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Alfonso Carvajal, milagros de una novela posible

El escritor cartagenero presentará hoy, en la Feria del Libro de Bogotá, su grandioso libro ‘Una novela posible’.

Desde la primera línea de la novela quedé atrapado y la leí con la voracidad sedienta de un náufrago. Alfonso Carvajal (Cartagena de Indias, 1958) vivió su infancia y años de juventud en Cartagena, antes de irse a vivir con su familia a Bogotá; desde hace muchos años, ha revelado su destreza y versatilidad como narrador, poeta, editor y columnista de opinión. Hoy sorprende a sus lectores con una singular y magistral novela: ‘Una novela posible’ (Random House, 2021) que presenta hoy en la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2022 (FILBO), a las 11 a. m., en el auditorio José María Vargas Vila de Corferias. Al mediodía estará en la Sala Firmas 3 autografiando su obra a sus lectores.

En sus 331 páginas todo fluye con ritmo vertiginoso, delirante, existencial, experimental, como una caída de agua incesante, desbordada, devastadora y cuya polifonía trenza memorias del pasado y el presente ilusorio y huidizo en que ocurre la peste de la humanidad, la tragedia nacional y la inminencia del amor y la muerte. Desde su primera línea nos enfrentamos a una novela que se resiste al estereotipo de los géneros y logra el prodigio de conjugar narrativa, poesía, ensayo, meditación filosófica y propuesta innovadora de juntar en un caleidoscopio los fragmentos inseparables como imán y limadura de la realidad y la ficción. Lea aquí: Una novela erótica de Alfonso Carvajal

La novela empieza con una pregunta: “¿Qué obra humana es perfecta? Miren la pifia de Dios”. Esa sola línea podría ser el micro texto perfecto que soñó el narrador Ítalo Calvino, que deseó poco antes de morir escribir un libro de historias de una sola línea, tal como lo logró el japonés Yasunari Kawabata con su libro de cuentos cuya extensión no solo cabe en la palma de la mano, sino que nos deslumbra por su cerrada y abierta plenitud de universos. Y ese libro lo escribió en su larga y dramática existencia viendo caer la nieve.

Alfonso Carvajal, milagros de una novela posible

Alfonso Carvajal está poseído en esta novela de historias cruzadas que nos remiten a la ficción de los libros que lo han hechizado y a escritores que ha venerado en su vida, pero además interpela a incontables amigos y paisajes cercanos entre Bogotá, Medellín, Cartagena de Indias y el mundo entero. Ese primer capítulo apasionante, erótico, nos lleva también a la gracia del azar desenfrenado y al encuentro con Alicia, la intensa amante y volcánica lectora, y P., el escritor que viene a una feria del libro en Medellín, los dos unidos por el mismo amor a los misterios de la literatura. Las páginas se abren y entran también ellos, abiertos a una sexualidad incontenible y a una reflexión sobre la apoteosis de las imágenes que encuentran en novelas como ‘El otoño del patriarca’, de García Márquez, y el contrapunto de ‘El hombre sin atributos’, de Musil.

Ese azar de los dos cuerpos en la noche frente a la montaña no solo busca redención de deseos guardados y contenidos en la distancia, sino saciar otra sed más profunda que el amor o el sexo, y se hunden como en toda esta novela de personajes, en otras aguas profundas donde el delirio viaja del cuerpo al corazón, a la memoria y a la rosa de los vientos de la interioridad de los personajes.

La narración logra alturas poéticas:

Se hundieron en el fango celeste de sus piernas, una y otra vez, como un río brioso. Se hundieron como una espada en el agua. Como la lluvia que cae sobre otra lluvia. Dos remolinos desaforados en los equinoccios del tiempo: desnudos en mitad de una tormenta”.

Alfonso Carvajal.

Luego en el segundo y breve capítulo, P. regresa a su casa en Bogotá a reencontrarse con Berenice, “la vida con Berenice se había vuelto cortante, de abismos e infinitos silencios”, la trama desnuda en sus diálogos y escenas la decadencia conyugal. Y P. se pregunta replicando la sentencia de Rilke: “¿Será que el amor es el encuentro de dos soledades?”. Antes de entrar al tercer capítulo, el poema es el intersticio entre narraciones que fluyen con el mismo ritmo del poema: “El deseo se alzó como pájaro de fuego que ardió prisionero en la boca de la memoria”.

Entre el recuerdo ardiente de Alicia y la frialdad con Berenice, fluye el quinto capítulo, en donde P. confiesa que ha conocido a alguien, y ella también le cuenta que se ha reencontrado con Felipe, su primer amor, ahora casado y reencontrado en Facebook. “Berenice estaba enamorada y P. había dado un paso en la aventura. Todo era tan frágil, de porcelana. La noche abrió una herida yugular que demoraría en sanar”. Esos paralelos emocionales se abren para atrapar otros mundos entre la cotidianidad y el milagro de la poesía, sin incurrir en lugares comunes: “En el tiempo fugitivo, somos uno más uno”.

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En el capítulo seis, el narrador da un salto cualitativo y se devuelve a Baudelaire y a la reflexión terrible sobre el amante y el amado: “La voluptuosidad única y suprema del amor consiste en la certidumbre de hacer el mal” o de causar dolor, agrega el narrador. Para el poeta maldito el amor es un juego espantoso “en el que es necesario que uno de los jugadores pierda el gobierno de sí mismo”. Reaparece la mulata Jeanne Duval, el suplicio amoroso de Baudelaire, en cuya carne conoció “el amor y la fatalidad”. Y nos remata con Rimbaud, el iluminado poeta de ‘El barco ebrio’ y ‘Una temporada en el infierno’, que propone elegir entre la dualidad del dolor y la libertad, si toca sufrir y pecar, “que el sufrimiento y el pecado sean un método de conocimiento”. Alude a Carson McCullers, la autora de ‘El corazón es un cazador solitario’, para quien “el amado no es más que un estímulo acumulado durante años en el corazón del amante”. Escuche aquí el pódcast: Tatis te cuenta: 30 años sin Alejandro Obregón

En los capítulos ocho y nueve, P. está otra vez en el Valle de Aburrá con Alicia, y en el brevísimo capítulo nueve, Berenice y P. se han separado, y P. ha encontrado la libertad en un apartaestudio en La Candelaria, barrio donde se habían conocido. Y donde rearmó su biblioteca con más de dos mil libros entre narrativa, poesía y ensayo, y al descargar la última caja lloró como un niño, “consciente de su soledad”. Es en esa soledad donde se reencuentra con los libros amados y la música atesorada en el tiempo y comienza una posible historia que sostiene la trama polifónica de esta novela forjada con fragmentos novedosos, en el riesgo acertado de poetizar lo cotidiano y hacer narrativo lo poético.

En los capítulos siguientes, como el doce, que alude al purgatorio de una nación llamada Colombia, retrata la crudeza de las violencias recientes, la de los matones disfrazados de ángeles y la impiedad maquiavélica de quienes se volvieron estrategas de la muerte.

El capítulo dieciocho es un homenaje al gran novelista y erudito cartagenero Germán Espinosa, el autor de ‘La tejedora de coronas’, una de las mejores novelas de nuestro tiempo.

Las páginas de esta novela inusual nos llevan a Borges, a José Asunción Silva, a Raúl Zurita, al profe Hernán, “enorme catador de ilusiones”, a Alicia, otra vez, la encantadora mujer “de piernas flacas y las ilusiones intactas”, al innombrable señor capaz de desviar ríos y montañas y disponer de vidas, al filósofo Estanislao Zuleta, a Luis Carlos López en Cartagena de Indias, a películas y canciones, al instante en que comienza la peste sobre la humanidad y consagra varios capítulos a contar historias que ocurren dentro y fuera de sus personajes, en la aldea local y en la aldea global, y nos lleva a vibrar con las epifanías salvajes de leer y escribir, “había que torcer el destino de la escritura, darle una vuelta como un destornillador a un tornillo, pensándolo mejor, lanzarse al vacío sin importar el rumor lejano de los demás”.

Alfonso Carvajal lo ha logrado como inspirado e iluminado orfebre de filigranas narrativas, dejando que las historias fluyan y se cuenten a sí mismas, como un tren que no se detiene en ninguna estación, como la vida misma.

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