La Ruta Verde surgida en 2017 con la llegada del papa Francisco es ya una ruta que se ramifica en los mapas ambientales y sociales de Cartagena. Se inició con 8.300 estudiantes de colegios públicos y privados; se sembraron, con la llegada del papa, 12.855 árboles de especies nativas. Al año siguiente, en 2018, comenzó el proceso de formación pedagógica y la otra siembra de conciencia ambiental y social a lo largo de la ciénaga de la Virgen y la Zona Perimetral. Los emisarios verdes se han adentrado en el entramado de manglares, caños, ciénagas y lagunas, y se meten en las casas de las barriadas a conocer el espíritu y la vida de sus habitantes.
La Ruta Verde es un grupo integrado mayoritariamente por mujeres, lo que no quiere decir que sea un colectivo de mujeres sino un colectivo mixto e interinstitucional que se abre a la ciudadanía con una agenda que integra profesionales de distintas áreas y vocaciones. Lo verde es la puerta que abre nuevos senderos. Tienen una sede en el Santuario Pedro Claver y se reúnen todos los martes para trazar puntos de horizonte. Los fundadores de esta ruta son el padre Jorge Alberto Camacho, el escritor y pensador William Ospina y la gestora social y cultural Fabiola Agudelo. En la mañana del martes, nos sentamos a conversar durante muchas horas con el equipo de formadores y practicantes de esta Ruta Verde.
La psicóloga Paola Losada es la coordinadora pedagógica de esta ruta y forma parte de este equipo desde abril de 2019.
“Entré a la Ruta Verde luego de desaprender cosas sobre lo que le ocurre a Cartagena, a sus políticas ciudadanas, y fue -más que un proceso laboral- un proceso personal para llenar vacíos, replantear conocimientos. Muchas veces descartamos cosas y seres, y llegamos a la conclusión de que lo esencial no está en lo material. Hay una idea distinta de realización, una que va más allá de eso. La encíclica del papa Francisco, ‘Laudato sí’ fue el camino que nos llevó a tomar conciencia”.
Yusnaira Caraballo, trabajadora social de la Universidad de Cartagena, se hizo voluntaria de la ruta desde septiembre de 2019.
“La ruta me ha conectado con las realidades de Cartagena, más allá de la academia, y nos llevó a salir de esa zona de confort para escuchar de primera mano otras realidades de jóvenes que desconocía. Comenzamos en la parroquia de Blas de Lezo, y continuamos en las faldas de La Popa, a conocer la problemática de las pandillas, los conflictos dentro de los hogares, la adicción a las drogas, entre otras. La ruta está comprometida con 16 colegios y 300 estudiantes de dos comunidades como Santa Rita y Pontezuela”.
Melisa Baldiris Barrios, de 20 años, practicante y estudiante de trabajo social de la Universidad de Cartagena, está unida a la Ruta desde octubre de 2019.
“Tuve curiosidad por la Ruta Verde y por construir ciudadanía en las instituciones educativas. Es relevante la mirada de los estudiantes desde sus realidades, su manera de sentir y pensar esos territorios, que es un proceso de doble vía. No hay que verlo como un objeto sino con pensamiento crítico generador de espacios alternativos. Todas esas miradas son transversales bajo la casa común, que es el planeta”.
Christian Ortega Arias es psicólogo de Bogotá y está vinculado a la Ruta Verde desde hace tres años.
“Creo que esta experiencia nos permite ver la realidad de nuestra sociedad con una mirada más crítica. Quisimos apostarle a esta idea que las cosas pueden mejorar o cambiar y que los derechos no son negociables”.
Lady Bossio Ortiz, de 23 años, practicante de trabajo social de la Universidad de Cartagena, dice que desde octubre de 2019 tiene la oportunidad de ver la realidad desde una nueva perspectiva en la Ruta Verde, en una ciudad desigual como Cartagena, que ha vivido la corrupción administrativa.
Luego que reaparecieran las cartillas de la encíclica del papa Francisco en los barrios de Cartagena, el espíritu papal que parece diseñado por un ambientalista o por un pensador de la naturaleza, un analista del calentamiento global, se fue expandiendo al encuentro con los jóvenes, dentro de las instituciones y la comunidad en general.
Walter Márquez Ariza, de 26 años, abogado de la Universidad Rafael Núñez, integrado ala ruta desde abril de 2018, reconoce que desde la ley de 1985 que proclamó a Cartagena sede de los Derechos Humanos “no hemos visto grandes avances, porque la ciudad vive una pobreza extrema y absoluta. Es una ciudad que tiene un puerto local, un sector industrial y un sector turístico, y sin embargo, las necesidades básicas no están resueltas en la comunidad: el agua potable, el alcantarillado, el saneamiento básico, la salud y la seguridad”.
A todo lo anterior se suman los despojos derivados de la corrupción en más de diez años de limbo administrativo.
“Se habla de que los cuerpos de agua son vertederos de basura, pero se ignora que las grandes industrias y hoteles también aportan a esa contaminación. Lo que busca esta Ruta Verde es que los estudiantes tengan sentido de pertenencia de su ciudad con sentido crítico y lucen por sus derechos”.
Yenifer Escalante Padilla, de 27 años, es trabajadora social, nació en el barrio La Quinta y trabaja en comunidades vulnerables.
“‘Crecí al lado del Cerro de La Popa y me duele ver la deforestación de ese pulmón natural que tenemos. No mirar más allá de la realidad que nos rodea me confronta entre la sensación de impotencia y los desafíos alternativos de nuevas realidades que pueden replicarse como las que conocí en Olaya Herrera, en la Fundación Granitos de Paz, con sus patios productivos que aportan al sustento y a la economía de las familias, y la experiencia de sembrar plantas ornamentales”.
Yarlis Mestra Villalba, de 20 años, nacida en Tierralta, Córdoba, es víctima del conflicto armado y vive en el barrio El Bicentenario. Está en la Ruta Verde desde 2018. Estudió en la Institución Educativa Seminario, sede de El Pozón, a la que sigue colaborando como egresada. Dice que la Ruta Verde la ha ayudado en su vida personal y en la certeza de que las cosas imposibles pueden volverse posibles. Sin embargo, al referirse a su familia, a la pobreza que le ha negado el acceso a la educación, las lágrimas empañan el frágil cristal de sus esperanzas. Con cinco hermanos en una misma casa, con un padre que sobrevive como mototaxista y una madre que vende deditos de queso, postres y galletas. Su sueño es estudiar Medicina. Logró una beca en Tecnar y no alcanzó a terminar el primer semestre porque no tenía los 5 mil pesos diarios para movilizarse, y la pobreza le fue cercando los sueños dentro y fuera de la casa. Ahora, en la Ruta Verde, no se atrevía a contar su drama personal que es a su vez el de miles de jóvenes en Cartagena, y Fabiola Agudelo, quien le gestionó la beca, se lamenta de que ella se hubiera quedado callada, pero ella reconoce que la lucha diaria en su familia es desigual y tremenda porque son desempleados. Ante las lágrimas derramadas, la Ruta Verde le recuerda que no está sola y entre todos apostarán para que cumpla su sueño de seguir estudiando. Creemos que es posible.
Junto a estas voces, escuchamos los saberes y los pensamientos de Brenda Castillo, de 25 años, comunicadora social de la Universidad de Cartagena, quien ha trabajado en el Museo Histórico y en la Ruta Verde desde hace dos años y dos meses. Para ella lo más significativo son los cambios personales derivados de las experiencias colectivas, la proyección de lo académico en las comunidades, en vidas complejas y difíciles.
Daniela Gulfo, de 22 años, trabajadora social, es practicante en la Ruta Verde desde 2019, y su percepción es que hay dos tendencias en los jóvenes. Los que dicen “siempre ha sido así” y los que creen que “hay que cambiar la realidad de las contaminaciones, invasiones y violencia en la ciénaga de La Virgen”.
La más jovencita del grupo de la Ruta Verde es Liseth Oviedo Soñeth, de 17 años, del Nuevo Paraíso. Sueña con ser agente de viaje y turismo y estudia el primer semestre de auxiliar de vuelo en el Instituto Internacional de Educación Integral.
Andrea Vargas Valencia tiene 31 años, es bogotana, con una maestría en Estudios Afrocolombianos en la Universidad Javeriana. Es formadora de la Ruta Verde desde 2019. Dice que llegar a Cartagena fue el encuentro con las realidades más profundas de las barriadas. Lo positivo son las nuevas alianzas que pueden generar cambios en las comunidades y en los grupos juveniles y artísticos. No se pueden atomizar los esfuerzos. Hay procesos poco conocidos que ocurren en El Marión, en las faldas de La Popa, en Barú o Tierrabomba, pero es clave repensar las cartografías. Cuando habla de la Ruta Verde, piensa en la resiliencia y en la resistencia, y en la relación que existe entre el manglar, las especies nativas y los seres humanos, el cruce de agua dulce con el agua salada, los silencios que guardan los paisajes al pie del agua. El manglar podría ser una metáfora de la vida que resiste y se reinventa.