Aunque hoy parecieran distantes las batallas de baja intensidad, sutiles pero inquietantes, que se libran a lo largo de las fronteras de Rusia con sus antiguos territorios, perdidos con la caída del muro de Berlín, resultan más cercanas a nosotros que otras amenazas que nos desvelan.
El interés del presidente Putin de sumar a Ucrania a su idea de una Rusia nuevamente imperial, no sólo hace parte de su inocultable aspiración de recuperar la grandeza opacada por la disminución de su influencia global, desplazada por China, sino también en volverse jugador principal de la reorganización del ajedrez mundial que pretende Oriente ante la caída del liderazgo de EE. UU., como otro reflejo de la crisis de la democracia occidental.
Golpear con movidas desconcertantes, sin llegar a la guerra, para medir la capacidad de reacción de la Casa Blanca y sus aliados, e impedir que la OTAN gane terreno en viejos territorios que integraron la disuelta URSS, es bastante propicia en tiempos tormentosos para el presidente Joe Biden, a quien le está costando lidiar con los asuntos internos, y a una Europa que tiembla de frío en este invierno, pero no más que al pensar que Moscú corte el surtidor del gas que calienta los hogares que sostienen la unión europea de naciones.
Si el zar de todas las rusias esperaba un momento propicio para acertar un golpe que puede terminar con la anexión de una porción de Ucrania, como ocurrió con Crimea en 2014, sin que ello cueste una guerra, es este, cuando en la construcción del legado del actual gobierno demócrata, en Washington, los nubarrones de la inclemente pandemia, la errática huida de Afganistán, la inatajable inflación y la férrea oposición de un partido Republicano que no quiere desprenderse del frenético Donald Trump, opacan logros conspicuos en las luchas contra el cambio climático, la defensa de las minorías y demás causas identitarias o de género, cuantiosas transferencias directas a los ciudadanos para sortear las inclemencias de la pandemia y, lo más importante, el retorno al pleno empleo.
Pero la jugada puede salirle mal al presidente Putin. Una confrontación con el viejo contradictor en las épocas de la Guerra Fría, que vivió como senador el veterano Joe Biden, y una Europa en busca de su espacio en la post pandemia, puede suponer agriar esos planes, a un costo que no tiene sentido en medio de las afugias por las que pasa la economía real de los eslavos.
Y es importante lo que pase allí, pues en ese juego de ajedrez Colombia juega un papel discreto ahora, pero que podría volverse relevante, como socio global que es de la OTAN, si las confrontaciones diplomáticas, comerciales y estratégicas llegaran al nivel de cumplimiento de la hasta ahora fanfarrona advertencia del viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Riabkov, de desplegar misiles o infraestructura militar en Venezuela o Cuba, si fuere necesario.