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Dejar el petróleo

“Quien llegue a la Presidencia, una vez vea lo que le toca manejar y las fuentes de financiación con las que cuenta, tendrá que decir que sí cumplirá, “pero gradualmente”.

A propósito del polvorín que en destacados sectores de opinión despertó la afirmación del senador y candidato Gustavo Petro, en cuanto a que la primera decisión que adoptaría, de tomar posesión como presidente, es el cese de la contratación de exploración de petróleo en Colombia, tiene sentido terciar en la interesante discusión.

Gremios como Campetrol han criticado esa posición señalando que el sector de hidrocarburos atrae el 28% de la Inversión Extranjera Directa y genera el 45% del total de las exportaciones, y que en el gobierno del presidente Duque se han suscrito 39 contratos de exploración y producción, 9 contratos offshore, con lo que el sector de los hidrocarburos ha representado el 5% del PIB, y el 9% de los ingresos del Gobierno nacional.

Pero, analizando a fondo lo que se discute, es claro que no hay grandes discrepancias, pues la realidad finalmente impone la ruta de las decisiones que los políticos, los empresarios y las sociedades donde se desenvuelven, deben adoptar.

En efecto, quien llegue a la Presidencia, incluso de entre quienes se comprometan a acabar con la exploración petrolera, una vez vea lo que le toca manejar y las fuentes de financiación con las que cuenta, tendrá que decir, el segundo día, que sí cumplirá, “pero gradualmente”.

No hay forma de que un país como el nuestro abandone esa fuente energética sin que se den, previamente, progresos insalvables en la renovación tecnológica dirigida a sustituir combustibles de altas emisiones de gases de efecto invernadero, por otros en la necesaria transición energética (como el gas natural o el hidrógeno), pues no será posible contar con las renovables no convencionales (eólica y solar), por las cuantiosas inversiones que se requieren y, sobre todo, porque dependen de las cada vez más impredecibles variaciones del clima, que finalmente obligan a las no convencionales a respaldarse de otras fuentes tradicionales, dada la intermitencia y dependencia del viento y del sol.

Es muy romántico ver el tema como lo hacen desde las potencias, donde conquistan con discursos a los ciudadanos que sí tienen verdadera conciencia ambiental y que gastan horas para luchar porque el resto de la humanidad, que mira pasiva la discusión, pueda vivir en un planeta mejor. Pero son esas mismas naciones que piden de los países pobres medidas pare producir solo energía limpia, sacrificios que ellos mismos no observaron para alcanzar su opulento nivel de vida, y que no han querido responder a la pregunta de cuánto están dispuestos a pagar para salvar el planeta.

Hay que caminar juntos hacia energías limpias. Andar a trompicones, saltándose las etapas ineludibles para cumplir un propósito ideal, pero que requiere ingentes inversiones y tiempo, no es posible, máxime en un país que, como Colombia, más de un millón de familias aún utilizan leña o carbón como únicas fuentes energéticas del hogar.

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