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Lecciones de la Superliga

“Quedó claro que hubo precipitación y falta de olfato para medir las consecuencias finales de semejante propuesta (...)”

Las emociones que trajo la Superliga no fueron más que flor de un día. Tenía los elementos del fútbol para abrirse paso en ese voraz mundo de la competición profesional del balompié, pero no los que se necesitan para el deporte; para el buen deporte. Y ese fue el problema.

De entrada, en esas primeras horas del domingo, en el que se lanzó atropelladamente, la Superliga fue imaginada por amantes del fútbol como un gran espacio de distracción y de las consabidas, aunque regularmente sobreactuadas, confrontaciones entre fanáticos. Pero, a medida que pasaban las horas, que en ese deporte se mueven a prisa –salvo que se esté ganando un partido–, las mentes apasionadas de sus cultores comenzaron a despejarse. Las acaloradas reacciones de los equipos excluidos del curubito de los doce inicialmente elegidos, y la de los representantes de la FIFA y UEFA, fueron menos lúcidas que las de los aficionados.

En efecto, si los voceros de aquellas dos poderosas confederaciones alzaron sus voces hasta rabiar, mostrando los colmillos de amenazantes sanciones y expulsiones, las de los hinchas fueron mucho más asertivas y las que, finalmente, doblegaron la voluntad de los directivos menos determinados dentro del proceso de la conformación de ese frustrado súper club de elegidos.

Quedó claro que hubo precipitación y falta de olfato para medir las consecuencias finales de semejante propuesta. Algo similar a lo que ha ocurrido por estos lares con el proyecto de reforma tributaria. No se entiende cómo en esos niveles de poder, experiencia y conocimiento pueda haber tal nivel de ingenuidad. En los unos y en los otros.

Por supuesto que esta clase de movimientos requieren de ideólogos con personalidades napoleónicas. Florentino Pérez clasificaba a la perfección para presidir la Superliga; pero a veces, desde tan alto, no se alcanzan a ver los más elementales obstáculos, sobre todo, los que dependen de los altos principios del deporte.

Tal como lo reconoció el vocero del Inter, la voz de los hinchas en torno de la Superliga ha sido fuerte y clara, y ese club tomó la decisión de respetarla; y en similar sentido se pronunciaron otros de los convocados.

Quedó claro que, aun cuando la iniciativa estaba justificada en las realidades económicas preexistentes, pero aceleradas con la irrupción del coronavirus, nada de eso vale frente a valores como el espíritu deportivo fincado en el derecho a competir desde los bajos niveles, para lograr el ascenso por méritos y el aprendizaje recíproco, o el respeto de los clubes por los campeonatos y las ligas nacionales.

Esta vez la falta de credibilidad de la FIFA y de la UEFA fue salvada por la reacción ahincada de los hinchas; pero es un campanazo para las estructuras viciosas de las anquilosadas burocracias del fútbol, sobre la necesidad de ponerse a tono con las exigencias de los nuevos tiempos.

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