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El aula es una representación de la vida: Sandra Zabaleta Sandra Zabaleta

Es la docente de Química y Biología de la Institución Educativa Docente de Turbaco. Está empeñada en aterrizar la teoría en el quehacer cotidiano de sus estudiantes.

A pesar de su erudición sin fisuras, la profesora Sandra Zabaleta Pérez está convencida de que lo que se enseña en las aulas debe involucrar la vida cotidiana, y mucho más si está estrechamente relacionado con el día a día de los estudiantes.

Es licenciada en Biología y Química, de la Institución Educativa Docente de Turbaco, donde no pierde oportunidad de dignificar su profesión contra viento y marea, sin descanso, poniendo el alma a la hora de sembrar esperanzas.

Es reconocida entre colegas y discípulos por su esfuerzo y creatividad, sobre todo por inculcar el hábito de la lectura y la escritura, orientada al desarrollo de las competencias científicas y comunicativas, a través de una didáctica viva con estrategias de diálogo, reflexión y búsqueda. “Así –considera-- los estudiantes son actores de su propio proceso de aprendizaje”.

“La Química en el contexto”, se llama su propuesta pedagógica. Mediante ella, los estudiantes, con la mirada de un científico, exploran fenómenos cotidianos, se asombran frente a observaciones y descubrimientos, estudian sus compuestos, transformaciones y aplicaciones en el contexto del salón de belleza, el taller de mecánica, la panadería, la cocina y la importancia que tienen en el funcionamiento del organismo humano.

De ese modo, adquieren la capacidad de realizar cálculos estequiométricos a partir de reacciones químicas, comprueban experimentalmente la incidencia de los alimentos que consumen, el PH de su cuerpo y las características microbiológicas del agua potable que se consume en el plantel educativo.

“La lectura y la escritura –continúa-- son transversales: se desarrollan desde cualquier área o asignatura; y lo que pretendemos desde la Química, la Física y la Ciencia es aportar la lectura en cada contexto en que se desenvuelven los estudiantes y su vida cotidiana”.

Habla siempre en plural. Tal vez sea ese un reflejo de su visión del trabajo en equipo. En ese sentido, dice apostarle a que la relación docente-alumno sea más el de un grupo que trabaja con un orientador de base, y no un montón de personas asumiendo que el profesor lo sabe todo y jamás es susceptible de cuestionamientos.

Al respecto, asegura que su proyecto ha fortalecido a los estudiantes en las competencias científicas básicas y comunicativas en lectoescritura, lo cual se percibe en la redacción de sus ideas, producción textual, lectura de imágenes, gráficos y comprensión de documentos científicos, a la vez que mejoran la fluidez verbal y la argumentación, así como la reflexión crítica.

“Esta experiencia –prosigue-- permite a los muchachos demostrar más habilidad para registrar datos, deducir, indagar, inferir y usar comprensivamente el conocimiento. Debo destacar, además, el uso pertinente y eficaz de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TICS) como ayudas didácticas en el registro de observaciones, resultados, evidencias e indagaciones. Esto ayuda a los jóvenes en su desarrollo personal, vocacional y profesional, dado que es positivo el proceso científico en su cotidianidad”.

La propuesta “El contexto y la cotidianidad, incentivo para el aprendizaje de las Ciencias Naturales”, también sirvió a la maestra para encontrar las causas del bajo rendimiento de los estudiantes de octavo grado.

“Inicié –cuenta-- una observación rigurosa de sus actitudes hacia el aprendizaje; y noté mayor tendencia hacia el estilo pragmático, pero con un distanciamiento entre el conocimiento y el mundo real, ya que, aunque se motivaban por la experimentación, no comprendían la aplicabilidad en la vida cotidiana”.

Para la maestra, el aislamiento obligatorio ha limitado las aulas de clases a la simple ventana virtual donde la escuela se reinventa tratando de brindar calidez y orientación, lo cual ha exigido la modificación de recursos, metodologías, objetos de aprendizaje y evaluación de los mismos, a partir de la reflexión y transformación de la práctica pedagógica, para lograr una mediación pertinente, pero ante todo humanista.

“Las aulas virtuales –analiza— ya están siendo reservorios de nuevas costumbres, hábitos y, en muchos casos, ideales que debemos interpretar y utilizar como insumos para la educación. El reto implica dinamizar el proceso enseñanza-aprendizaje a través de la creación de nuevos escenarios: la casa, el patio, la cocina, etc..., donde se resignifican los conocimientos e interacciones que se dan en el contexto natural, social y cultural. Esto, a su vez, puede aportar al desarrollo de las competencias orientadas en estas condiciones especiales de trabajo, cuales son: pensar críticamente, comunicarse y convivir muy relacionadas entre sí. Es allí cuando la cotidianidad, las expresiones, los temores y las ideas cobran mucha importancia, empezando por las inquietudes de los estudiantes:

‘Seño –me preguntan-- ¿y cómo responde el organismo al ataque del virus?’ ‘¿Será cierto que tendremos que convivir con el virus?’ ‘¿Qué cuidados se deben tener con perros y gatos, para no contagiarse?’ ‘¿Será cierto que el virus fue creado para exterminar parte de la humanidad?’ ‘¿Por qué hay personas jóvenes que mueren, no se supone que el COVID-19 es grave en los ancianos?’ ‘¿Es verdad que tomando agua tibia y limón no nos enfermamos?’ ‘¿Por qué el jabón destruye el virus?’ ‘¿El límpido no es más fuerte?’”.

De acuerdo con la docente, estas expresiones pueden originar preguntas interesantes para la construcción de conceptos básicos de ciencias naturales y sociales, entre otras disciplinas.

En este orden de ideas, para ella se requiere, como nunca antes, la participación transversal y el aporte de las diferentes áreas, desde su intencionalidad pedagógica.

“Es relevante destacar el lenguaje como eje y sustento de las relaciones sociales del ser y de la comprensión de fenómenos naturales, que hace posible, incluso, interpretar el silencio de los estudiantes en las actividades virtuales. Cuando un estudiante no se conecta y no participa, podemos empezar a cuestionar su interés y compromiso. Pero si buscamos las razones, encontramos inquietudes relacionadas con problemas económicos, de salud, angustia, temores o simple aburrimiento. ¿Sentimos, como educadores, la situación de ese estudiante que antes era quizá el más participativo de la clase? Es así como podríamos cualificar estrategias que nos posibiliten una verdadera inclusión, concepto que adquiere más relevancia ante las diversas necesidades de conectividad, acceso a herramientas tecnológicas y otros problemas de su entorno social”.

Sandra Zabaleta Pérez cree que la cuarentena brinda nuevas oportunidades para innovar, adaptar y repensar la práctica de aula y para seguir motivando el aprendizaje, “llenándolo de emociones y autonomía, brindando calidez y comprensión, aún en la distancia, mostrando a su vez, otros caminos, para que nuestros muchachos no se sientan desorientados; y sin duda, todos estamos aprendiendo”.

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