Aquella noche regresábamos de una fiesta en una finca, caminando por una trocha, entre unos cerros, cuando se bajaron unos tipos armados de una camioneta. A todos los chicos los encañonaron, pero no sé por qué esos señores estaban buscando a alguien en especial, a uno de mis amigos. Era un muchacho sano. Lo agarraron y a nosotros nos dijeron: tienen tres segundos para correr. Lo que hicimos fue correr y correr”.
En la memoria de Mary Giraldo vive fresco, tan fresco como si hubiera sido ayer, este fatal y doloroso recuerdo de su natal Santuario, Antioquia, uno de los pueblos más golpeados por la violencia colombiana en los años 90. (Lea aquí: Es real! Ya está abierto el mercado de Santa Rita)
“Todos los días o todas las semanas amanecía que si uno o dos muertos, que de aquí, que de allá. Vivíamos siempre con la angustia de que llegara la guerrilla, los paramilitares, el Ejército, o que, peor aún, se cruzaran los tres”, narra.
Sería aquel hecho, aquella madrugada tenebrosa, la gota que rebasaría la copa.
“Eso pasó el Día de la Mujer, un 8 de marzo, estábamos celebrando eso, recuerdo yo (...) Ellos -los tipos armados- se quedaron con nuestro amigo, le dispararon frente a nosotros, eso fue feo. Nosotros nos devolvimos corriendo, corrimos y corrimos duro sin detenernos... hasta que llegamos a la casa donde estábamos festejando y ahí nos encerramos, llorando por nuestro amigo”.
Al día siguiente, cuando el sol despuntó, se atrevieron a salir. Y, en el mismo camino, dentro del patio de una casa, a donde él corrió pidiendo ayuda por vivir y donde agonizó por tres disparos -en el pecho, espalda y en un mano-, volvieron a ver a su amigo. Estaba bocabajo en un gallinero y ya no era parte de este mundo.
A sus 15 años, Mary tomó una decisión: dejar a su padre, un hombre de esos que viven del campo y para el campo. Decidió huir de la guerra.
Así se convirtió en una desplazada más. En una de los 9’031.048 de víctimas del conflicto armado colombiano. “Eso -la muerte de su amigo- me llenó de angustia, de tristeza, de miedo. Fue el hecho que ya definitivamente me hizo empacar mis cosas e irme”, explica. Se marchó a Bogotá a reencontrarse con su mamá. Allá se enamoró, tuvo a una primera hija, se separó y, luego, vivió en Tolú (Sucre).
Por cosas del destino terminó en Cartagena en 1999. Aquí un hermano tenía un local en arriendo en el Santa Rita, entonces un mercado sectorial marcado por la podredumbre, por el abandono, pero siempre concurrido.
“Mi hermano iba a entregar ese local, decía que eso estaba muy feo ahí. Le pedí que me diera la oportunidad, que yo quería vivir la experiencia, que me lo cediera a mí. Él decía que no, que cómo me iba a quedar con eso”, cuenta Mary. Al final su hermano accedió.
“Cogí el negocio con todo y deudas. Era pesado porque era de abarrotes y era yo sola, no podía contratar a más nadie. Ya tenía a mi segunda hija.
“Me iba con las dos niñas chiquiticas al local, cogía unos cartones, le ponía su colchoncito y sus sabanitas y ahí las acostaba para yo poder trabajar. Yo sola cargaba bultos de azúcar, que podían pesar 50 kilos, de arroz, de harina, pimpinas de aceite, de todo, y atendía a la gente. Eso conllevó a que yo me enfermara”, señala.
El Mercado de Santa Rita, aquel centro de comercio sectorial que hoy tiene 48 años, era la vida de Mary. Ahí podía darle sustento a sus hijas, pero también trabajando ahí estuvo al borde de morir.
“Cuando quise reaccionar, tenía como dos meses con una pequeña hemorragia (vaginal) pero no le prestaba atención. Decía: eso se me quita, me ponía ampollas, porque no me quería enfermar, eso me asustaba”, añade. Hasta que un 10 de mayo, día de su cumpleaños, se agravó.
Se levantó de su cama pálida. Intentó sobreponerse y abrir un clóset para cambiarse de ropa. Es lo último que recuerda antes de volver a abrir lo ojos y verse ya en el suelo.
Volvió a la cama y, horas después, acudió al puesto médico de Canapote. De ahí fue remitida a la Clínica Maternidad Rafael Calvo. Hubo muchas transfusiones de sangre, muchos, muchos exámenes, patologías y, al final, el diagnóstico.
“A mí no me dieron la noticia directamente. Me enteré por una enfermera imprudente. La doctora en la ronda preguntó: ‘¿Y está señora qué hace aquí, si ella no está embarazada?’, la enfermera respondió: ‘Ella es la que tiene cáncer’. La doctora la miró, le abrió lo ojos y la regañó.
“Ya en la noche, yo le pedí al médico que me dijera la verdad. Me dijo que lo más probable era un problema de cáncer. Fue muy duro”, afirma.
Ahora, frente a nosotros, que llegamos a entrevistarla en esta tarde de martes, los ojos de Mary se llenan de lágrimas. Ese recuerdo aún le produce dolor. Como también la muerte de su amigo en Santuario, Antioquia, pero a la vez le trae fortaleza, esa misma que ha construido en las mil y un batallas que ha tenido que pasar en el Mercado de Santa Rita.
La enfermedad fue dura pero a la vez la reconfortó mucho el hecho de sentir cerca a sus amigos de la plaza de mercado. “El uno me llevaba que el caldo de pajarilla, el otro que el caldo de ojo, y así... Eso -las atenciones- me llenó de fuerzas. Empecé a recuperarme, a llenarme de fe”.
También sus dos hijas y su papá, que llegó desde Santuario para atenderla, la ayudaron poco a poco a vencer al cáncer, no una, sino dos veces, en esa oportunidad y a los tres años, cuando volvió a aparecer. “Pero, bueno, había que pasar todo eso para poder estar hoy aquí contando, hoy resistiendo a tantas cosas”, exclama empuñando sus manos.
En el año 2006, cuando el Santa Rita pasó una de sus épocas más oscuras, literalmente, Mary también resistió. Suspendieron el servicio de energía, por una deuda de casi $100 millones. También el agua y el gas. Inclusive, algunos comerciantes cerraron sus puertas y se marcharon. Otros resistieron, unieron fuerzas.
“Fuimos a Electrocosta, en esa época se llamaba Electrocosta. Pedimos un acuerdo de pago, pero el gerente dijo que no, no confiaban en nosotros. Hasta que lo convencimos, nos puso de condición pagar $10 millones inicialmente y nosotros reunimos esa plata. Luego hicimos rifas, vendimos sancochos, fritos, y de cuanta actividad. Demostramos que sí podíamos y de ahí en adelante cambió la administración de Mercado de Santa Rita”. (También le puede interesar: Así está el mercado de Santa Rita un año después de la reapertura)
También resistiendo a los 5 años y 8 meses que duró el mercado cerrado, desde el 31 de diciembre de 2013, tras una remodelación, muy, muy tardía. Entonces tuvo vender quesos y de cuanta cosa para sobrevivir.
Hace un año que el mercado volvió a abrir sus puertas, luego de largas batallas de los comerciantes. Poco a poco recupera su afluencia de antes. “Es muy importante esto para nosotros hoy, porque se nos devolvió el derecho a trabajar, no ha sido fácil pero tenemos la satisfacción que ha llegado mucha gente. Y aquí hay mucha gente echada para adelante. Aquí he hecho mi vida y estoy feliz por eso”, dice Mary, emocionada, con la templanza y la convicción de seguir luchando para que el mercado florezca de una vez por todas.