Interesante el foro organizado ayer por el movimiento ‘El poder de Ellas’. En este evento se discutió un tema que no es nuevo, pero nuevo sí es en nuestro medio.
Las nuevas masculinidades tratan sobre una forma de abordar la masculinidad tradicional y el machismo, desde una óptica alternativa que propugna por un hombre que se libere de viejos atavismos e imposiciones hegemónicas, y pueda ser libre de una perturbadora tendencia a la violencia, el acoso, la dominación y el abuso de poder.
Las nuevas masculinidades propugnan por romper con los mitos del hombre fuerte y violento, que no llora y que deja en la mujer la responsabilidad de los oficios del hogar o los puestos medios en las empresas, instituciones y en el sector oficial.
Eso pasa por romper los techos de cristal, que se refiere a una metáfora para explicar las trabas no formales o invisibles que el machismo impone a las mujeres, para que no asciendan en los cargos directivos, juntas directivas o puestos de mando; es decir, todo lo que subrepticia, tácita o manifiestamente riñe contra la igualdad al imponer que las altas responsabilidades están reservadas para ellos.
Y no es que haya estatutos, reglamentos o normas que coarten el ascenso de las mujeres a la alta dirección de las organizaciones públicas o privadas. Es que hay normas invisibles, techos que no se ven, pero que pesan y son duros e implacables, construidos para garantizar el poder masculino, el control viril y la asfixia de la competitividad con el ‘sexo débil’, ese cuyo poder es tal que aterra a los hombres muy machos.
Por fortuna, estas barreras familiares y sociales han ido cambiando a través de la única revolución pacífica que ha existido, esto es, la liberación femenina. Hoy vemos mujeres en altos cargos en el Estado y en las empresas, a donde han llegado tras las luchas de berracas predecesoras y el acompañamiento de hombres valientes que se han deconstruido para propiciar que ellas transfieran su esencia a las organizaciones, que son mejores porque ahora cuentan con sus visiones, con sus anhelos y sus predilecciones, haciendo al mundo corporativo y al oficial o público, más completos, más equitativos, más incluyentes y justos.
Los hombres conscientes, varones viriles que no son cobardes (entiéndase no violentos), que son libres y amorosos, han abandonado viejos estereotipos castrantes del autoconocimiento, que encontraban en la violencia física, moral o psicológica la manera de controlarlas a ellas, de someterlas y hacerlas inferiores, para la frustración del derecho a reclamar y lograr la propia realización.
Las mujeres no reclaman liberarse de su compañero, el hombre. Las mujeres quieren y merecen la oportunidad de realizarse en lo que es su verdadera vocación, la que fuere, la que cada una anhela en su individualidad. Y los hombres pueden ser más plenos y felices si cooperan con ellas en el logro de sus sueños.