Tomó posesión como presidente de Perú, Pedro Castillo, el primer mandatario de izquierda en más de una generación, con la promesa de gobernar en cumplimiento del eslogan de campaña “No más pobres en un país rico”.
De extracción prístinamente campesina, oriundo de una de las regiones más pobres del país ecuatorial, finalmente derrotó a la derechista Keiko Fujimori después de los escrutinios más disputados por el estrecho margen con el que obtuvo su victoria.
Viene precedido de gran incertidumbre por lo que pueda ocurrir con el Perú durante su mandato, aun cuando ya los ánimos de renovación de la realidad nacional estaban opacados una vez que se conoció que dos extremos del péndulo ideológico se disputarían la segunda vuelta en los comicios, que en primera dejaron por fuera a candidatos de centro o moderados, con lo cual solo quedaba esperar que, de entre dos males, el país escogiera el menor.
Aún no se sabe si ese mal menor, representado en Pedro Castillo, puede resultar provechoso para la prosperidad colectiva, pero las primeras decisiones de gobierno marcarán los signos de si al Perú le esperan o no tiempos infelices, o si resulta posible que las cosas mejoren.
Por su discurso, pero, sobre todo, por el talante extremista del líder de su partido, Vladimir Cerrón, no habría muchas razones para esperar que el país retomara la senda de crecimiento y que logre superar la debacle padecida por años de gobiernos inmersos en galopante corrupción, al punto que en solo cinco años vio pasar cuatro presidentes y dos parlamentos, que se sumaron a las afugias propinadas por la pandemia de este último periodo.
La esperanza es que el nuevo mandatario no podrá gobernar solo pues tendrá que procurar alianzas para completar los 66 votos que se necesitan en el parlamento para contar con quórum decisorio en la aprobación de leyes, frente a los 61 que tendría asegurado por afinidades ideológicas o pactos electorales. Pensar en la deriva hacia un gobierno autoritario no parece inminente.
De la misma manera, aún cabe la ilusión de que bajo su mandato la nación no sucumba a las tentaciones de convertirse en otra Venezuela gracias a sus llamados a “la más amplia unidad del pueblo peruano”.
Por lo pronto, ante los temores por su adhesión al partido marxista-leninista que lo llevó al triunfo electoral, su discurso de posesión resultó conciliador al anunciar que los cambios prometidos se harán con responsabilidad, respetando la propiedad privada obtenida con esfuerzo, creando un nuevo ministerio para mejorar la competitividad del país, en armonía con programas como el de “hambre cero” o de “techo para todos”.
Interesa que el gobierno del presidente Duque mantenga una línea de comunicación abierta y fluida con el presidente Castillo, pues sería inaudito que el camino se dirija hacia el cierre comercial y político en otra de nuestras fronteras.