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Suicidio y redes

“Lo cierto es que el incremento en el suicidio de menores y jóvenes no debe atribuirse solo a los efectos de la pandemia en la salud mental”.

La semana pasada se reveló un estudio de la mayor autoridad de salud pública de EE. UU. alertando sobre los efectos adversos del uso de las redes sociales en niños y adolescentes.

El estudio no desconoce los beneficios que las redes sociales ofrecen; pero no oculta que también suponen un riesgo cierto para la salud mental y el bienestar de los muchachos.

En el control al uso o al tiempo que sus hijos destinan en las redes, los padres suelen perder la pelea; o se cansan de prohibir pues los menores saben encontrar las maneras para romper las reglas, o sus amigos, hijos de padres más relajados con estos temas, compensan lo que no logran conseguir aquellos en sus hogares.

Lo cierto es que el incremento en el suicidio de menores y jóvenes no debe atribuirse solo a los efectos de la pandemia en la salud mental. También pudiera estar influyendo lo que perciben en las redes, en las que figuran modelos que demeritan el amor propio y la imagen que niñas, niños, adolescentes y jóvenes tienen de sí mismos.

En algún momento se tendrá que acordar, en serio, qué se puede hacer para que los algoritmos de esas redes morigeren las tendencias que explotan en sus cultores, y que maximizan defectos, prejuicios y frustraciones para enganchar, seducir y retener a cualquier costo a sus usuarios.

Parafraseando a famosos columnistas, así como el algoritmo de Twitter es la ira, el de Facebook es la envidia, la vanidad el de Instragram, Linkedin el de la codicia, Netflix el de la pereza y la lujuria el de Tinder, con lo cual cada pecado capital encuentra su nirvana virtual.

Tendríamos que ser conscientes de que hay una miríada de ingenieros sociales tratando de crearle vicios a las distintas pasiones del alma, aunque en ese proceso y con sus productos se lleven por delante la tranquilidad mental de nuestros hijos.

Tendríamos que ser conscientes que detrás de los hilos que manejan los placeres que conceden las plataformas tecnológicas, está la avaricia de un grupo de magnates que expanden sus riquezas sin prestar atención al daño que subyace en sus creaciones digitales. Tendríamos que estar discutiendo, en todos los niveles sociales, cómo hacer para contener la creciente frustración de nuestros jóvenes por cuenta de los mundos irreales que muestran las páginas virtuales y las invenciones de alguna parte de influenciadores que, a pesar de no tener cinco dedos de frente, se posicionan en los pedestales del éxito que les conceden sus fieles seguidores.

Por supuesto, es inevitable un detrimento en la calidad del nuevo ciudadano, cuando la tendencia es la de satisfacer lo insustancial y favorecer la banalidad.

Urge un esfuerzo concreto por encontrar métodos ingeniosos para suscitar el espíritu crítico en los nuevos aprendices, de un nivel que los habilite a no menospreciar el apetito por el conocimiento científico y humanístico, oponentes poderosos de la frustración.

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