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Álvaro Salvadores, el galán del básquet que jugaba solo

Fue uno de los talentos más prodigiosos de la historia cestera de Chile, pero era odiado por sus compañeros debido a su egoísmo sobre el parqué.

Por: Diego Aguirre Diez - El Mercurio/Chile

En los años 50, el basquetbolista Álvaro Salvadores Salvi era sinónimo de garbo y prestancia.

Si no estaba con su ropa deportiva dentro de una chancha, la norma era verlo elegantemente vestido con un traje a su medida.

Sus cercanos cuentan que podían saber que venía al escuchar el murmullo de las mujeres que veían pasar la esbelta figura del basquetbolista de 1,86 metros, quien siempre respondía con algún gesto de galantería.

“Todos los Salvadores eran extravagantes. Pero Álvaro tenía una personalidad más especial que los demás hermanos. Era muy guapo y tenía mucho arrastre con las mujeres. Y le sacaba partido. Hasta cuando jugábamos amistosos con los amigos él llegaba de terno. Las chiquillas suspiraban. Era un dandi”, cuenta Eric Doucerain, exbasquebolista y amigo de la familia.

En el parqué también fue un rey. Su poder de anotación se sintió en canchas chilenas y extranjeras.

“De todas maneras está entre los mejores basquetbolistas chilenos. No sé si dentro de los diez, pero está ahí”, dice el periodista Humberto “Tito” Ahumada.

Nació en la pequeña localidad de Magaz, en España, pero sus padres, Isodoro y Paz, emigraron a Chile en la década del 30. Así, antes de cumplir los dos años, Álvaro ya jugaba junto a sus once hermanos en los campos de Lanco, cerca de Temuco.

El padre, fanático de los cestos y empresario maderero, levantó un gimnasio a pasos de nuevo hogar, y el resto es historia: sus tres hijos —Álvaro, Luis y Pedro— terminaron siendo seleccionados chilenos de básquet.

Álvaro, el mayor del trío, fue el más destacado: en su juventud dominó la escena local con un goleo asombrosos, aunque esto no le bastó para ser nominado a la selección chilena que disputó el primer mundial de básquetbol de la historia, el de Argentina 1950.

No fue llamado por su egoísmo. “La pelota le llegaba y se acababa todo. No daba pases, solo tiraba al aro. Eso, obviamente, le trajo muchos problemas con sus compañeros, pese a que era un goleador extraordinario y muy efectivo”, recuerda Ahumada.

Ofuscado por quedar por fuera del plantel, envió una carta a la Federación Española de Baloncesto con sus datos y recortes de los diarios de la época, solicitando ser citado al seleccionado de su país de origen. A ciegas, el entrenador hispano aceptó la incursión del alero, que tenía 21 años, y en cierto punto no se equivocó: Salvadores fue el máximo anotador del torneo planetario, pese a que España terminó en el noveno lugar. Chilenos e hispanos se enfrentaron en Buenos Aires en la fase de grupos y, cómo no, Salvadores no dudó en lanzar al arco todos los balones que llegaron a sus manos. Ganó la roja sudamericana, y el plantel hispano quedó tan enrabiado con el individualismo de la novel figura que intentaron golpearlo en el camerín. Salvadores pudo escabullirse y fue a felicitar a sus excompañeros.

Del mundial saltó a Europa: jugó una temporada en el Racing de París, en la liga francesa, donde fue campeón y aportó 47 puntos en la final.

Luego tuvo su revancha con Chile, pues integró el equipo que disputó los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952. La selección fue quinta. Salvadores terminó con una fractura de fémur.

“Lo llamaron gracias a su amistad con Rufino Bernedo (capitán del equipo), y sabiendo que él podría controlarlo y hacer que diera pases a sus compañeros. El problema es que terminó abusando del pase extra, y en algunos partidos no anotó como se esperaba”, detalla Maximiliano Aguilera, historiador de los cestos chilenos.

Su última experiencia con el básquetbol fue en el Sudamericano de Cúcuta, Colombia, en 1955. Poco después, Salvadores viajó a Cartagena con una misión naval chilena y conoció a la que sería su futura esposa, Elsa de la Espriella, y tomó la decisión de radicarse aquí, abandonando los cestos para incorporase a la diplomacia: fue Cónsul de Chile en Cartagena de Indias desde 1961 a 1985, para luego ser embajador de ese país durante los últimos años de la dictadura.

“Ayudó a mucha gente como diplomático. Su otra faceta era la de galán de cine. Siempre estuvo rodeado de gente famosa. Eso le gustaba mucho. Su forma de ser lo ayudaba a encajar bien en ese mundo. En su casa en Colombia estuvo el director Roman Polanski, la actriz Rita Hayworth, la modelo Cecilia Bolocco, y el expresidente Patricio Aylwin, por nombrar algunos personajes”, relata Carmen, su hermana.

Y cierra: “Una vez hizo un doblaje de la voz del reconocido actor Ernest Borgnine para una película de Hollywood. También hizo de extra en varias otras cuando estuvo en Europa jugando. La verdad es que su vida fue así: una película”.

En 2002, y a los 73 años, Álvaro Salvadores murió en Colombia a raíz de un cáncer pulmonar.

En Cartagena

Álvaro pasó en Cartagena más de 40 años de su vida, en nuestra ciudad se casó con Elsa de la Espriella y tuvo tres hijos: Álvaro, Elsa y María Angélica.

Elsa recuerda que su papá llegó en 1957 a Cartagena y no volvió a jugar básquet, sino que comenzó, impulsado por su amor al deporte, a aprender a jugar tenis. “Su grandeza de básquetbol fue en Chile, España, en Francia, cuando llegó a Cartagena, con más de 30 años, comenzó a aprender a jugar tenis”, cuenta Elsa y explica que participó en campeonatos interclubes de la región y que incluso jugó algo de golf. “Su tenacidad para el deporte era impresionante, respiraba por el deporte e inspiró a muchos jóvenes en ese sentido”, resalta. Por otro lado, Álvaro era un hombre de familia, un padre ejemplar, un ser generoso que siempre estuvo pendiente de sus hermanos en Chile y que, gracias a su labor como diplomático, ayudó a muchos de sus compatriotas. “Era muy buen amigo de sus amigos”, añade y en ello coincide Martha Vélez, sobrina de Álvaro: “Era una persona muy especial, muy educada, parecía un lord inglés en sus modales, en su forma de expresarse, era un gran miembro de familia; nunca le escuché decir nada malo de nadie, al contrario, siempre nos decía cosas positivas. Era un ser muy cariñoso, una persona adorable y un excelente anfitrión”.

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