Por supuesto que el desmedidamente demorado anuncio de Nicolás Maduro, sobre la apertura de los puentes entre Norte de Santander y el Táchira, es otra de las incontables pruebas de lo nefasto y fracasado que ha resultado el Socialismo del Siglo XXI en la sufrida nación venezolana.
Por supuesto que es preferible abrir las fronteras que mantenerlas mentirosamente cerradas, no solo porque en la práctica el tráfico de personas de Venezuela a Colombia no se detiene, ni tampoco el contrabando o el paso del delito en sus diversas expresiones, incluido el espionaje con fines dañosos, sino porque el mal que se le causa a la economía de las dos naciones hermanas es irracional, como todo lo que produce la primacía de ideologías fracasadas por sobre las más concretas necesidades humanas, sociales y económicas.
Por supuesto que pocos empresarios sensatos aprovecharán la oferta de apertura a las inversiones en Venezuela que ha hecho aquella dictadura. El mercado venezolano está dañado en forma grave; la incertidumbre que enruta las repetidamente erróneas decisiones de ese régimen no permite albergar la posibilidad de un crecimiento estable o sostenido de negocios lícitos que se puedan abrir al otro lado de la frontera, máxime en pleno despertar de las campañas políticas en ambos países.
La pérdida de credibilidad en la honorabilidad de aquel régimen deviene no solo del agravio que ha propinado a su propio pueblo, tanto el expulsado como el que está sujeto a la penosa vida que allá se sufre; también y sobre todo porque no supo honrar las obligaciones de pago de la deuda a favor del empresariado colombiano, que en buena parte no pudo recuperar todo lo debido cuando todavía había intercambio comercial entre los dos países hermanos, más las obtusas expropiaciones de empresas que se hicieron por razones ideológicas, por cierto para nada, puesto que, ya en manos del gobierno chavista, se dilapidaron hasta acabarlas.
Pero la tragedia humana que se vive en Venezuela obliga a aprovechar esta apertura, tanto para paliar ese sufrimiento como para mejorar en algo la existencia de sus nacionales y los colombianos que aún permanecen en su suelo.
Obviamente, los empresarios colombianos sabrán aprovechar lo que sea aprovechable en esta supuesta apertura, que será muy poco o en renglones muy específicos.
Entre tanto, Maduro tendrá que hacer mucho más que enviar mensajes cariñosos para atraer la inversión colombiana. La proclividad del régimen a la corrupción, al fraude electoral, a la violación a los derechos humanos, a la destrucción de la economía y al apoyo de declarados enemigos de Colombia, que usan aquel territorio para hacer daño con violencia, más el descaro en el discurso público que niega consistentemente la realidad, son fardos demasiado pesados para confiar divisas en un Estado claramente fallido.