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Baobab, las “mulatas” y el racismo al debate público

El legado colonial que persiste en Cartagena sigue siendo una herida que merece ser un debate de ciudad. Aquí un análisis.

Por: Laura Romero De La Rosa

Cartagena de Indias se convirtió en “la ciudad escenario”, el patio de eventos para las élites del país, la ciudad de los grandes eventos de Colombia, de Latinoamérica, del mundo.

Es una ciudad en la que, bajo esa lógica, incluso la gente de aquí se ha convertido en parte del paisaje y del espectáculo.

Esta semana la marca de moda Baobab celebró la apertura de su tienda Costa en el Centro Histórico de Cartagena, lo que parecía ser un evento más para cierta élite (casi siempre andina y blanco-mestiza), rápidamente tomó la atención de la gente a través de redes sociales, porque pudimos ver una comparsa de las conocidas comúnmente en el negocio de los eventos como “mulatas”, mujeres afrodescendientes vestidas de blanco con indumentaria que evoca la época colonial. Toda la escena era muy problemática. Lea: ‘Tía Paola’, ¿el trend de Tik Tok es racista?: profesionales lo explican

Ya es muy común ver estas escenas en el Centro Histórico, sobre todo en bodas a la salida de las iglesias, las mujeres danzando crean una calle de honor para los novios con música de tambor, sus grandes faldas de un blanco prolijo se balancean para alegrar el magno acontecimiento. Sin embargo, alguna vez nos hemos preguntado ¿por qué esa nostalgia por la colonia sigue tan presente en la ciudad? y también ¿por qué se replican a la luz de todo el mundo prácticas que son racistas y que exotizan a las mujeres afrodescendientes de la ciudad para el disfrute de personas privilegiadas?

Cartagena por su carácter de patrimonio de la humanidad, el trabajo de cuidado y preservación de la arquitectura patrimonial y el auge que ha tenido por décadas como destino turístico, la han hecho presa de la instrumentalización por parte de capitales que hacen uso de sus recursos sin que esto se vea notablemente reflejado en las condiciones de vida de la ciudadanía, que además afronta altos índices de informalidad laboral y que cada día es más pesimista frente al futuro de la ciudad.

Si bien es cierto, cada mujer afrodescendiente que participó de ese evento lo hizo de manera voluntaria, pero ¿hasta dónde se considera que existe verdadera agencia en la toma de decisiones cuando las oportunidades son limitadas? Merlys Geliz, quien anteriormente trabajó en estas comparsas nos comparte:

“Yo bailé muchos años en Cartagena, a eso en los grupos de baile se les llama ‘recibimiento’, siempre me sentí incómoda y no comprendía cuál era el afán de poner mujeres mulatas según el pedido a recibir gente. Esas prácticas colonialistas se perpetúan desde quien las permite hasta las personas que tienen que hacerlo porque de eso viven.”

Yo bailé muchos años en Cartagena, a eso en los grupos de baile se les llama ‘recibimiento’, siempre me sentí incómoda y no comprendía cuál era el afán de poner mujeres mulatas según el pedido a recibir gente”.

Merlys Geliz.

Parte del turismo que se hace en Cartagena ha reafirmado ante el mundo narrativas de ciudad que apelan a la exotización, el racismo y el clasismo. Dentro de la cadena comercial que genera esta industria, también es importante que quienes proveen esos servicios en la ciudad se cuestionen respecto a la perpetuación de estereotipos racistas que generan expresiones artísticas, por llamarle de alguna forma a estas comparsas de “mulatas”. Lea: ¿Cuándo se considera que hay discriminación racial y cómo denunciar?

Narrativas de las que también se nutre la industria de la moda, así como de esa idea en tendencia del Caribe paradisíaco, lugar para venir de vacaciones y de disfrute permanente ataviadas de vestidos floridos o vistiendo camisas de lino. El negocio de la indumentaria y el vestir también está llamado a mirarse desde adentro y preguntarse si sus propuestas tanto creativas como de marketing apelan a discursos racistas y clasistas que afectan la dignidad de las personas racializadas y más si quieren entrar a una ciudad como Cartagena. Sobre esto, Edward Salazar, sociólogo, magíster en Estudios Culturales y profesor de estudios de la moda y el cuerpo dice “hay que cuestionar lo que nos han enseñado a ver y a reproducir. Una forma de empezar es renovando los archivos de moda desde una perspectiva que resista la melancolía colonial, y por ende cuestione todos los legados de esa herida”.

Sin embargo, pareciera que reconocerse racista es impopular o una condena sin posibilidad de redención, como si existiera un acuerdo tácito social para no hablar de racismo o pensar que esto acabó con la abolición de la esclavitud, cuando en realidad se trata de un sistema complejo de poder, lleno de entramados que con el paso del tiempo ha construido otras formas de acrecentar brechas de desigualdad, convirtiéndose en un problema estructural que no se puede reducir a hechos aislados de hostilidad y violencia. Le puede interesar: Hotel Cartagena Plaza ofreció disculpas públicas por caso de racismo

Desde que inicié mi camino en la lucha antiracista me han hecho la misma pregunta y siempre he respondido lo mismo ¿Qué significa ser mujer afrodescendiente o mujer negra en Cartagena? Es un acto de resistencia, las mujeres negras descendientes de la diáspora africana cargamos con el imaginario de “objetos sexuales” o “figuras de entretenimiento” para satisfacer los deseos del colonizador y esa es una realidad que hoy día todavía enfrentamos.

La marca Baobab ofreció disculpas, reconoció su error por falta de investigación sobre el contexto y entregó formas de reparación a la comunidad ante el perjuicio de su actuación, lo cual está muy bien sin embargo eso no es suficiente, ahora nos corresponde a toda la comunidad cartagenera confrontarnos en relación a nuestra identidad como población afrodescendiente y los símbolos en torno a esa representación que hemos construido y validado como sociedad.

Esto se convierte en un llamado a la acción, la indignación debe pasar de las redes sociales a verdaderos espacios de incidencia, hablemos sobre los diversos casos de violencia policial racista, la discriminación a locales y hasta personas racializadas extranjeras en restaurantes de lujo porque se reservan el derecho de admisión, más el racismo cotidiano que se vive diariamente, resulta casi que un deber ciudadano desentrañar ese entramado colonial que aún pervive en nuestra memoria, necesitamos crear espacios de conversación donde nos podamos incomodar sin herir, pero con el fin de encontrar las herramientas para contrarrestar esos imaginarios que el capital, el turismo (desde una visión extarcivista) y las élites que nos miran desde afuera nos imponen.

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