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Mi mejor enemigo

El desastre ambiental es tal, que los mosquitos están saliendo antes de las seis y media y se quedan hasta el día siguiente. Volando de un pellejo a otro. Sin ojos que uno pueda ver. Con su luto natural.  No en vano un locutor decía "llegó la hora del mosquito" en vez de decir que eran las seis y media.

De los mosquitos, los científicos dicen muchas cosas que a nosotros nos importa un rábano. Dicen que la palabra mosquito designa a insectos de la familia de los dípteros (?), particularmente a los nematóceros (?). Es más, que los mosquitos que nos pican en el Caribe son los culícidos. Que los nigerianos le llaman katana, los chinos bung y los italianos zanzara. Que quienes chupan sangre son las hembras y no los machos. Y la ciencia mosquitera ha ido más allá. En su juiciosa observación descubrió que las etapas del mosquito son cuatro: huevo, larva, crisálida y adulto. Claro que yo agregaría una quinta: la muerte violenta. El mosquito pierde toda gracia si muere de vejez o de hartura.

¿Qué diablos podemos sacar en limpio nosotros, víctimas irremediables del imperio díptero, de todo ese escombro científico? Nada. Porque es que la ciencia de probeta y microscopio no había descubierto nada que mereciera elogios.  No  se inventó que si se quema un anaquel de huevo los mosquitos huyen despavoridos. La ciencia tampoco ha estudiado el morbo del ser humano hacia ese insecto que nos vuelve villanos y asesinos. Qué trastorno psicológico tendremos que nos anime a matar y matar mosquitos. A asfixiarlos con humo, azotarlos con trapos viejos y, el más clásico de todos, aplastarlos a manotazo limpio. 

Pero la vida es redonda y la ingeniería justificó su razón de ser en este planeta repleto de inventos inútiles. Ahora resulta que hay unas raquetas de mayas electrificadas con las que podemos aniquilar un puñado de mosquitos de un solo "swing" en una operación que es rápida y limpia donde se escucha un chisporroteo y alcanzamos a ver un destello azul como muestra inequívoca de una muerte inminente. Es sin duda alguna toda un arma de destrucción masiva.

Mi abuelo espanta a los mosquitos con algo que él llama musengue, que es algo así como una escobilla hecha de concha de coco desflecada. Los mantiene a raya abanicando su arma artesanal, como mago que zarandea su varita mágica para desaparecer cosas. El arte de espantar, y no de matar, es propio de los abuelos que la edad les enternece el alma y son incapaces de cometer algún acto de violencia. Les basta con proteger un mínimo diametral alrededor de sus mecedoras para seguir envejeciendo en paz.

Y es que el mosquito puede llegar a ser motivo de ocio o distracción. La muchacha del servicio de la casa, a falta de televisor para perder el tiempo con las novelas, pasaba noches enteras matando mosquitos con una vela encendida. Ejecutaba su mortandad con una paciencia macabra. Se acercaba con sigilo a la pared donde la pléyade de insectos permanece estática y los quemaba con sevicia. Uno a uno. Apenas si daban un par de aletazos antes de caer achicharrados y en la pared, que nada tiene que ver en guerras ni confrontaciones, quedaba una mancha tiznada donde segundos antes había un mosquito que más bien parecía un clavo viejo enterrado en el concreto.

Al enemigo hay que respetarlo y por eso me molesta quienes confunden al mosquito con el jején, quin fue ridículamente bautizado en latín como Phlebotomus papatasi. En los jejenes las hembras también son hematófagas y los machos son unos pelmazos que enferman a los mamíferos. Osea que tiene ciertas similitudes con nuestros mosquitos y, cada vez más, con los seres humanos. Pero el jején tiene un tono dorado y sus aletas brillan. Palabras más, palabras menos, el jején es como el primo gringo de los mosquitos.

En resumen el mosquito es un animal excepcional. Lo observamos por un minuto o dos y nos damos cuenta de cómo engorda mientras su barriga se pone vino tinto. La fascinación está en verlo morir. Personalmente le dedico paciencia a la ejecución. Espero que se pose en mi cuerpo, que se alimente con tranquilidad y después le doy un ligero golpe con mi dedo índice que lo deja atontado. Después le aplasto la cabeza y aprieto su buche que se estalla y derrama una gota de sangre. Dejando irreconocible su cuerpo. El mosquito es un insecto que seguramente nos ha ganado la batalla de antemano con su facilidad para reproducirse. Cada vez que se alimentan ponen huevos. Creo que no se han hallado casos de infertilidad en esos  insectos. El fastidio que provocan al ser humano radica en querer ser los dueños del universo.
 

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