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Las formas y el fondo

“Conviene en todo caso que no pierda de vista que, aun cuando sus electores lo eligieron para acabar con la corrupción de los malandrines que asaltan el presupuesto (...)”.

En el editorial del viernes nos referimos al discurso con el que en la noche del miércoles el alcalde William Dau volvió a cuestionar enérgicamente a los organismos de control locales y nacionales, por la ausencia de resultados frente a las denuncias que su administración ha formulado contra distintos ciudadanos que han ocupado cargos en las administraciones locales y regionales.

Dijimos que el uso de palabras indecorosas y la apelación a vías de hecho tiñeron lo que pudo ser un mensaje solícito para los cartageneros que comparten el afán de transformación ética de la ciudad, pero que con razón se ofenden con las formas grotescas con las que desaliña las proclamas que pretenden construir cultura política contra la corrupción.

Sin embargo, no es una percepción aislada que el fondo del mensaje esgrimido por el alcalde, lo cual ratificó el viernes en la tarde con una nueva intervención por el Facebook Live institucional de la Alcaldía, contiene elementos que, por más perturbadores de la tradición del uso decente del lenguaje oficial, no le quitan veracidad.

La ciudad está cansada de la corrupción y la desfachatez; de que algunos cuantos se perciban como dueños del erario distrital y de que pueden definir, sin la legitimidad del mandato popular, lo que se hace o deja de hacer en Cartagena.

Pero el alcalde parece dudar de que en ese propósito es acompañado por la mayoría de los cartageneros y, sobre todo, de las fuerzas vivas. Incluso, su alegato de emplear palabras ordinarias para llamar la atención probablemente le sirva para con quienes viven en la fría Bogotá y por quienes van a decidir sobre el destino de sus funcionarios y de él mismo.

No así en relación con sus coterráneos, quienes no necesitan que el alcalde hable como si solo lo escucharan los cartageneros que disfrutan de la vulgaridad y que se expresan sin recato con chabacanería. Muchos de quienes celebran que haya una persona decidida a romper con los viejos esquemas podridos de gestionar la cosa pública por estos lares, pero que se sienten agraviados con las innecesarias expresiones que el burgomaestre emplea en sus diatribas contra la corrupción.

Pero el alcalde se reafirma en que no se apena del lenguaje utilizado, con lo cual parece confirmar que ya no hay nada que hacer, y que el camino que escogió, porque es el que más se ajusta a su talante, es profundizar la ruptura con quienes han manejado a su antojo la política y los presupuestos regionales, por la vía del uso de las palabras insultantes.

Conviene en todo caso que no pierda de vista que, aun cuando sus electores lo eligieron para acabar con la corrupción de los malandrines que asaltan el presupuesto de Cartagena, en lo cual la mayoría de los ciudadanos estarán conformes, en ejercicio del cargo, no solo les habla a esos electores sino a todos los cartageneros. Sumar más voluntades en sus propósitos amerita esa deferencia.

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