Las últimas elecciones atípicas de Cartagena, en el 2018, fueron el escenario de la abstención más alto que la ciudad haya visto en toda su historia, según el informe de la Registraduría Nacional para ese año. De los 749.953 ciudadanos habilitados para votar, solo 169.835 ejercieron su derecho: 22,6% de asistencia y 77,4% de abstención. El alcalde electo en esa ocasión recibió 72.111 votos; es decir, ganó con el apoyo del 9,6% de los votantes potenciales.
La legitimidad de ese candidato había sido cuestionada fuertemente por la Procuraduría General y los medios de comunicación. Sin embargo, él gobernó durante 19 días hasta que se demostró definitivamente que estaba inhabilitado para postularse.
A los cartageneros, la legitimidad del candidato parecía tenerles sin cuidado. El estribillo de esos días era “todos saben que él va a ganar”, una muestra de apatía y desaliento. No es difícil imaginar lo que muchos pensaron durante esa jornada: “La corrupción es tan grande que mi voto no va a cambiar nada, entonces para qué me molesto en salir a hacer fila y perder mi tiempo, especialmente si el puesto de votación me queda tan lejos. Mejor me quedo en casa”.
En psicología, eso es un comportamiento que se llama “profecía autocumplida”. El sociólogo estadounidense William Isaac Thomas lo definió de este modo: “Si los hombres deciden que una situación es real, entonces sus consecuencias serán reales”. Si nadie se esfuerza por evitar que las cosas cambien, sino que todos se hunden en el derrotismo y se empeñan en decir que no hay solución, entonces todo va a seguir igual de mal o a empeorar.
Germán Ruiz Páez, profesor de Comunicación Social de la Universidad de Cartagena y director del estudio “Comportamiento político en Cartagena”, afirma que la situación en la ciudad en términos de tendencias electorales es preocupante. Según lo que le muestran sus investigaciones y su experiencia, gran parte de la participación de los votantes de Cartagena “está motivada por el dinero”.
Cuando ocurren elecciones regionales, el abstencionismo en Cartagena tiende a ser de un 50%, igual que en el resto del país. En las elecciones atípicas del 2013 y del 2018, donde solo se escogieron alcaldes, la abstención fue muchísimo más alta, superando el 70%. “Lo que ocurre es que como no hay tantos candidatos como en una elección normal, no hay tanto dinero para comprar votos ni para movilizar a la gente”, afirma Ruiz Páez.
El sistema para conseguir votos a cambio de dinero es bastante complejo. Los candidatos hacen alianzas con los líderes comunales, se encargan de transportar a los votantes, hacen promesas fáciles de cumplir y de corto alcance (por ejemplo, dar Órdenes de Prestación de Servicios, OPS, que solo duran tres meses). Incluso, identifican cuáles son los “líderes más cotizados” y dispuestos a vender sus votos al mejor postor.
El cartagenero promedio se ha vuelto cómplice de ese sistema porque cree que no puede cambiarlo y para algo le sirve, pero no es más que un tonto útil. De acuerdo con Ruiz Páez, “la gente cree que como el que quede va a robar, entonces ellos pueden vengarse ‘robándole’ a los políticos y vendiendo su voto a varios. Celebran la victoria del candidato que hizo las mejores promesas y se sienten orgullosos de esos $100 mil $50 mil ganados sin trabajar. En lo que no piensan es en que todo seguirá igual, porque ese candidato no va a mejorar la educación, ni la salud, ni el transporte, ni nada”.
La abstención juega un rol muy importante para mantener esta situación, porque les conviene que las personas no salgan a votar, pues así “se ahorran esos gastos y la compra de votos les rinde. Y en Cartagena, hacer ese ‘negocio’ es muy fácil, ya quedó demostrado que un candidato puede ganar con menos del 10% de la población electoral. Entre más personas salieran a votar, bien informadas y con criterio, más votos tendrían que comprar y la corrupción por ese lado se volvería menos atractiva y menos rentable”.