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Más de cien soldados agarraron al que no era

Hace 22 años, Luis De la Rosa, un camionero de San Juan Nepomuceno, pasó 27 horas en manos del Batallón de Malagana, que lo confundió con alias ‘la Gacela’, un delincuente de alta peligrosidad.

Eran las 5 de la tarde del 2 de julio de 1998. En la calle principal del barrio Guarumal, del municipio de San Juan Nepomuceno, el camionero Luis Ramón De la Rosa Buelvas no tenía muchos minutos de haberse sentado en una mecedora, que había dispuesto sobre la terraza de su vivienda.

De pronto, como una exhalación infernal, aparecieron dos soldados informándole que traían una orden de captura en su contra, por delitos como abigeato, homicidio y tráfico de armas, entre otros.

Para ese entonces, De la Rosa Buelvas contaba con apenas 40 años de edad y se desempeñaba como conductor de un camión de su propiedad, el cual alquilaba para transportar viajes de arena o de lo que se ofreciera.

Precisamente, ese día que había enfrentado una fuerte jornada laboral con su automotor (el cual siempre estacionaba frente a la casa paterna) estaba juntando tres meses de haberse separado de su esposa e hijos, tiempo que era el mismo de haber regresado con sus padres y hermanos.

Cuando los dos soldados le anunciaron lo de la orden de captura, por unas fracciones de segundo se imaginó que algunos de sus vecinos le estaban jugando una broma pesada, aunque también estaba consciente de que por esos tiempos la situación de orden público en los Montes de María no era la mejor.

Diariamente se veían camiones de soldados y policías atravesando la zona, a cualquiera hora, sobre todo cuando en alguna calle de esos pueblos alguien caía asesinado, a manos de los paramilitares o de guerrilleros.

Los soldados le explicaron que andaban tras las pisadas de un delincuente de alta peligrosidad, conocido con el alias de ‘la Gacela’, cuyas características físicas coincidían en exceso con las descripciones que informantes secretos habían hecho del camionero. Además, el nombre del forajido guardaba cierta semejanza con el de Luis Ramón De la Rosa.

“Yo no he hecho nada”, balbuceó trémulamente De la Rosa, pero los soldados insistían en que los acompañara, mientras el sindicado notaba que, en menos de lo que estalla un rayo, la calle se llenó de soldados y policías, mientras los conversadores del parque Diógenes Arrieta se arremolinaron en las esquinas y mirando hacia la calle del vecino, a quien ya las botas militares empezaban a acorralar.

También se asombraron con la cantidad de uniformados que descendían de camiones y cubrían varias cuadras a la redonda, incluyendo el arroyo Catalina, que en ese momento estaba seco y por donde consideraron que el presunto maleante podría escapar fácilmente hacia las montañas, en caso de que fuera el que buscaban.

“Como yo sabía que no debía nada --relata Luis De la Rosa-- me levanté de la mecedora y accedí a acompañar a las soldados a la estación de Policía. Pero, cuando bajamos a la plaza, nos encontramos con el personero Carlos Pareja Yepes, quien se enfrentó a los soldados y trató de hacerles ver que estaban cometiendo un error”.

Una vez en la estación de Policía, el personero logró que los soldados, entre los cuales había un teniente comandando el operativo, firmaran un documento, mediante el cual se responsabilizaban por la seguridad y la vida del camionero, quien durmió esa noche en el recinto policial.

“Al personero se le ocurrió lo del documento, porque en ese tiempo cualquier grupo de hombres armados llegaba a una casa, se llevaba a una persona y nunca más se sabía de ella”, rememora De la Rosa Buelvas, a la vez que describe cómo, al día siguiente, 3 de julio, fue llevado en un camión y apretujado entre armas, uniformes y botas, hacia las instalaciones del “Batallón de Movilidad de Infantería de Marina No.1 de la Armada de Colombia”, en Malagana, corregimiento del municipio de Mahates, donde duró tres horas detenido.

Posteriormente, fue trasladado a la Fiscalía del municipio de Corozal (Sucre), despacho que había expedido la orden de captura en contra de alias ‘la Gacela’.

Antes de que el grupo de uniformados, asignado para trasladar nuevamente al reo, llegara a Corozal, lo hizo el abogado Luis De Oro, quien tomó un taxi expreso en San Juan y esperó a su defendido en el recinto judicial sucreño.

“Los fiscales que encontramos ese día en el despacho me preguntaron por mi oficio, mi pueblo, mi familia y por un montón de cosas, que disfrazaban con diferentes preguntas, para ver si me contradecía. También me pesaban y me medían, mientras que Luis De Oro argumentaba con insistencia que se habían equivocado de persona. Y así fue como me dejaron libre, después de 27 horas de angustias”.

Ese día, siendo las 8 de la noche, Luis Ramón De la Rosa regresó a San Juan Nepomuceno a intentar retomar su vida, pero los vecinos le decían que no dejara pasar ese episodio y que debía demandar al Estado por el trauma que le hicieron vivir.

Sin embargo, cuando buscó el concepto de su abogado este le recomendó que no emprendiera la tal demanda, debido a que el orden público en la zona estaba seriamente convulsionado y no era fácil imaginar qué resultados podría tener una contienda contra la Nación.

En los días posteriores, el camionero sufrió unos accesos de nervios que le hicieron vender todo lo que tenía y marcharse a Caracas, Venezuela, donde fue recibido por familiares que lo vincularon a un negocio de venta de frutas, en el que estuvo hasta que lo invadió la nostalgia por el pueblo.

Un poco antes se enteró de la muerte del personero, Carlos Pareja Yepes; y su secretario, James Rúa García, quienes cayeron asesinados a manos de desconocidos que los interceptaron cuando salían de una emisora.

No obstante, el dinero que trajo del país petrolero lo invirtió en la recuperación del camión, que había estacionado indefinidamente. Mientras tanto, algunas de sus noches eran dinamitadas por pesadillas que le recordaban el operativo militar de julio de 1998.

Pero esta vez los accesos de nervios fueron curados por la tomadura de pelo de los conversadores del parque Diógenes Arrieta, quienes, haciendo alusión al estilo pausado de Luis Ramón De la Rosa, decían que “el Batallón buscaba una gacela y encontró un morrocoyo”.

Por cuenta de ellos, se enteró de que su caso podía ser llevado a la “Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas” (UARIV), con el fin de lograr algún beneficio. Pero, al parecer, no encontró la asesoría adecuada “y terminé aburriéndome de tanto madrugar, para que me atendieran sin ningún resultado”.

Ahora, ya no maneja camiones, pero atiende una carnicería en la esquina de la misma hilera de casas donde vive. Uno de los amigos que se sientan a conversar, mientras él corta la carne, le ha dicho que todavía es posible lograr el reconocimiento de su caso. Y los ojos perdidos se le encienden de pura expectación.

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