Colombia ha sido escenario internacional de la guerra contra las drogas, el número de víctimas sigue siendo incontable, producto no solo del sicariato, sino de otras formas de violencia que vienen emparejadas con el fenómeno. Desde la guerra en los Llanos Orientales a mediados del siglo pasado, producto de una delincuencia que se le dio status, asimilando las bandas y los bandoleros a las casas de partidos tradicionales, hasta los de hoy que se les da categoría de izquierda o derecha, que en el fondo no viene siendo sino un escudo para legitimar su acción delincuencial, esperando que en algún momento se pase la tabla rasa de la amnistía o el perdón social, pero si algo nos ha dejado la experiencia, es que la violencia continúa, entonces debemos concluir que el factor que la genera no es ideológico, hay otro combustible que mantiene prendido el fuego.
La guerra contra las drogas es un conflicto transnacional, que en nuestro país se le ha dejado la carga para su control a las fuerzas del orden, especialmente a la Policía Nacional, cuyos miembros a diario son asesinados a mansalva, sin que la sociedad se conmueva. No obstante que hemos visto desde los años 90, el fortalecimiento, la profesionalización y por último, el camino de la transformación institucional, este cuerpo no puede tener la carga de los defectos de la sociedad. La corrupción, la delincuencia enquistada en todas formas de ejercicio del poder político de izquierda, centro o derecha, son un reflejo de la cultura social.
Los cultivos que a diario ponemos en nuestra mesa, son regados con glifosato, que está clasificado en grupo (2A) por la OMS, el mismo riesgo (2A) en el que la carne roja ha sido clasificada como probablemente cancerígena. Recientemente la carne procesada fue clasificada como Grupo (1), cancerígeno comprobado, esta categoría se utiliza cuando hay pruebas convincentes de que el agente causa cáncer, evidencia suficiente que no tiene el glifosato.
Si no hay una transformación y una verdadera revolución pedagógica, desde medios de comunicación, antes de la crianza y a lo largo de todo el ciclo educativo, que prepare a las generaciones venideras para la no violencia, esta seguirá, así nos pongan un policía en cada puerta. Y si no dejamos de mentir a nuestros ciudadanos, con fallos de la Corte que prohíben la aspersión aérea, las 234.000 hectáreas sembradas de coca a escala industrial, en su mayoría en territorios ancestrales, no van a disminuir con erradicación manual, ni con sustitución de cultivos, tarea compleja, casi imposible, porque no hay otra actividad tan rentable y los líderes a su favor caen asesinados.
Definitivamente una sociedad que vive de la mentira, debe estar muy enferma.
*Psiquiatra.