“La serenidad provoca estados emocionales que favorecen la paciencia, la reflexión y la prudencia, y permite que esté desactivado nuestro sistema nervioso simpático (el que aumenta nuestras frecuencias cardíaca y respiratoria, presión arterial y tamaño de las pupilas, preparándonos para luchar o huir, en situaciones de peligro). Eso favorece nuestra salud”, apunta.
“No podemos elegir la incertidumbre que llega a nuestra vida, porque no siempre depende de nosotros, pero podemos elegir si reaccionamos o respondemos ante ella”, según Ramírez. Lea aquí: Bienestar como factor de cambio ante la rutina: experto da recomendaciones
Explica que “reaccionar suele consistir en una conducta impulsiva ante lo que acaba de llegar, la cual muchas veces hace que nos precipitemos y tomemos malas decisiones. En cambio, responder se define como “valorar la situación que estamos viviendo y elegir lo que queremos hacer en ese momento”.
Detente, observa y respira
Ramírez propone un ejercicio muy sencillo: “solo tienes que parar durante un par de minutos, sentarte, observar y tomar conciencia de que estás respirando. No tienes que modificar tu patrón de respiración, solo tener quietud, observar qué está ocurriendo a tu alrededor y sentir cómo respiras. Nada más”. Además, “tomarte pequeños descansos es un autocuidado, es respetar tus necesidades de desconexión y descanso. Funcionamos mucho mejor a nivel cognitivo cuando nos permitimos un momento de relajación entre tarea y tarea”, señala.
Explica que uno o dos minutos de este ejercicio, nos ayudan a soltar determinados estados, emociones y pensamientos y a conectar con nosotros mismos. Lea aquí: Seis consejos para cuidar la calidad del sueño; establezca una rutina
Ocúpate de lo útil
“Querer ocuparnos de las ‘amenazas’ que no podemos controlar es una fuente de insatisfacción y ansiedad. Las frases que empiezan por ‘Y si...’ nos llevan a anticipar lo peor, sucumbir a nuestros miedos y hablarnos de forma negativa”, mencionó la psicóloga. “La mayoría de tus preocupaciones no dependen de que tú encuentres las soluciones, sino del paso del tiempo, del factor ‘buena o mala suerte’, de un tratamiento médico, del destino, de terceras personas, de la vida..., pero no de ti”, recalca.
Para conseguirlo, “hazte la siguiente pregunta cada vez que una preocupación ronde tu cabeza: «Esto que ahora me está preocupando tanto, ¿puedo solucionarlo yo?». Si la respuesta es NO, observa esa idea o emoción, sin intervenir sobre ella; sin hablar, ni razonar, ni juzgarla”, recomienda la especialista.