Por: Julio Castaño Beltrán
Han pasado treinta y dos años desde que me gradué como bachiller y hoy quise volver a mi colegio. Treinta y dos años son toda una vida y don Manuel Antonio Bitar lo sabe perfectamente: él, que lleva un siglo en este mundo, tiene la suficiente lucidez para explicarme a quiénes se les ocurrió la grandiosa idea de fundar al Benjamín Herrera, uno de los planteles de bachillerato de más renombre en Bolívar, el mismo que me vio crecer.
Don Manuel nunca estudió, pero la sabiduría de tantos años le permite calificar al Benjamín Herrera como una gran obra para la educación en Arjona. Sus once hijos y yo, que estudiamos entre esas paredes, sabemos que tiene razón.
“La idea de gestar un plantel oficial de bachillerato surgió de unas diez personas, algunos padres de familia, que veían complicado tener que trasladar a sus hijos a Cartagena a continuar sus estudios de secundaria. Había voluntad de la gente para aportar en esa iniciativa y cada vez que tocábamos las puertas, las personas apoyaron”, recuerda. Mientras don Manuel me cuenta que se mantuvo activo en la junta de padres de familia por más de veinte años, yo recuerdo los cálidos días en aquel lugar. (Lea aquí: Colegio de Arjona está en presencialidad y aspira a la jornada única)
Recuerdo, ¡cómo no hacerlo!, aquellas correrías como reportero del periódico escolar. Se llamaba Antorcha y Germán Castilla y Dilson Álvarez eran mis compañeros de labores. Sí, me acuerdo de que en agosto de 1989 la trabajadora social de la época, Zoraida Correa, me invitó para que integrara el grupo editorial del medio de información interno que se editaba cada tres meses. Hay tantas anécdotas, pero quizá la que más sobresale es la de mi primera entrevista...
A Germán, a Dilson y a mí nos correspondió entrevistar al rector Luis Barbosa, de quien se decía dejaría la dirección del plantel, pese a la buena gestión que realizó allí desde mediados de 1986. Fue una entrevista donde Luis se mostró muy evasivo, principalmente cuando preguntamos por su posible retiro de la dirección del plantel; no admitió comentario alguno sobre el tema, sin embargo, dejó entrever que no quería irse a dirigir el colegio Alberto Elías Fernández Baena. En 1990 se fue.
Vuelvo a este corto recorrido por la planta física y me invade la nostalgia: aún están aquí las seis aulas en la aleta izquierda, esas fueron las primeras construidas en 1965, pero ahora están carcomidas por los años. En el bloque central solo queda el laboratorio de física y química, aún quedan vestigios de tres salones más donde recibían las clases los estudiantes de octavo grado. A un costado sigue el salón de eventos con tarima, cuya estructura sigue igual.
José Guillermo Riaño.
En otro extremo está la sala de la cafetería y, al lado, el salón que tenía como identificación 7-2/7-4: allí, en 1985, los alumnos del grado séptimo recibíamos las clases. Hoy, la maleza lo tiene tan invadido que parece una selva, de las rendijas del piso de concreto sobresalen las raíces de unos arboles cuyas ramas alcanzan una altura de más de tres metros, se entrelazan con la reja metálica de las ventanas y sobrepasan lo que alguna vez fue el techo.
Recuerdo que, a pocos metros del salón 7-4, estaba la unidad deportiva. Era un lote amplio, donde dábamos las clases de educación física, en ese lugar se practicaba voleibol, sóftbol, microfútbol, atletismo, fútbol. Ahora, solo encuentro una pared alta que me hace pensar en las que construyen alrededor de las cárceles.
Me asomo por una rendija y solo alcanzo a ver la Unidad Deportiva Departamental, allí está construida la pista de patinaje, el centro de alto rendimiento, una cancha de baloncesto con funciones para microfútbol.
Lo primero que pienso es que los deportistas que la usan deben ser estudiantes del Benjamín Herrera, porque tienen en su patio los escenarios propicios para practicar y destacarse, pero me sorprendo al saber que no es así: el rector José Guillermo Riaño me confirma otra cosa.
“Hoy no tenemos nada, de cinco hectáreas que fueron adquiridas por los padres de familia, solo quedan menos de mil metros cuadrados. El lote asignado para desarrollo de los deportes fue desglosado por parte de la Alcaldía y la Gobernación para construir en 1986 la Institución Técnica Don Bosco y la Unidad Deportiva; en 2016, a cambio, nos prometieron que tendríamos acceso a estas, pero ha sido complicado obtener respuestas”, me explica Riaño Gómez, quien sostiene también que lo peor de todo es que estos escenarios son administrados por el Instituto Departamental de Deportes y Recreación de Bolívar (Iderbol) y no hay respaldo de ningún mandatario local que gestione frente al ente departamental la respectiva urgencia que tiene el centro educativo para desarrollar sus clases de educación física.
“Son muchos los proyectos que están en la mesa y que, para sacarlos adelante, se necesita voluntad política”, agrega Riaño Gómez.
Y no es para menos: solo basta con saber que el plantel tiene 25 aulas y de ellas 18 están habilitadas, y observar la desolación en la que están sumidos muchos de los salones que tienen más de 50 años para entender que es hora de que los llamados coadministradores -concejales y diputados- asignen los recursos que deriven la remodelación general. Quizás ellos no se acuerdan que las paredes donde les impartieron valores hoy se corroen por los años y la desidia.
Pero, más bien, volvamos a don Manuel y desentrañemos un poco más la historia...
Más de la historia
El señor Manuel dice, con la tristeza que da recordar tiempos mejores y con una voz entrecortada por la edad, que no se debe dejar morir al gran Benjamín Herrera: ahora, más que siempre, es importante que se mantengan los ideales y el sueño con los que nació. Que Arjona y que todo Bolívar recuerden aquel proyecto inicial: construir un colegio tan pero tan bueno que después pudiese convertirse en una universidad pública.
Y es que -recuerda don Manuel- ese sueño del gran colegio tomó forma mediante ordenanza 71 de 1960, a través del Decreto 734 del 13 de septiembre de 1961, la Asamblea y la Gobernación autorizaron que el Benjamín Herrera comenzara a funcionar. A partir de ahí, los padres de familia y comunidad en general continuaron la iniciativa. En 1962 arrendaron una casa para abarcar a los 57 primeros estudiantes y comenzó actividades el 1 de marzo, con el grado primero (hoy sexto) con la vinculación de cinco docentes y un rector. En ese entonces fue nombrado Aníbal Bustos.
Dos años después se trasladaron a una sede llamada “Descremadora”, en el barrio Las Delicias. En ese lugar se graduó la primera promoción, conformada por 13 bachilleres.
Mientras que por un lado se desarrollaba la parte académica, por el otro había una misión especial: construir una infraestructura con todas las de la ley. Así fue como la Junta de Padres de Familia realizó campañas puerta a puerta pidiendo dinero para comprar un lote. Don Manuel recuerda incluso que realizaron la donatón del bloques y organizaban bailes en la caseta del “pata-pata” todos los fines de semana por espacio de un año. En esas actividades recaudaron los suficientes fondos para comprar un lote de cinco hectáreas a los hermanos Castro, en el barrio San José de Turbaquito.
Las campañas de recolección de fondos fueron cada vez más agresivas y fue así como lograron construir ocho aulas. En 1968, el reverendo Jesús María Cano fue el encargado de bendecir la construcción del Colegio de Bachillerato Benjamín Herrera de Arjona, desde ese momento, las autoridades, en apoyo con los padres de familia, fueron levantando las bases.
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Esta es la historia de un colegio que está adherida a la misma historia de Arjona, por donde han pasado y siguen pasando muchos de sus habitantes. Y el Benjamín Herrera es un grande que sigue forjando sus valores, aún en medio de las adversidades que suponen estar desprotegido, olvidado y abandonado por el estado, pero jamás por sus egresados.