acarosos del libro viejo en los que muchos necesitarán Loratadina, también se apoya a los libreros como los del Parque Centenario en Cartagena, quienes están quebrados por lo impopular del producto que venden y la pandemia de la COVID-19, una tortura económica.

Los libros tienen el poder de circular y el de ser compartidos. Los libros no son objetos de un solo uso. Ahora, al sentir que aporto al medioambiente, crece el encanto al ver Lacrónica en mi biblioteca y ver esa escena: ese libro grande en su cubículo parece un Jesucristo rodeado de los discípulos en la última cena de Da Vinci. Lea además: 5 pautas para reciclar y no fallar en el intento

*Esta una de las crónicas realizadas como parte del proceso formativo de la Escuela de Liderazgo Público para Periodistas, gracias a la alianza entre ANDI Seccional Bolívar, Traso Colectivo de Transformación Social, Universidad Tecnológica de Bolívar, Seres Consulting y la Escuela de Formación El Universal, con el apoyo y respaldo de Argos y Cabot. Lea el especial completo aquí.

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