El poeta Álvaro Mutis (Bogotá, 1923- México, 2013), ganador del Premio Cervantes de Literatura en 2001, vislumbró como un capitán de barco en alta mar, como un gaviero que percibe el iceberg o el horizonte en la tempestad, los elementos del desastre que hoy la humanidad vive en la casa común del cielo.
Hace setenta y dos años, en 1948, Mutis publicó un primer poemario que desapareció el 9 de abril entre las llamas de la ciudad enloquecida por el magnicidio del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán; el pueblo, enardecido por el crimen de su candidato presidencial, vio en esa muerte el desplome de sus esperanzas sociales, económicas y políticas, semilla envenenada de rencor que fue el germen del nacimiento de las guerrillas marxistas leninistas en el país. Es el rencor social de la desigualdad uno de los gérmenes propicios de la desesperanza colectiva y de la violencia. Cinco años después, el poeta publicó su poemario ‘Los elementos del desastre’, en el que salvó del naufragio algunos de sus poemas escritos antes y durante el impacto social que generó la muerte del líder, convertida en tragedia nacional. Ese poemario de visionaria desagarradura, anticipa el alma atormentada y desencantada de toda su poética marcada por el espíritu de Maqroll El Gaviero, su alter ego, que aparece en ese poemario. En uno de sus poemas: ‘204’, el ritmo combinado entre el poema que fluye como un lamento en una habitación de hotel frente a un río de aguas contaminadas: “Nada hay sino una sombra, una tibia y espesa sombra que todo lo cubre”. La metáfora fluvial como la mirada de un monje tibetano es que el agua lava lo impuro, pero de esas impurezas del mundo saldrán otras fuentes que limpiarán, a su vez, tanto al río como a sus habitantes, por dentro y por fuera: “El agua lavará la impureza y renovará las fuentes del deseo”. El agua, elemento sagrado y ceremonial en occidente como oriente, principio de la vida, será también una fuente bautismal, purificadora y fuente de tentaciones y deseos del cuerpo y del alma. El poema nos convida al diálogo celeste entre las criaturas terrestres, entretejidas por el rocío, el granizo, la ortiga y el terciopelo hasta desembocar en la habitación desolada de un hotel y en la pieza 204 donde alguien grita: “¡Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?”. Ese clamor bíblico y nazareno es el verso final del poema forjado en un corazón desencantado del mundo. (Lea aquí: Álvaro Mutis, el maqroll de 90 años)
En el poema ‘Oración de Maqroll’, el autor nos advierte que esta oración es incompleta y ha salvado algunos de sus episodios más relevantes, “como antídoto eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada”. He allí una paradoja inquietante: ser incrédulo de que podremos salir de esta epidemia, por ejemplo, o ser frenéticamente optimista y de manera inmotivada, solo por la fe o la intuición de la esperanza. Son dos miradas. Su oración con tono bíblico llega al éxtasis delirante y clama porque se sequen los pozos que hay “en la mitad del mar donde los peces copulan sin lograr reproducirse” o pide al Señor que engendre “en los caballos la ira de tus palabras y el dolor de viejas mujeres sin piedad”.
En ‘Los elementos del desastre’, un poema narrativo de doce episodios llenos de metáforas, se abre desde “una pieza de un hotel en tierras de calor y vegetales de tierno tronco y hojas de plateada pelusa, esconde su cosecha siempre renovada tras el pálido orín de las ventanas”. La habitación es visitada por olores, colores, sensaciones, una vez la agonía de un insecto, otra vez, una mujer anónima que entra y su cuerpo ni siquiera tiene “la esperanza de una vaga armonía que nos sorprenda cuando llega la hora de desnudarse. En su cara, su semblante de anchos pómulos, grandes ojos oscuros y acuosos, la boca enorme brotada como la carne de un fruto en descomposición, su melancólico y torpe lenguaje, su frente estrecha limitada por el pelambre salvaje que se desparrama como maldición de soldado”. Hay en este poema un clima de reino en ruinas que viaja del río al mar y se adentra en la selva, “en donde se crían los peces más voraces y las más blandas serpientes”.
El poema ‘Una palabra’ nos adentra en el misterio de cómo una sola palabra jamás pronunciada puede desatar ríos torrenciales, cataclismos de amor o apocalipsis inesperados en la vida de los seres. “Una palabra y se inicia la danza pausada que nos lleva por entre un espeso polvo de ciudades, hasta los vitrales de una oscura casa de salud, a patios donde florece el hollín y anidan densas sombras”, como nombrar en nuestras vidas una palabra jamás antes pronunciada: coronavirus, cuyas sílabas ya están infectadas y podemos contagiarnos con solo nombrarla. Pero una sola palabra es suficiente, dice el poeta. “Solo una palabra. Una palabra y se inicia la danza de una fértil miseria”. La paradoja de Mutis es vigente, bella y desquiciante: también la miseria que vivimos en la humanidad de hoy puede ser fertilizada, fecundada con nuevos milagros y exploraciones para el ser humano.
El poema ‘El Miedo’ tiene resonancias míticas y existenciales muy vigentes. En ese miedo “un dios olvidado mira crecer la hierba”. Ese dios olvidado, ¿por quién? Pese al olvido humano sus ojos ven crecer el milagro de la naturaleza. El poeta confiesa en ‘Los trabajos perdidos’, que cierra su libro, la visión oscura, mística y desencantada de que el poeta no es el hacedor de la magia del poema, sino en la concepción panteísta del poeta, lo hacen los dioses: “Por si acaso el poema viene de otras regiones, si su música predica la evidencia de futuras miserias, entonces los dioses hacen el poema. No hay hombres para esta faena”. Luego, intenta definir el misterio del poema: “Poesía: moneda inútil que paga pecados ajenos con falsas intenciones de dar a los hombres la esperanza. Comercio milenario de los prostíbulos”.
El poeta descubre que el poema es “la duda entre las palabras vulgares, para decir pasiones innombrables y esconder la vergüenza”, es “el metal blando y certero que equilibra los pechos de incógnitas mujeres”, “el tibio y dulce hedor que inaugura los muertos”, “el poema está hecho desde siempre. Viento solitario. Garra disecada y quebradiza de un ave poderosa y tranquila, vieja en edad y valerosa en su trance”.
Hace medio siglo, en febrero de 1965, Álvaro Mutis escribió uno de los ensayos más lúcidos, inquietantes y clarividentes sobre ‘La desesperanza’ y lo inició con un epígrafe de ‘La condición humana’, de André Malraux, quien dijo que “el verdadero fondo del hombre es la angustia, la conciencia de su propia fatalidad”.
Malraux se pregunta en su libro: ¿Se ama alguna vez? Y nos sentencia de que jamás conoceremos a un ser, porque el conocimiento de un ser es un sentimiento negativo y que la realidad es “la angustia de ser siempre un extraño para la persona a quien amamos”. (También le puede interesar: Álvaro Mutis o el viaje sin fin)
Ese punto de partida llena de argumentos a Mutis, para quien “la primera condición de la desesperanza es la lucidez. Una y otra se complementan, se crean y afirman entre sí. A mayor lucidez, mayor desesperanza y a mayor desesperanza mayor posibilidad de ser lúcido”.
La segunda condición de la desesperanza “es su incomunicabilidad”. “La desesperanza se intuye, se vive interiormente y se convierte en materia misma del ser, en substancia que colora todas las manifestaciones, impulsos y actos de la persona, pero siempre será confundida por los otros con la indiferencia, la enajenación o la simple locura”.
Tercera condición del desesperanzado es su soledad: “Esta soledad sirve de nuevo para ampliar el campo de la desesperanza, para permitir que, en la lenta reflexión del solitario, la lucidez haga su trabajo, penetre cada vez más a escondidas zonas, se instale y presida en los más recónditos aposentos”.
La cuarta condición “es su estrecha y peculiar relación con la muerte”. Es en ese diálogo a solas, en el confinamiento de esta cuarentena que Mutis visionó en su ensayo, donde el ser “digiere serenamente” la conciencia sobre su fragilidad ante la muerte.
El poeta observa la desesperanza como “un hongo sabio nacido de complicadas y hondas descomposiciones”. Esas descomposiciones que hoy nutren este sentimiento de desesperanza, como ese virus global que ensombrece el alma humana, están también en el ser, pero han sido diseñadas también por la conciencia contaminada del hombre sobre la tierra.
Al volver sobre los poemas de Álvaro Mutis, encuentro en ellos una encarnizada batalla entre lo que se desvanece y esplende como una flor en el desierto. Sus poemas, pese a los desastres, a las plagas que persiguen a Maqroll El Gaviero, pese a las enfermedades inusitadas que narra en los hospitales de ultramar, pese a las ruinas que acechan al viajero, guardan “la sombra de una ilusoria esperanza”.