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Liliana Ricardo después del coronavirus: más agradecida que siempre

Si hay un sentimiento que el coronavirus ha fortalecido en Liliana Ricardo es la gratitud. Aunque por culpa del virus la vida se derrumbó en un santiamén, ella ha sabido reconstruirla y decir: “Solamente quiero agradecer”.

“Esta ha sido siempre la primera humana reacción a las terribles pandemias: pánico”, dice Walter Ledermann en su artículo ‘El hombre y sus epidemias a través de la historia’... Recuerdo esas palabras justo ahora, cuando Liliana Ricardo me dice a través del teléfono: “Ya hace más de diez días no tengo coronavirus, ya no puedo contagiar a nadie”. Estamos cuadrando una visita a su casa, en Los Alpes. “Un miedo súbito, extraordinario, que oscurece la razón —sigue Ledermann—. Al pánico sigue la huida, como consecuencia inevitable”.

Y no solo lo dice Liliana, uno de los médicos de Coosalud Eps que la atendió, Mauricio Sarmiento, también: un tapabocas, un par de guantes y dos metros de distancia, por si acaso y como se debe interactuar con todos los seres humanos en estos días, mantendrá a raya al coronavirus que ya no podrá contagiarnos Liliana ni a Nayib Gaviria —el reportero gráfico—, ni a mí. El 4 de abril le dieron el resultado de la última prueba: negativo. (Lea aquí: “Gracias a Dios ya no tengo coronavirus”: hermana de taxista)

Llegamos poco después de las doce del día y Liliana nos recibe con una sonrisa y con una calidez que se siente, aunque ni siquiera podamos estrechar nuestras manos. Ella se sienta en una mecedora, yo, al frente, a dos metros, comienzo a preguntarle cómo se ha sentido estos días. “Excelente —me dice, sonríe y se seca el sudor de la cara—. Yo solamente quiero decir gracias, tengo que darle las gracias a todo el mundo, ¡a todos menos al coronavirus!”. Ríe. (Vea aquí el video: Una visita a Liliana Ricardo, sobreviviente del coronavirus)

Quien la ve reír no sospecha que la vida le cambió absolutamente en un santiamén: hace poco más de un mes, su hermano Arnold de Jesús, el mayor, el que la sostenía económicamente manejando un taxi y el que la acompañaba todos los días, murió por culpa del COVID-19, ese ser microscópico que fue capaz de arrebatarle hasta el último aliento al taxista en escasos nueve días. Luego ella misma, que obviamente no iba a negarle un abrazo a su hermano cuando él más la necesitaba, terminó contagiándose, padeciendo una fiebre testaruda que se resistía a bajar, muy a pesar de las dos pastillas de acetaminofén que se tuvo que “coger” en la clínica Cartagena del Mar antes de salir a la carretera y gritar como una loca que no la querían atender. Por fortuna, y por el alboroto, unos policías le ayudaron y terminaron por atenderla. (Le puede interesar: Habla mujer con coronavirus, hermana de taxista que murió en Cartagena)

“Cuando a mí me dijeron que mi hermano no había muerto de coronavirus eso fue un alivio para mí, una esperanza, yo pensé que entonces mi fiebre no era por el virus, pero después me dijeron que sí, que yo tenía y el mundo se me quería caer encima”. Arnold murió el 16 de marzo y a ella le confirmaron que efectivamente padecía COVID-19 tres días después. “Pensé que quizá me podía pasar como a él, que se murió sin siquiera poder respirar... y yo aquí sola, ¿quién me iba a ayudar?”, recuerda, pero enseguida resalta que afortunadamente el coronavirus fue cosa de una fiebre, un dolor en las piernas y en las rodillas, y un dolor de garganta tenue para ella.

Liliana Ricardo después del coronavirus: más agradecida que siempre

Lili, como le dicen sus amigos, en la sala de su casa.//Foto: Nayib Gaviria - El Universal.

Humanos, humanos

La vida parecía estar derrumbándose a pedacitos, sobre todo cuando Liliana escuchaba que los efectos del virus, que ya ha habitado en más de un millón de terrícolas y matado a más de 80.000, eran más devastadores en personas mayores... Ella tiene 54 años, solo cuatro menos que su hermano Arnold.

Para dicha de Liliana, sin embargo, muchos seres siguen siendo humanos y eso le ayudó a ir reconstruyendo su mundo: “En Coosalud, más que buenos médicos, porque tienen excelentes médicos, lo que hay es un equipo de inmejorables seres humanos. Los doctores me visitaron tres días durante la enfermedad e incluso me llamaban en las tardes, para que no me sintiera tan sola. No tengo queja de ellos y hoy solamente quiero decirles gracias. ¿Sabes, Laura?, gracias es una palabra tan cortica, pero tan grande. Tengo que agradecerles a los médicos, a los periodistas que estuvieron tan pendientes de mí, gestionando ayudas, llamándome incluso solo para saber cómo me sentía y tratando toda la información tan profesionalmente. Tengo que darles las gracias a mis vecinos que, aunque al principio se mostraron un poco hostiles, luego me ayudaron siempre, siempre, a la dueña de esta casa, tengo tanto que agradecer”, dice Liliana, que se declara fiel creyente en Dios y en su poder. (Le puede interesar: La hermana del taxista muerto por coronavirus necesita ayuda)

Por alguna razón, no puedo dejar de acomodarme los guantes, y Liliana me mira. De vez en cuando nos recuerda a mí y al reportero gráfico lo que ya todos sabemos: aquí no hay riesgo, por lo menos no de su parte. Allá, en la esquina, hay tres sillas plásticas apiladas y encima una bolsa de algodón, un cargador de celular. Estamos en un segundo piso, la sala es pequeña y al fondo, al final de un pasillo donde reposa la nevera, se ve la cocina. Este es el mismo espacio que Liliana compartía con su hermano muerto, pero también el lugar al que se aferró ella para seguir viva: “Lo que me ayudó a superar todo esto fue la fe en Dios, pero también el hecho de ser muy obediente. Muy a pesar de vivir sola, siempre paso lavándome las manos, lavo las sábanas todos los días y aseo todo muy bien... En los días de la enfermedad usaba un solo plato y un solo vaso, y los médicos se reían de mí y me decían: ‘Lili, pero si tú vives sola’... no importa, creo que yo quedé como ¿traumatizada? con ese virus, pero de Coosalud también me atendió un psiquiatra, excelente todo”.

Liliana ha escogido un verbo como la clave para detener esta pandemia: “Obedecer las medidas que han tomado las autoridades. Yo no creo que la gente vaya a cambiar dos meses -el tiempo probable que pasaremos sin salir de casa- por una vida plena de veinte, treinta o sesenta años más. Vale la pena quedarse en la casa, vale la pena cuidarnos y cuidar de los demás... A mí no me dio fuerte el coronavirus, pero a mi hermano lo mató. ¿Cómo sabes tú que no te va a matar?”, remata.

***

Liliana se despide diciendo que le encantaría darnos un abrazo por la compañía, que cuando pase todo esto nos lo dará. Nos despedimos. El reloj de palitos su sala marca las 4:20, pero en realidad es la una de la tarde. Parece como si el tiempo se hubiera detenido por culpa de la pandemia y no en esta casa, sino en todo el mundo, pero no: la Tierra sigue girando. Eso pienso al bajar las escaleras.

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